CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO XXXIII
Celebramos el último domingo del año litúrgico, que será coronado el
próximo con la celebración de Cristo Rey del Universo. Hoy la Palabra de
Dios nos habla del final. En el Credo profesamos nuestra fe en Cristo
Salvador, que “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y
su Reino no tendrá fin”. Es el mismo Cristo, “que por nosotros, los hombres,
y por nuestra salvación bajó del cielo”.
“El derecho pleno de juzgar definitivamente las obras de los hombres y las
conciencias humanas pertenece a Cristo en cuanto Redentor del mundo… El
poder que tiene el Hijo para juzgar coincide con la misericordia del Padre”
(Juan Pablo II). San Juan en su evangelio nos dice que “tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-
17). Cristo, nuestro Salvador y Señor de la vida, al final de los tiempos, de
nuevo vendrá con gloria como signo de amor infinito. El juicio será un acto
de salvación. La segunda venida del Señor constituye un único misterio
salvador con su resurrección.
Ante el futuro, ante el final de los tiempos no tengáis miedo (Evangelio). En
la historia “se desarrolla un designio de salvación, que Cristo ya cumplió en
su encarnación, muerte y resurrección” (Benedicto XVI). No hay que temer
al futuro, porque la providencia de Dios cuida de nosotros con amor de
Padre. “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido
de una mujer (...) para que recibiéramos el ser hijos por adopción”. Dios se
hace hombre: la eternidad entra en el tiempo, y la historia humana se abre
a la plenitud de Dios. En Cristo se unen el tiempo y de la eternidad.
Injertados en Cristo, el Hijo eterno de Dios, recibimos la vida divina.
Nuestro tiempo es ya el tiempo de Dios: la eternidad.
Cristo es Juez Salvador. Juzga salvando. Pero vendrá a juzgar
verdaderamente. Es un juez de bondad infinita, pero verdadero juez. No le
da igual el bien o el mal que hagamos. El juicio final revelará el mal o el
bien que hayamos hecho a lo largo de nuestra existencia. La suerte última,
definitiva y eterna, dependerá del uso que hayamos hecho de la libertad en
nuestro paso por este mundo. Al final los malvados y perversos recibirán el
castigo de sus malas acciones. Mientras que a los que honran el nombre del
Señor los iluminará un sol de justicia, que lleva la salvación en las alas
(primera lectura).
Hemos de entender los textos de las lecturas de hoy en el sentido de que al
final todo será transformado. Todo será purificado. Incluso la belleza de
este mundo. Según la belleza y la bondad eternas de Dios, manifestadas en
Cristo Jesús. Un final que será universal. Para todos. Para todo el mundo.
Incluso el mundo material será transformado. Un final también personal,
individual: cada uno de nosotros seremos sometidos a juicio por el Dios
infinitamente bueno y misericordioso. Un juez justo y salvador.
“El Señor es el fin de la historia humana” (GS 45). “Cuando hayan sido
sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a
Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo”
(1 Co 15, 28).
Los primeros cristianos recitaban una oración: Maranà thà!, (Ven, Señor
Jesús). Nosotros la repetimos después de la consagración en la santa misa.
Nos resulta difícil rezar esta oración: no queremos que el mundo acabe,
pero sí que este mundo cambie profundamente; y sin Cristo nunca llegará
un mundo mejor.
MARIANO ESTEBAN CARO