Encuentros con la Palabra
Domingo Ordinario XXIII – Ciclo C (Lucas 14, 25-33)
Este hombre empezó a construir, pero no pudo terminar”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Una amiga religiosa, escribe de vez en cuando sus experiencias espirituales en forma de
poemas. Hace algunos meses me envió estos versos que me parece que nos pueden
ayudar a entender lo que hoy nos presenta el evangelio:
Quiero bajar de nuevo a tu bodega,
para darte mi amor, ser toda entrega
y embriagarme de ti, pues son mejores
y más suave que el vino tu amores.
No acercaré mis labios a otra fuente
para calmar mi sed, mi sed ardiente
ni volveré a beber otros licores
que el vino embriagador de tus amores.
Mira que vengo como cierva herida
ve que me entrego a Ti, que estoy rendida
y sacia tu mi sed, pues son mejores
que el más sabroso vino tus amores.
“Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y dijo: ‘Si alguno viene a mí y no me ama más
que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas,
y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y
me sigue, no puede ser mi discípulo”. Jesús dirige estas palabras a la gente que lo
seguía. No se trata de una disyuntiva excluyente. No nos pide que dejemos de querer a
las personas que están más cerca de nuestro corazón. Esas personas pueden y deben
permanecer en el centro de nuestras vidas. Lo que sí nos pide el Señor es que nuestro
amor hacia ellos no esté por encima del amor que sentimos por Él y por su reino. No
puede haber nada ni nadie que distraiga el camino de seguimiento.
Las dos comparaciones que ofrece enseguida el evangelio de hoy, recogen situaciones
humanas muy concretas. No podemos comenzar a construir una torre si no vislumbramos
claramente la posibilidad de terminarla. De lo contrario la gentes se burlará de nosotros
por pretender algo que no podemos terminar. Por otra parte, ningún líder militar se
involucra en una guerra si no piensa que puede llegar a vencer a su enemigo con las
fuerzas que tiene. Si no puede hacerle frente a su contrario, tratará de establecer
condiciones de paz cuando el otro grupo está todavía lejos y no se ha entablado la
batalla. “Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mi
discípulo”, es lo que concluye el Señor después de presentar estos dos ejemplos.
Podríamos añadir que la persona que ha probado un buen vino ya no podrá contentarse
con otra bebida. Así es el seguimiento del Señor. Si nos hemos encontrado
auténticamente con él, tendremos que reconocer que ya no podemos saciar nuestra sed
en otras fuentes, ni habrá otros licores que sustituyan el vino embriagador de sus amores.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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