SOLEMNIDAD
DE LA SANTISÍMA TRINIDAD
Con alegría y agradecimiento celebramos que nuestro Dios -tres
personas distintas y un solo Dios verdadero- es amor esencial, común a las
tres personas divinas. Asimismo celebramos que toda la historia de nuestra
salvación es fruto del amor del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Dios PADRE todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, tanto amó al
mundo que envió a su HIJO, que por nosotros los hombres y por nuestra
salvación bajó del cielo. Se hizo hombre para que el hombre compartiera su
divinidad. Pasó haciendo el bien. Y, habiendo amado a los suyos los amó
hasta el extremo. Por eso, Dios lo resucitó. Y, elevado al cielo, participa de
la gloria y del poder de Dios. Desde el Padre envía su ESPÍRITU SANTO a la
Iglesia y al corazón de los fieles. Es persona-amor, Señor y dador de vida.
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo que se nos ha dado.
“Es la lógica divina que del misterio de la Trinidad lleva al misterio de la
redención del mundo” (Juan Pablo II). “Ves la Trinidad si ves el amor” (San
Agustín).
Celebramos que Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- no nos abandona. Habita
en nosotros como en un templo. También nuestro cuerpo. Dios está “más
dentro de mi que lo más íntimo de mi” (San Agustín). Se trata de una
presencia real, personal, que consagra todo nuestro ser.
Somos introducidos en la misma vida de Dios, que penetra y transforma la
vida humana. Recibimos una dimensión divina, que nos introduce en la
eterna comunión interpersonal de la santa Trinidad. Leemos en el
Catecismo (260): “El fin último de toda la economía divina es la entrada de
las criaturas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad. Pero
desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si
alguno me ama —dice el Señor— guardará mi Palabra, y mi Padre le
amará, y vendremos a él, y haremos morada en él".
El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de nuestra fe y
de nuestra vida cristiana.
MARIANO ESTEBAN CARO