“El que se humilla, será elevado”
Lc 14, 1. 7-14
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
SENCILLO Y HUMILDE DE CORAZÓN
Poner la humildad en el centro de nuestras consideraciones no es, a buen seguro,
cosa fácil hoy; entre otras causas, porque el término “humildad parece haber sido
erradicado por completo del vocabulario corriente. Y si el vocabulario lo ignora, eso
significa que la humildad, como actitud de vida, se ha convertido ahora en un
opcional; más aún, en una rareza indeseable. Sin embargo, no sólo el cristiano,
sino todo verdadero creyente, si se mantiene en la escuela de Dios y, con mayor
razón, en la escuela del Evangelio, advierte que se siente más llamado cada día a
caminar por el sendero de la humildad. Este es el camino que Dios abrió del cielo a
la tierra cuando él bajó a nosotros. Este es el camino por el que Cristo se movió
cuando vivía en medio de nosotros. Este es el camino por el que han andado los
santos y los mártires. Éste es el camino de la perfección cristiana, el que se abre
ante todos aquellos que, como peregrinos sobre la tierra, se sienten llamados a la
patria del cielo.
La liturgia de la Palabra de hoy pone de manifiesto, por otra parte, el aspecto
positivo de la humildad cuando la acogemos de un modo sincero y animoso como
actitud de vida: con ella y por ella se nos admite en el banquete del Reino. Ella es
el traje de boda del que no podemos prescindir; con ella, en cambio, llegamos a ser
agradables al Señor y somos admitidos a la alegría del banquete nupcial. Es como
decir que la humildad nos hace semejantes a Jesús y que sólo de este modo
reconoce Jesús en nosotros nuestra semejanza con él. La humildad es, para un
cristiano, actitud de vida y actitud interior, al mismo tiempo. Sino es humilde el
ánimo, no pueden ser humildes las palabras y los gestos. Es ésta una lección que
sólo podemos aprender de Jesús. Fue él quien dijo —y se dirigía a sus discípulos—:
«Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para
vuestras vidas» (Mt 11,29). ¿Quién de nosotros puede decir con toda verdad que
ha «aprendido sobre Cristo» (Ef 4,20)?
ORACION
¡Tú eres, Señor, el Padre de los humildes! Hazme comprender, oh Señor, que tu
paternidad se manifiesta en plenitud sólo cuando encuentra hijos sencillos y
humildes. Hazme comprender, oh Señor, que mi filiación se manifestará en plenitud
sólo cuando te reconozca como el Padre de los últimos.
¡Tú eres, Señor, el Padre de los huérfanos y el defensor de las viudas! Hazme
comprender, oh Señor, que tu paternidad se revela plenamente sólo cuando se
ejerce con las categorías más expuestas de nuestra vida social. Hazme comprender,
oh Señor, que mi filiación alcanzará su cima sólo cuando me abra con generosidad
a las necesidades materiales y espirituales de mis hermanos y hermanas más
débiles.
¡Tú le preparas una tierra, oh Señor, al indigente! Hazme comprender, oh Señor,
que tu providencia a lo largo de la historia se manifiesta siempre con gestos
concretos y tangibles, tendentes a rehabilitar y recalificar a todos los que han
conocido la humillación de las diferentes pobrezas. Hazme comprender, oh Señor,
que la filiación que me has regalado me pide un compromiso histórico valiente y
firme a favor de todos los que, con excesiva frecuencia, excluye la sociedad como
personas improductivas e indeseables.