VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO ORDINARIO C
(Amós 6:1.4-7; I Timoteo 6:11-16; Lucas 16:19-31)
Es sábado en la mañana. Al haber terminado el desayuno, estamos saboreando el
café. Suena el timbre. “¿Quién será?” nos preguntamos. En la puerta vemos a un
hombre y una mujer bien vestidos cada uno llevando la Biblia. Nos preguntan de
qué religión somos. Cuando respondemos “la católica”, nos preguntan qué
pensamos de Marcos 3, 33. Respondemos que no conocemos el versículo por
número, y nos dicen que es donde Jesús rechaza a su madre y hermanos en favor
de sus discípulos. Les decimos que no es cierto porque en el evangelio según san
Lucas refiriendo al mismo encuentro entre Jesús y su familia, Jesús incluye a su
madre entre sus discípulos. Evidentemente hay una diferencia de la interpretación
de la Biblia aquí. Algo semejante pasa en el evangelio que acabamos de leer.
Jesús dirige sus palabras a los fariseos que, según este mismo evangelio de Lucas,
son “amigos del dinero”. “¿Cómo puede amar el dinero – preguntamos – si toman
en serio la Ley bíblica?” Pero hay que acordarse de que se puede interpretar la
Biblia en muchas maneras, y los fariseos no serían los únicos para hacerlo como les
conviene. Racionalizan si Dios bendice a aquellos que siguen la Ley con grandes
cosechas y muchas vacas (vean Deuteronomio 18,3-4), entonces los ricos son los
benditos de Dios. Con este tipo de pensar, está bien que el rico en la parábola de
Jesús desconoce al mendigo cubierto con llagas en su puerta. Pues simplemente no
quiere interferir con el castigo justo de Dios al pobre.
Pero Jesús tiene otro modo de interpretar las Escrituras. Para él las Escrituras ven
a los pobres como los particularmente cuidados por Dios (Éxodo 22:20-26). Por
eso, cuando los ayudemos nosotros, cumplimos la voluntad del Señor
(Deuteronomio 15,7). No sólo dice esto la Ley, los primeros cinco libros de la
Biblia, sino también los profetas (Isaías 58,6-7) y los salmos (Salmo 34,6). Según
la parábola, Jesús tiene la mejor interpretación porque en la muerte el mendigo
llega al lado de Abraham mientras el rico sufre los tormentos de fuego.
Pero ¿cómo deberíamos ayudar a los desgraciados? Un hombre estaba en un
semáforo pidiendo limosnas. El chófer de un van asomó su mano con un billete
para el mendigo. ¿Deberíamos imitar a él? Los directores de asilos para los
desamparados dirán que no. En su parecer el dinero dado directamente a los
mendigos en la calle será malgastado. Recomendarán que hagamos los donativos a
las caridades que proveen a los indigentes con las necesidades básicas. De todos
modos una cosa es clara: ningún seguidor de Jesús puede refutar la responsabilidad
de socorrer a los pobres.
Al final de la parábola el rico pide a Abraham que mande a Lázaro a sus cinco
hermanos. Cree que si los hermanos escucharían a un resucitado de la muerte
interpretar las Escrituras, aprenderían cómo leerlas correctamente. Pero Abraham
sabe mejor. Se da cuenta que la interpretación verdadera no depende tanto del
estado del maestro como del corazón del estudiante. Por eso, cuando Jesús
resucita de la muerte, la mayoría de los fariseos no lo aceptan como el Cristo a
pesar de que toda su trayectoria se ha correspondido con la misma Ley y profetas.
Les falta el espíritu para ver su amor abnegado – y no el poder para derrotar
ejércitos – como la marca principal de Dios.
Todavía se oyen comentarios diciendo que la Iglesia Católica no quiere que la gente
lea la Biblia. No es verdad ahora y a lo mejor siempre era resultado de mal
entendimiento. Sin embargo, la Biblia de familia católica en muchas casas lleva
más flores secas que páginas manchadas por los dedos. ¡Qué pena! Pues la Biblia
correctamente interpretada nos muestra el cuidado de Dios para toda Su gente. La
Biblia muestra el cuidado de Dios para todos.
Padre Carmelo Mele, O.P.