XXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impa)
Miércoles
Lecturas bíblicas
a.- Col. 3,1-11: Habéis muerto con Cristo.
b.- Lc. 6, 20-26: Las bienaventuranzas y las maldiciones.
El evangelio nos presenta la versión lucana de las bienaventuranzas (vv.20-23), y
las maldiciones (vv.24-26). En un primer momento, encontramos el mensaje de
estas cuatro bienaventuranzas, síntesis de buena parte de la enseñanza de Jesús.
Su palabra revela a un Dios que se abaja con un poder de salvación, que rescata a
los pequeños de la esclavitud del pecado, del mal de la sociedad y de la muerte,
para enriquecerlos con el reino que inaugura Jesús con su palabra y milagros. Las
bienaventuranzas, son la expresión de la presencia de Dios en la existencia de los
hombres. Verdadero misterio de gracia, y de bondad para con los pobres, los que
tienen hambre, los que lloran, etc., ahora son dichosos, porque con Jesús se ven
enriquecidas sus vidas por el mensaje de Dios que contiene el Evangelio que les
predica. Estos pobres, hambrientos y los que lloran, no poseen bienes materiales y
sufren pero esperan en Dios, confían a Dios su miseria, por ello Jesús les levanta el
ánimo con una palabra de consuelo. Israel tiene experiencia que Dios toma bajo su
protección de los pobres y oprimidos cuando conoció la esclavitud en Egipto, el
exilio en Babilonia (cfr. Is. 49,13; Sal.86,1; Lc.4,18). Jesús llama bienaventurados
a todos ellos, porque les da el reino de Dios. Cuando Dios tome posesión de su
reino serán saciados, reirán y gozarán porque han puesto su mirada en Dios y no
han puesto su seguridad en los bienes aunque los necesiten y creer que lo tienen
con ello todo asegurado. Estas bienaventuranzas, descubren otras riquezas del
espíritu humano, escondidas, que no se miran con los ojos, sino con la luz de la fe.
Es mirar la vigencia del hombre, no su miseria material o moral, sino la necesidad
de bien, de justicia, de vida verdadera que sólo la fe cristiana, puede dar abiertos a
la gracia y al amor de Dios Padre. Hoy hablamos de los derechos humanos que
siempre hay que defender para el progreso del hombre integral. La cuarta
bienaventuranza se dirige a los discípulos perseguidos (v.22), que por confesar su
fe en Jesús, sufren el odio, la persecución, muerte violenta. Esto no debe ser
motivo de tristeza, al contrario, Jesús los declara bienaventurados, porque les
espera una gran recompensa en el cielo. El reino de Dios, depende de la gracia de
Dios, es además recompensa, para quien pone su fe en Jesús, perseverancia hasta
el final, como discípulo de Jesús. Corre la suerte de los profetas, son perseguidos
por la palabra que proclaman y viven, por ello también los discípulos sufrirán
persecución por ser representantes de Jesús de Nazaret. En un segundo momento
conocemos las imprecaciones o maldiciones que tienen un claro tono profético (cfr.
Is.5,8-23). No son una condenación definitiva, sino un aviso un ponerse en guardia
y que llaman a la conversión y a la acción. Los ricos que ríen y están hartos son los
que tienen abundancia de bienes, lo pasan bien, no les falta nadie. Sin embargo,
Jesús los conmina, ay de vosotros, a que reflexiones que por ser ricos, está en
peligro su salvación eterna; creen en una seguridad puesta en sus bienes y no en
Dios (cfr. Lc.12,15). Los pobres en cambio, confían en Dios, están abiertos a la
gracia de Dios, ingresan al reino que se les ofrece y hallan la salvación (cfr. Lc.16,
25; Sant.5,1-5). La última advertencia, es para los discípulos que escapan de la
persecución, y pueden convertirse en falsos profetas (cfr. Is.30, 9; Jer. 23,17ss),
por no vivir el espíritu de las bienaventuranzas.
Teresa de Jesús, que provenía de familia acomodada conoció la pobreza evangélica
cuando se encontró con Jesús pobre en su conversión, de ahí la preocupación suya
por ser pobres de espíritu, para ser pobres también en lo material. “Sería engañar
al mundo…hacernos pobres no siéndolo de espíritu, sino en lo exterior” (CV 2,3).