“cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede
ser mi discípulo”
Lc 14, 25-33
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
LA GARANTÍA DEL DISCÍPULO CONSISTE EN IR A JESÚS SIN
TENER NADA
Los textos de este domingo nos ponen frente a un mismo tema: el
abandono en Dios. Con frecuencia nos preguntamos: ¿quién puede
conocer la voluntad de Dios? O bien: ¿cómo podemos saber lo que
Dios quiere de nosotros? Las lecturas de la misa de hoy nos dicen que
sólo podemos conocer las intenciones de Dios si poseemos la
sabiduría. Ahora bien, para poseer la sabiduría es preciso renunciar a
todo para seguir a Jesús. La sabiduría que el Señor nos enseña es
seguir a Jesús. Nada más. Es preciso liberarnos, despojamos,
renunciar a todo lo que creíamos poseer, vender todo lo que
tenemos, no llevar dinero con nosotros, no disponer ni siquiera de
una piedra en la que reposar la cabeza, no encerrarnos en los
vínculos familiares: «Si alguno quiere venir conmigo y no está
dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus
hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser
discípulo mío» (Lc 14,26).
La garantía del discípulo consiste en ir a Jesús sin tener nada. La
verdadera sabiduría consiste en no llevar ningún peso que nos impida
la marcha tras Jesús. Dicho de manera positiva, se trata de llevar un
único peso: la cruz de Jesús. Y el peso de la cruz es el peso de su
amor. No se trata de hacer cálculos, de contar el número de piedras
necesarias para construir la casa o el número de personas necesarias
para la batalla. No es ésa la intención del Señor. Ser discípulo
significa no preferir nada que no sea el amor de Jesús. Preferir
únicamente y siempre al Señor, o sea, elegirle de nuevo cada día y
ofrecerle toda nuestra vida. El don de la sabiduría, que es algo que
hemos de pedir constantemente al Señor, nos permite darnos por
completo, con libertad y de una manera transparente a este amor.
Quien ha sido vencido por este amor ya no tiene miedo de nada por
parte de Dios. El amor vence todo temor. Ya nada podrá espantarnos.
ORACION
Oh mi Señor, tenían razón los santos al decir que comprendían la
razón de que tuvieras tan pocos seguidores: ¡quieres demasiado de
ellos! Es difícil seguirte, entre otras razones, porque es difícil
comprender tu filosofía: nos dices que, para seguirte, hay que llevar
una cruz, para ganar es preciso renunciar, para construir es preciso
privarse de bienes. Sin contar con la decidida relativización de los
afectos más queridos y más santos.
Perdóname, Señor, pero hoy me supone una gran fatiga comprender
unas exigencias tan rigurosas. Y conmigo muchos otros sienten una
fuerte tentación de decirte:
«Si pides tanto, voy a buscarme otro maestro de vida más
comprensivo, más humano, más amigo de la vida», de esta vida, la
única que se nos ha dado vivir. Mira también tú, oh Señor, la enorme
extensión de la apostasía por parte de adultos y jóvenes, a menudo
porque no comprenden las razones de tu severidad. Y hasta los
mismos pastores se sienten a menudo turbados y des— concertados,
y se plantean serios interrogantes...
¡Perdóname este desahogo! Concédeme tu sabiduría para que pueda
ver yo las cosas como tú las ves, para que nunca pueda nada poner
en duda mi confesión de fe: sólo tú tienes palabras de vida eterna.
Concédeme tu sabiduría, para que yo pueda comprenderte y dar cada
vez un mejor testimonio de ti y, con un coraje cada vez mayor,
pueda decir también yo estas palabras duras y eternas. Confirma a
mi pobre corazón, para que no vacile ante la cruz: la tuya, la mía y la
de mis hermanos. Sí, Señor: «Sólo tú tienes palabras de vida
eterna».