XXIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impa)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- Col. 3,12-17: El amor es el ceñidor de la unidad consumada.
b.- Lc. 6, 27-36: Amor a los enemigos y ser compasivos.
En este evangelio Jesús se dirige a sus discípulos, habla con autoridad, anuncio de
lo que Dios quiere (cfr. Mt. 7, 28). Encontramos tres secciones: amar a los
enemigos (vv. 27-30), luego el modo de tratar a ese prójimo (vv.31-35),
finalmente ser compasivos como el Padre es compasivo (v.36). ÉL redujo la ley al
amor de Dios y del prójimo, las bienaventuranzas son el camino hacia el amor de
Dios, pero ahora la atención se centra en el amor al prójimo (vv. 27-30; Lc.10, 27).
El AT, conocía el precepto de amor al prójimo (cfr. Lev.19, 18), Jesús le da gran
importancia a este precepto, aunque la da una visión más amplia: los prójimos son
todos los hombres, incluidos los enemigos. ¿Quiénes son éstos? Los enemigos del
grupo de los discípulos, calumniadores, perseguidores, etc. El amor exige
particularidad, se trata de amar, bendecir, orar por los otros, amar equivaldrá en
vivir para el otro, incluso para el que me odia, maldice y maltrata. Aquí el perdón
del que no se habla, se da por supuesto. No debe quedar rincón, en la vida del
cristiano, sin este amor hacia el enemigo: deseos y palabras, el corazón sede del
amor y por lo mismo de la oración. Si bien este evangelio es difícil, por nuestra
natural inclinación a la venganza, cuando sufrimos una injusticia. Jesús nos exige,
no dejarnos seducir en el espacio del mal, al contrario, nos pide responder y resistir
a él, con la fuerza del bien, cuando se nos golpee la mejilla, o cuando nos roban el
manto, dar sin importar a quien, no tratar de recobrar lo robado, etc. Son criterios
tan distintos a los nuestros, cuando el Reino de Dios no nos ha posesionado ni
transformado; Jesús trae el Reino de Dios y con él la suma de todos los bienes que
cuando se despliega se logra vencer el mal a fuerza de bien. En un segundo
momento, encontramos el modo de tratar al prójimo (vv. 31-35). ¿Cómo poner en
práctica el amor al prójimo, sobre todo al enemigo? Los maestros de sabiduría y
maestros de la ley, formularon la “Regla de Oro”. Regla conocida desde antiguo en
Israel: “Lo que no quieras para ti, no la hagas a nadie” (Tb. 4,15). Llevamos un
código de comportamiento con el prójimo, lo que uno desea y necesita eso ha de
hacer. Jesús hace su propio enunciado: “Y lo que queráis que os hagan los
hombres, hacédselo vosotros igualmente.” (v.31). Si bien, la idea en el fondo, es no
hacer nada desagradable al prójimo, Jesús va más allá, puesto que incluye como
prójimo también al enemigo. E ahí la novedad, no sólo no hacer mal, sino hacer el
bien incluso al enemigo; el discípulo de Cristo ha de hacer el bien, todo el bien que
desea para sí. El mismo amor, hacia nosotros mismos, se hace ley para amar al
prójimo, incluido el enemigo. El amor que Jesús exige, se expresa con las obras, sin
esperar recompensa alguna, sólo quien cumple puede ser considerado hijo del
Altísimo (v.35), heredero de una gran recompensa, porque imita a Dios Padre, que
es “bueno con los desagradecidos y perversos” (v.35). Finalmente, Jesús nos invita
a colocar al Padre que ama en forma compasiva y misericordiosa: “Sed compasivos
y misericordiosos como vuestro Padre es compasivo” (v.36). La misericordia del
Padre, comienza con el envío de su Hijo al mundo, inaugurado su Reino con su
venida, palabras y obras, el discípulo aprende a conocer lo que ha de hacer, es lo
que los judíos llamaban la imitación de Dios. Jesús hace el bien para que los
hombres renacidos a la gracia, vuelvan sus pasos y corazones al Padre, lo misma
misión tiene su discípulo (cfr. Lc.5, 11-32). Este amor se sabe si es real en nuestra
vida, si se ama al prójimo efectivamente, si se imita la misericordia del Padre. La
Iglesia hoy acoge a miles de seres humanos pobres de todos los pueblos de la tierra
y les comunica la salvación y una vida digna sin esperar nada a cambio; hombres y
mujeres que entregan la vida en las misiones, cárceles, hospitales, etc., sólo para
que conozcan que se puede amar al otro, sin recibir nada a cambio, sólo un puñado
de fe y esperanzas que ponen en las manos del Dios de la Vida y del Amor
verdadero, Jesucristo el Señor, y que ellos tengan una vida nueva.
Teresa aprendió a ser caritativa en la familia y luego en la vida religiosa, porque
comprendió cuánta compasión y bondad recibió de parte de Dios toda su existencia,
en especial después de su conversión: “Crece la caridad con ser comunicada” (V
7,22).