Comentario al evangelio del Miércoles 11 de Septiembre del 2013
Llamados a ser dichosos
Siempre hemos considerado a las Bienaventuranzas como la Constitución Fundamental del Reino,
como la marca que nos diferencia, como la plataforma existencial común de todos los seguidores de
Jesucristo.
De entrada y en comparación con San Mateo, encontramos solo cuatro Bienaventuranzas; eso sí,
acompañadas de cuatro “ayes” referidos a los hartos y satisfechos de sí mismos. Todo, en un estilo
cortante y directo. Podemos distinguir tres partes: La proclamación de la felicidad, los sujetos (los
pobres, los hambrientos, los que lloran y los perseguidos por causa del Hijo del hombre) y, en tercer
lugar, el premio que reciben (de ellos es el Reino, quedarán saciados, reirán y su recompensa será
grande en el cielo). Con Jesús, y en contraste con el mundo, todo queda revolucionado. Los
desgraciados del mundo son aquí felices; la felicidad de Jesús es para aquellos a los que el mundo se la
niega. Observamos bien la diferencia con el Decálogo del Antiguo Testamento. El Decálogo se queda
en lo externo, es un programa de mínimos y no va más allá de una norma moral. Las Bienaventuranzas
van directamente al corazón para hacerlo nuevo, es un programa ideal y se presentan como proyecto
vital.
El programa de las Bienaventuranzas, ya lo hemos dicho, es revolucionario, rompedor. Es el que
verdaderamente nos distingue a los cristianos. Sus valores ponen al mundo patas arriba. Desde
entonces, la felicidad que tanto ansía el hombre se encuentra en otras cosas distintas de aquellas por las
que se afanan, con frecuencia, los mortales. Corremos el riesgo de que valores tan altos no nos hieran
por la rutina o la menguada esperanza; si son un ideal, nunca sacian del todo a los buenos y nunca han
de desanimar al pecador. Solo desde la fe, se comprende y acepta este ideal: en el fondo son frutos del
Espíritu Santo. Por eso, ante todo, solo las acoge el pobre, es decir, el que tiene pocas cosas materiales,
no idolatra los señuelos del mundo y confía en el Señor.
Conrado Bueno, cmf