Comenzó siendo Niño Dios y es mula de nacimiento
Domingo 24 ordinario del 2013 C, 15 de septiembre
Las parábolas de Cristo tienen la característica de ser entendidas en todas las
épocas y en todos los ambientes. Sin embargo, las historias y los cuentos, o las
adivinanzas que eran las parábolas, tienen que ser entendidas en el tiempo y en la
mentalidad de aquellos a quienes iban dirigidas en primer lugar. San Lucas, en un
capítulo interesantísimo, dirigido a los escribas y publicanos que se sentían limpios
de culpa y se preciaban de despreciar a los pecadores, se complace en presentar
las palabras de Cristo como una invitación al perdón y a la misericordia. Y en ese
sentido, quizá no estaríamos muy dados a alegrarnos con un hombre, pastor, que
habiendo perdido una oveja deja las noventa y nueve para ir a buscar hasta lo
último a la oveja perdida, y quizá no estaríamos tampoco tan dispuestos a
alegrarnos con la alegría de una mujer que perdió una moneda de plata en su
propia casa, quizá con descuido propio y que luego hace fiesta con sus amigas por
haberla encontrado después de haber barrido toda su casa que a lo mejor no era
sino un solo cuarto. Esto le pasa casi todos los días a las queridas “viejitas” que
pierden las cosas, hacen una trifulca, le echan la culpa a los demás, y luego se dan
cuenta con vergüenza que las habían guardado “donde s￳lo ellas sabían”.
Pero si los dos ejemplos anteriores nos dejaran insensibles, no nos ocurriría lo
mismo al escuchar la narración siempre antigua y siempre nueva y siempre
sobrecogedora de aquél padre dos hijos que le tocaron con caracteres tan distintos,
con los cuales tuvo que congeniar. El primero era calculador, frío, sin altibajos de
carácter, con la idea de saber en cada momento qué hacer, pero sin alegrarse
entonces ni de su padre ni menos de su hermano menor. El Hijo más pequeño era
todo lo contrario, emprendedor, con la sangre a flor de piel, que en un momento
dado, inconforme con todo y con todos, decide emprender el camino de su propia
vida, experimentar por caminos desconocidos, a donde no tuviera que dar cuenta a
nadie de sus propias cosas. Se va efectivamente, y emprende un camino muy
difícil, que últimamente me ha recordado aquella película mexicana, “nosotros los
nobles” aunque aquí el padre acompa￱a a los hijos por un camino desconocido de
privaciones, de trabajo y de realización personal. En la parábola el hijo la emprende
solo, y se da encontronazos, se queda sin dinero, sin amigos, parece que todas las
puertas se le cierran, pero no era tonto, y de una cosa estaba seguro y era del
amor y el cariño de su padre. No se equivocaba, pues el padre, que siempre lo
esperó, lo recibió con los brazos abiertos, y dado que estaba en condición de
hacerlo, hizo fiesta e invitó a los de su casa y a los de fuera para participarles su
alegría. Todos participaron menos el hijo mayor que no cabía en sí de coraje al ver
la locura de su padre que echaba la casa por la ventana para festejar al hermano,
que venía a ser un obstáculo para ser él el poseedor absoluto y total de la herencia
paterna. No nos dice la parábola si al fin hubo un abrazo entre los dos hermanos
pero sí nos podemos quedar con la intención de San Lucas que nos refleja el gran
cariño del Buen Padre Dios que se alegra por un pecador, frente a los noventa y
nueve que ya viven en su gracia y en su amistad, y nos invita a alegrarnos con la
alegría de los ángeles por un solo pecador que se convierte, recibiendo la gran
alegría de aquél padre que supo aquilatar el esfuerzo de la vida de su hijo para
conseguir la libertad y la auténtica sabiduría, que gastó el dinero, pero en busca del
verdadero valor de las cosas, que pasó pobreza y enfermedad para descubrir el
valor de la vida y del esfuerzo personal, que renunció a la amistad de todos los
amigos pero que no perdió de vista que el único que podría auxiliarle en un
momento de su vida era su propio padre, y que finalmente quiso hacerse
pordiosero para aquilatar lo que vale el perdón, la bondad y la misericordia de un
padre que no se convirtió en inquisidor de su propio hijo y lo recibió con grandes
muestras de cariño y de amor. Seríamos insensatos si no reconociéramos en éste
padre, nada menos que al Padre, al Buen Padre Dios que te espera con los brazos
abiertos sin más interrogatorio sino sobre el amor y la confianza que podamos
tener en él que nos ha enviado a su propio Hijo para mostrarnos su amor, su
bondad y el inmenso cariño manifestado en el perdón incondicional para nuestros
propios pecados.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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