XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Ex. 32,7-11.13-14: El Señor se arrepintió de la amenaza que había
pronunciado.
La primera lectura nos introduce en la experiencia idolátrica de Israel en el
desierto, luego de haber recibido de Yahvé las Tablas de la Ley. Este es el gran
pecado contra la Alianza, Alianza hecha por el pueblo con Dios por medio de
Moisés. Mientras ellos dialogan, el pueblo, por la demora, adora un becerro de oro.
Yahvé amenaza destrucción, Moisés intercede por el pueblo que ha pecado, el
mismo que Yahvé sacó de la esclavitud de Egipto, el que ha recibido las promesas
hechas a los patriarcas (v. 10). El culto que se reprocha es representar a Dios en la
figura de un toro; esta representación corresponde al dios de la fertilidad de los
cananeos, adoptado más tarde, como dios en el reino del norte, por el rey
Joroboam por un tiempo (cfr. 1Re. 12, 26-30). Se pensaba, que se rendía culto a
Dios, aun cuando fuera representándolo, pero pronto se dieron cuenta, que podía
derivar en otro culto cananeo, que Elías y Eliseo, denunciaron como idolatría. Lo
que en el fondo esta lectura nos presenta, es la situación de infidelidad del pueblo
de Israel a la Alianza desde el comienzo, es decir, el alejamiento paulatino del
pueblo de su Salvador que ahora confiesa. Vemos la figura de Moisés y su misión
en su tarea de mediador, tratando de lograr que Yahvé, ya no se separe de su
pueblo, lo castigue, y cree algo nuevo. El hace una verdadera confesión: Yahvé es
el único Dios, el que sacó a Israel de Egipto, su pueblo; su nombre está
comprometido ante las naciones, los egipcios lo podrían juzgar por haber sacado a
Israel de su país y haber tenido malas intenciones para con Israel. La palabra dada
a los patriarcas, lo obliga con sus descendientes, es más, no se le presentaría
glorioso si no mantuviera su palabra con firmeza y constancia en su obrar. Yahvé
renuncia al castigo, de palabra y obra, y le devuelve a Israel la denominación de
“su pueblo” (v. 14). Lo más importante de la misión intercesora de Moisés, sea el
sentirse solidario con su pueblo, y no el comienzo de un nuevo pueblo, como había
sucedido con Abraham. Se trata del valor del justo en medio de los pecadores, el
pueblo representado por un hombre que posee la convicción de que este pueblo de
Dios tiene una función salvadora en medio de las naciones de la tierra. Ahí se
encuentra el germen del verdadero pueblo de Dios.
b.- 1Tm. 1, 12-17: Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores
El apóstol Pablo, se presenta como aquel que ha sido “blasfemo, perseguidor e
insolente” (v. 14). Sólo la gracia de Jesucristo lo redimió del pecado y de su antiguo
modo de proceder, y le confió el ministerio de la palabra. Fue la fe y la caridad, la
que hicieron de Pablo, un apóstol insigne porque Cristo vino a salvar a los
pecadores, y él se confiesa como el primero de ellos. Lo realizado por Cristo en
Pablo, es modelo de lo que puede realizar en cada pecador, con los cuales tiene
paciencia, para que finalmente obtengan vida eterna. Sólo a ÉL, hay que dar gloria
eterna, oración que brota de la comunidad redimida que es la Iglesia.
c.- Lc. 15,1-32: Habrá alegría en el cielo por un pecador que se convierta.
El evangelio, nos presenta las parábolas oveja perdida (vv. 4-7); la dracma perdida
(vv.8-10) y finalmente, la del hijo pródigo (vv.11-32). Son las parábolas del perdón
y la misericordia, dónde Cristo y la Iglesia perdonan los pecados de los hombres, y
convoca a todos los pueblos al reino de Dios. Los jefes religiosos de Israel, no
aceptan que otro, Jesús de Nazaret, hable de Yahvé desde la ribera de los
excluidos esa sociedad y del templo, porque ellos se han convertido en dueños de la
fe de Israel, por ello murmuran (v.2). Jesús, predica con parábolas, donde
establece el perdón de los pecados para los alejados y excluidos, con lo cual
muestra el auténtico rostro de Dios Padre, revelación de un amor que salva, une y
recrea. La parábola de la oveja, y la de la dracma perdida quieren significar, el
modo de obrar de Dios, busca lo perdido, no le bastan los justos y puros, sino que
también, se preocupa de los extraviados, pecadores, pobres e ignorantes etc. Con
esta actitud, delinea lo que debe ser el trabajo de la comunidad eclesial (vv. 3-10).
En la parábola del hijo pródigo, el protagonista es el amor del padre, hecho perdón
para que ese hijo, que se marcha y vuelve sin dar razones, tampoco las exige su
padre; regresa necesitado de cariño, comida y hogar. De la misma forma, Dios
Padre hace con los hijos pródigos de su pueblo, de la Iglesia. El pastor y la mujer
salieron en busca de lo que habían perdido, en cambio, el padre permanece en el
hogar, esperando. La reacción del hijo mayor, imagen de Israel, le duele que
perdone al hijo menor, más aún, que haga fiesta. Los fariseos y escribas, pensaban
que la Casa del Padre, de Dios, era de ellos, y decidían lo bueno y lo malo,
descubren el querer del padre, de Dios, y se sienten postergados, muy molestos.
Se puede concluir que Dios es amor, el Padre que perdona y recrea la vida del
creyente; su gozo consiste en ofrecer su salvación a cada ser humano,
especialmente busca a los pequeños, los excluidos. Jesús se presenta como la
encarnación de ese misterio de amor salvador y del perdón que une y recrea la
existencia del discípulo. Si alguien se escandaliza de su obrar quiere significar que
rechaza al Dios de Jesús de Nazaret, porque hace de la fe, una manipulación de lo
divino para construir seguridades mundanas. La Iglesia, siempre fiel a Jesús, en
sus múltiples apostolados apuesta, por todos los excluidos de la tierra por ser
necesitados de la tierra.
Teresa de Jesús lee este evangelio desde su experiencia de oración y de fe en el
poder de la palabra. Ella lo experimentó en su conversión. “Si nos tornamos a ÉL,
como al hijo pródigo hanos de perdonar, hanos de consolar en nuestros trabajos,
hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre, que forzado ha de ser mejor
que todos los padres del mundo, porque en El no puede haber sino todo bien
cumplido; y después de todo esto hacernos participantes y herederos con Vos” (V
27,2).