XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Am. 8, 4-7: Contra los que compran con dinero al pobre.
La primera lectura, es una denuncia de la ambición de los defraudadores y
explotadores, un oráculo, es la cuarta visión del profeta, denuncia de las injusticias
sociales del tiempo, pero también para hoy. Los ambiciosos son insaciables que ya
no celebran las fiestas del Señor con recta intención, una dedicación al Señor, sino
como una carga, porque desean que pasen pronto para hacer negocios injustos,
usando malas artes, para conseguir más dinero con los peregrinos. Era la sociedad
de consumo de la época de Amós, faltaba tiempo para hace suculentos negocios,
que ocultaba las injusticias contra los pobres. Al ansia por lo terreno en lo
económico se agrega, el sufrimiento por no poder negociar los días de descanso se
unen lo sucio e ilegal que ofenden la justicia y moral hebrea de siempre. Se
denuncia la falsificación de las balanzas, achicar las medidas, aumentar los pesos,
etc. Muchos pobres llegaban al grado de vender la propia libertad al mejor postor,
para seguir viviendo; es el pecado social de todos los tiempos. El Señor jura hacer
justicia, en “aquel día” que no tiene fecha, pero que llegará (vv.7-8) y que va
adquiriendo en la literatura profética y apocalíptica características netamente
escatol￳gicas. Las palabras finales del pasaje poseen fuerza hasta hoy: “ᄀJamás he
de olvidar todas sus obras!” (v.7).
b.- 1Tm. 2,1-8: Pedid por todos los hombres a Dios, que quiere que se
salven.
El apóstol Pablo, nos invita a elevar nuestra oración a Dios Padre, por medio de
Jesucristo, por la sociedad, es decir, por todos los hombres, en el contexto de la
religión imperial romana, que oraba no por el César, sino al César. El apóstol
enseña a orar por todos los hombres, incluidos los que han sido constituidos en
autoridad, porque todos en definitiva, están sujetos a Dios, porque es la única
autoridad y de fuente de toda autoridad terrena. Con ello Pablo, niega que el
hombre pueda ser divinizado, y los que poseen autoridad, que el pueblo les ha
confiado, lo han de asumir como un servicio, reconoce el ejercicio de sus funciones
y la necesidad de la institución, pero deben ejercerla como entrega a los demás. Se
trata de una oración que reconoce a Dios, como única autoridad y su proyecto de
salvación universal, como programa de vida para el cristiano; con lo que también se
reconoce que será autoridad quien sirva al proyecto de Dios. El cristiano orante
debe aprender que deberá tener una actitud crítica, y revitalizadora de toda
autoridad. La comunidad cristiana desea con su oraci￳n, “una vida tranquila y
pacífica con toda religiosidad y dignidad” (v.2), se trata de la supervivencia de la
comunidad eclesial esparcida en todo el mundo. De ahí que la Iglesia, no se
identifica ni con territorios, ni ideologías, ni naciones, ni gobierno de este mundo.
Por ello, habla toda lengua, para indicar la universalidad de la salvación.
c.- Lc. 16,1-13: No podéis servir a Dios y al dinero.
El evangelio tiene tres secciones: la primera tenemos la parábola del administrador
infiel (vv.1-18), el buen uso de los bienes (vv.9-12) y el tema de servir a Dios y al
dinero (v.13). El texto, nos introduce en la riqueza del reino de Dios para el
hombre, donde elección y perdón, se hacen una realidad dinámica en su existencia:
gracia de Dios y las exigencias de las obras, el amor y el reino, vida humana
convertida en don para el prójimo. Lucas, nos presenta esta parábola sobre este
hombre rico, que debido a denuncias contra su administrador, le pide cuentas, de la
malversación de sus bienes, quedando desde ahora sin trabajo. La pregunta del
rico, viene a significar estar muy disgustado con él. El diálogo consigo mismo del
administrador lo lleva a considerar la nueva situación. Luego de hacer sus
consideraciones, decide perdonar a los deudores de su señor, y así tendrá un buen
trato de parte de ellos. Vemos que al administrador no tiene problemas de
escrúpulos o de conciencia; todavía le queda la posibilidad de hacerse amigos, que
quedarán obligados y le darán albergue; todavía es administrador, puede negociar
con lo que se le ha confiado. Sólo quiere salvar su futuro, con su obra se asegura
un largo porvenir, como no se conforma con poco, es atrevido en lo mucho (vv.5-
7). Y el rico señor alabó la sagacidad con que actuó el administrador infiel. “Pues
los hijos de este mundo son más sensatos en el trato con los suyos que los hijos de
la luz” (v.8). La pregunta que podemos hacernos: ﾿Quién es el que alaba al
administrador infiel? Es Jesús. Su alabanza no va dirigida a la desvergüenza del
administrador, sino a la sagacidad, la audacia y resolución, que con su realidad
actual saca ventajas provechosas para su futuro. Es una parábola que quiere
suscitar la atención, precisamente sobre el futuro. A discípulo la basta saber que el
Señor viene y pedirá cuentas, que en el día a día procede con valor y resolución a
fin de triunfar, el que perdona hoy a fin de asegurarse el futuro (cfr. Lc. 12,42-46).
Los hijos de este mundo, como el administrador, están lejos de Dios, su objeto es
el mundo y sus afanes quedan sujetos a la influencia de Satanás (cfr. Jn.12, 31).
En cambio los hijos de la luz, ven la realidad de la vida, el mundo, el hombre a la
luz de Dios (cfr.Jn.12, 36; 1Jn.1,5; 8,12; Mt.17,2; 1Tes.5,5; Ef. 5,8). La queja de
Jesús es porque estos hijos de la luz, en comparación con los hijos de este mundo,
son perezosos, irresolutos y no invierten en la vida eterna. Los hijos de este mundo
son sagaces en los negocios, en el trato con los suyos, en cambio no son audaces
en lo que se refiere al mundo futuro porque no lo reconocen. El buen discípulo se
procurará con sus bienes amigos para la vida eterna, dando limosnas, haciendo el
bien con ellos. Las obras de caridad intercederán por él en el momento de la
muerte, haciéndolo digno de ver a Dios (cfr. Lc.12, 20.33). En definitiva se trata de
ser fieles y justos, sólo así se nos confiará la salvación, sirviendo a Dios y no al
dinero.
Santa Terea de Jesús, cuánto necesitamos comprender la oración que Jesús nos
ense￱￳: “Pues dice el buen Jesús que digamos estas palabras en que pedimos que
venga en nosotros un tal reino: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu
reino». Mas mirad, hijas, qué sabiduría tan grande de nuestro Maestro. Considero
yo aquí, y es bien que entendamos, qué pedimos en este reino. Mas como vio Su
Majestad que no podíamos santificar ni alabar ni engrandecer ni glorificar este
nombre santo del Padre Eterno conforme a lo poquito que podemos nosotros de
manera que se hiciese como es razón si no nos proveía Su Majestad con darnos
acá su reino, y así lo puso el buen Jesús lo uno cabe lo otro. Porque entendamos,
hijas, esto que pedimos y lo que nos importa importunar por ello y hacer cuanto
pudiéremos para contentar a quien nos lo ha de dar, os quiero decir aquí lo que yo
entiendo. Si no os contentare, pensad vosotras otras consideraciones, que licencia
nos dará nuestro Maestro, como en todo nos sujetemos a lo que tiene la Iglesia y
así lo hago yo aquí.” (CV 30,4).