Domingo 24° T. O. Ciclo “C”
Lecturas Bíblicas:
Ex 32, 7-11.13-14;
1Tm 1, 12-17;
Lc 15, 1-32 o 15, 1-10
Ovejas perdidas y halladas
El Evangelio que se proclama este domingo es el capítulo 15 de San Lucas, que reúne tres
parábolas de Jesús sobre la misericordia divina .
La auténtica imagen de Dios, que es Misericordia o Amor, como nos recordaba el Papa Benedicto
XVI en su primera Encíclica (“Dios es caridad”), aparece en manifiesto contraste con el dios hecho
a la medida del hombre, como fue el becerro de oro fundido ante quien se postró el Pueblo de la
Antigua Alianza (Primera Lectura: Éxodo 32). Yahvé es Misericordia, y por ello, aplacado por las
palabras de Moisés, por fidelidad a sus promesas, Dios “se arrepintió” de su primer enojo y
perdonó la infidelidad de su Pueblo.
Dios es Misericordia y “Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores” (Segunda Lectura: 1
Carta a Timoteo 1). En la plenitud de la revelación, en Jesús se manifiesta la auténtica imagen de
Dios que es Amor. Era necesario que eso quedara claro frente a la severa concepción religiosa de
algunos fariseos y escribas que murmuraban contra Jesús diciendo: «Éste recibe a los pecadores y
come con ellos» (Lc. 15,2). Y las parábolas de la misericordia fueron enseñadas por Jesús
atendiendo a quienes murmuraban de ese modo contra él.
Las parábolas agrupadas en este Capítulo XV del Evangelio según San Lucas son tres. En las tres se
trata de algo que se ha perdido y que es reencontrado con alegría : la oveja perdida y encontrada,
la dracma perdida y encontrada, el hijo perdido y encontrado. En los tres casos, aquello que es
hallado con alegría, alegría que siempre es presentada como una alegría que pide ser compartida y
hacerse solidaria (con amigos y vecinos; con los ángeles), aquello hallado después de afanosa
búsqueda representa al pecador, el pecador reconciliado con Dios, perdonado por Dios. En
similitud a la experiencia de San Pablo, pecador reconciliado: “fui tratado con misericordia…
sobreabundó en mí la gracia de nuestro Señor” (1 Tm 1).
Y en esta alegría en el cielo las cuentas de Dios nos desconciertan : “habrá más alegría en el cielo
por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan
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convertirse”. Una oveja reencontrada parece valer más que las otras 99 , una dracma 1 más que
diez. Las 99 ovejas y las diez dracmas representan en las parábolas a quienes presumen, se sienten
seguros de sí, y se anteponen a los pecadores (San Agustín).
Dios que es Misericordia es un Padre que se alegra y hace fiesta por el hijo muerto que ha vuelto a
la vida, perdido y hallado . También en la tercera parábola la alegría pide ser compartida, aunque
no lo comprendió así el hijo mayor, que quedó fuera de la casa y llenó de reproches al padre. Se
evoca así la actitud de esos escribas y fariseos que no toleraban la cercanía de Jesús a los
pecadores, que no terminaban de comprender que precisamente el Mesías había venido como
Salvador, no para los “santos” que no se reconocen indigentes de Dios, que vino para salvar a los
pecadores. El que se ve a sí mismo como “lleno” no espera que sobreabunde la gracia del Señor en
él (1 Tm 1).
En la primera parábola, el pastor que busca la oveja perdida parece ser el mismo Jesús , buen
pastor, que al hallarla y ponerla sobre sus hombros (San Ambrosio, Catena Aurea) , carga Él mismo
con los pecados del pecador reconciliado.
En la segunda parábola, la mujer que busca la dracma perdida puede ser la sabiduría de Dios pero
también la Iglesia (San Gregorio, Catena Aurea), Esposa de Cristo.
En la parábola del “hijo pródigo” el padre es Dios Padre. Podríamos preguntarnos, no obstante,
¿está también Cristo figurado en esta parábola?
Permítanme sugerir que Jesús está presente junto al hijo menor que pidió su parte de la herencia y
se fue de la casa del Padre, nunca le deja solo y come con él las bellotas de los cerdos (“come con
los pecadores»), está a su lado cuando en medio de la miseria el hijo menor recapacita y resuelve
levantarse y volver junto a su padre. Jesús no había cesado de buscarle hasta hallarle en aquel país
lejano. En cierto modo es Jesús, que cargó con sus pecados y lo liberó de su peso, quien recibe en
el hijo hallado el abrazo reconciliador del Padre. ¿No es acaso la Encarnación del Verbo como un
viaje a un país lejano? ¿No es la Resurrección de Cristo una vuelta a la casa del Padre? ¿No es Él
quien estando muerto ha vuelto a la vida? Sí, Jesús está bien presente en esta parábola, ¿quién
mejor que Él conoce al Padre y puede pintar su imagen? Cristo está presente en el banquete de
fiesta dispuesto por el Padre para celebrar la vuelta del hijo mayor a quien el Padre ha devuelto
más de lo que el hijo arrepentido pedía: la dignidad filial (“el que se humille será enaltecido”, Lc.
14,11). Jesús es “el ternero engordado” que se come en el banquete (San Agustín, Catena Aurea).
Cristo, en cierto modo, también es evocado en las palabras que el Padre dirige al hijo mayor que
se autoexcluye de la fiesta: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo ”.
Como nos hacía ver el recordado Papa Juan Pablo II en su Encíclica “Dives in Misericordia”, la
parábola del “hijo pródigo” trata no sólo de la imagen de Dios que es Misericordia sino también de
1 La Dracma era una moneda griega que circulaba en Palestina, una moneda de plata equivalente al denario
romano; más o menos representaba el salario de una jornada.
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la imagen del hombre, de cuánto vale el hombre ante el amor de Dios , todo hombre, cada hombre,
un pecador, de la dignidad del hombre, y la Misericordia de Dios se inclina hacia el hombre no
para humillarle y hacerle sentir el peso de su condición de creatura y de su pecado sino para
elevarlo y enaltecerlo.
Quiero ser oveja perdida que busques y halles y lleves sobre tus hombros; quiero ser dracma por Ti
iluminada y encontrada. Quiero ser hijo que vuelve siempre a tus brazos, Padre, pero también hijo
que nunca se aparte de tu lado y no cese de hacer contigo fiesta por el perdón y la gracia a todos
regalados. No permitas que jamás quede fuera de tu casa, Padre, sal tú a buscarme e invítame al
banquete. Tú, mi Dios, eres mi herencia.
La Eucaristía que celebramos es banquete de fiesta por el perdón y la gracia, por la misericordia y
el amor de Dios, por la salvación de los hombres, anticipo del Banquete del Reino.
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
Paraná (Argentina), 15 y 16 de septiembre de 2007
Reeditada para 14 y 15 de septiembre de 2013
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