No se puede servir a Dios y al Dinero
Lc 16, 1-13
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
NINGÚN SERVIDOR PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES..., NO SE
PUEDE SERVIR A DIOS Y AL DINERO
Se trata de una declaración muy fuerte e incisiva, que pone
claramente de manifiesto lo que está en juego. Es preciso saber elegir
con precisión entre Dios y el dinero, o sea, entre el Dios del amor y el
dios del dinero. El evangelio no subraya la falta de honestidad del
administrador, sino la astucia de la que hace gala en la preparación
de su futuro.
El Señor nos invita a preparar nuestro futuro y a darle cuentas de su
gestión con la entrega de nuestros bienes a los pobres mediante un
reparto que sea justo. La riqueza no es algo maldito en sí misma, sino
un servicio y un don a los hermanos que el Señor nos da, una
voluntad de compartir con ellos. Ahora bien, la riqueza puede ser
asimismo un riesgo permanente. Una vez que la sed de riquezas se
apodera de nosotros, ya no nos suelta. Tiende a someternos y a
hacerse con todo nuestro interés. De este modo, poco a poco, Dios
acaba por convertirse en algo secundario o, peor aún, acaba por
convertirse en un adversario peligroso que es preciso eliminar
absolutamente de nuestra propia vida. Por el contrario, cuanto más se
convierte Dios en nuestro único amor, en el único sol de nuestra vida,
en el todo de nuestro corazón, tanto más se debilita el amor a la
riqueza, hasta desaparecer por completo, como en san Francisco de
Asís, para quien Dios se convirtió en el único tesoro para compartir
con los hermanos. O —como él mismo decía— en su «caja de
caudales celestial».
El Señor nos invita en la liturgia de hoy a practicar un discernimiento
de lo que es esencial, de modo que nos desprendamos del dinero o —
mejor— separemos el dinero de nosotros mismos para compartirlo
como puro don de amor. En realidad, el problema principal no es
apartar el dinero de nosotros, sino convertirlo en un valor para el
Reino. Se trata de introducir el dinero en la corriente justa a través de
la cual se abre la gracia de Dios un camino hasta nuestro corazón.
Precisamente al lugar donde el amor de Dios impregna todo lo que
constituye nuestra persona y donde, poco a poco, el amor lo invade
todo hasta brillar como fuego incandescente de amor. Entonces tiene
lugar el milagro: el dinero queda invertido en el Reino de Dios. Ya no
hay «riqueza inicua». Ahora, a través del amor a los necesitados,
fructificará al ciento por uno.
Ésa es la razón de que Pablo insista tanto en la necesidad de la
oración: “Por lo tanto, quiero que los hombres oren constantemente,
levantando las manos al cielo con recta intención, sin arrebatos ni
discusiones”. (1 Tim 2,8). La pureza del corazón, desprendido de todo
y orientado a Dios, es necesaria para que nuestra oración sea luz en
un mundo plagado de injusticias, en donde el dinero se convierte con
frecuencia en una trampa oscura para los hermanos.
ORACION
Te alabamos y te bendecimos, Señor Jesús, por tu inmenso amor. Te
pedimos la gracia de conocerte cada día más íntimamente, a fin de
amarte con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con toda
nuestra vida. Sí, Jesús, tu amor nos abraza, nos rodea: somos en ti y
podemos contemplar en todos los hombres tu amor, que se entrega.
Cada hombre y cada mujer están envueltos por tu mismo fuego de
amor. También lo están nuestros pecados, todas las situaciones que
encontramos, la pobreza y la miseria que descubrimos cada día a
nuestro alrededor.
Haznos crecer, Jesús, en este amor tuyo. Concédenos la gracia de
llegar a un conocimiento cada vez más profundo e íntimo de ti, oh
Señor, que te has hecho hombre por nosotros, para amarnos cada
vez con mayor intensidad y enseñarnos a amar con tu mismo amor.
Imploramos esta gracia del Padre a través de ti, Jesús, que vives y
reinas con él en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.