Domingo 23° Tiempo Ordinario C
Lecturas :
Sabiduría 9, 13-18
Filemón 9-10.12-17
Lc. 14, 25-33
Amarle más que lo que más amamos
Amar a Jesús más que lo que más amamos. Es éste mensaje central del evangelio de hoy.
Son palabras de Jesús. Y deben traducirse así: “Cualquiera que venga a mí y no me ame
más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y
hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo”.
Con esta afirmación tan categórica, Jesús pide a sus discípulos la prevalencia de la fe por
encima de los amores lícitos más grandes de la vida. Se trata, sin dudas, de una condición
para seguirle, para ser discípulo de él, para ser admitido al banquete del Reino de Dios
(habida cuenta del contexto inmediatamente anterior en Lucas de la parábola de los
invitados al banquete: 14,15-24, que no se leyó en la liturgia, que habla de los que
primeramente fueron invitados pero finalmente no entraron).
Jesús se dirigía hacia Jerusalén, donde se verificaría su Pascua (también este contexto en el
evangelista Lucas, el del último viaje de Jesús a Jerusalén, es importante). Y lo seguía
mucha gente, una gran multitud (Lc. 14, 25). Podríamos preguntarnos si continuaron
siguiéndole, muchos, después de escuchar las condiciones que Jesús planteó con claridad.
Y Él se dio vuelta (Lc. 14, 25), ¡mirándoles!, y les habló señalando tres requisitos para ser
discípulo (el que sigue a Jesús): amarle prevalentemente, cargar con la cruz de Jesús y
renunciar a sus bienes en pos del seguimiento de Jesús . Ser discípulo de Jesús implica ir
detrás de Él hasta su Pascua, la cruz, cruz de Cristo que deviene cruz que el discípulo carga
sobre sus propios hombros.
No es fácil entender la exigencia de estas palabras del Maestro. No es fácil comprenderlo
porque, como dice el libro de la Sabiduría (9, 13-18), nuestros pensamientos son mezquinos
y falibles, la condición mortal nos apega a esta vida. Pero si invocamos al Espíritu, El nos
hará sabios, nos introducirá en los designios de Dios, y nos enseñará a obrar como agrada a
Dios.
En el hombre creyente, la fe transforma la escala de valores, la jerarquía de las preferencias
y los amores. Ocurre algo semejante cuando un joven o una joven se enamoran.
Frente a la escala de valores de la fe, de preferencias y renuncias, se opone la escala de
valores no inspirada en la fe, e incluso la jerarquía de valores opuesta a la fe. Se trata, en
definitiva, de la oposición entre la fe y el ateísmo. En una cultura plasmada al margen de
Dios, difícilmente puede esperarse que se respeten con igual fuerza y fundamento valores
como los de la vida humana, la familia, el amor al padre o la madre, el cónyuge y los hijos,
la fraternidad o la solidaridad, la concordia y la paz (no obstante esos valores están al
alcance de la razón natural). En esa jerarquía de valores no inspirada en la fe, otros amores
y preferencias compiten con el amor a Dios, y resulta inconcebible cualquier opción que
implique renuncias, no se entiende por qué.
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La opción por Jesús hace que sus discípulos le amen más que todos sus bienes, o, lo que es
lo mismo, que estén dispuestos a renunciar a todo por Jesús. Como los novios que preparan
su fiesta de bodas ahorran sin importar renuncias, o un estudiante quita tiempo a la
diversión porque se concentra para preparar su examen.
Sin esta disposición como requisito básico, el seguimiento de Jesús puede quedar
inconcluso , como la torre que los constructores no terminaron porque no calcularon
previamente los recursos que demandaría toda la obra; o como el amague del rey osado
que, defendiéndose del ataque, enfrenta a su enemigo sin contar con suficientes fuerzas y
después se ve obligado a rendirse.
Lo que en estas dos breves parábolas del Evangelio de Lucas (14, 28-32) es cálculo,
previsión, planificación previa a la obra, se refiere a la prudencia o sabiduría del creyente,
del discípulo de Jesús, y llama la atención sobre lo que de verdad vale en este mundo en
orden al reino de Dios, lo que nos lleva a Jesús o lo que nos aparta del amor y la opción por
Él.
En la Eucaristía encontramos un signo del banquete del Reino de Dios, al que somos
invitados, y de la presencia del reino de Dios en este mundo: de modo análogo a cómo el
Verbo, Divinidad y Humanidad, late y está oculto bajo las especies de pan y vino, y el pan
y el vino si no renuncian a ser pan y vino no se convierten en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, tampoco el discípulo será tal si no hace sus propias renuncias. La Eucaristía es la
Pascua de Cristo, memoria y anticipo, y la Eucaristía expresa también la condición del
discípulo para el seguimiento de Jesús. Desde la Eucaristía Jesús nuevamente mira a su
pueblo y le dice las palabras de este evengelio.
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
Iglesia parroquial Sagrado Corazón de Jesús,
Capilla San Sebastián,
Paraná, Argentina.
Sábado 7 y domingo 8 de septiembre de 2013
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