Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Tiempo Ordinario, Año Impar,
Semana No. 25, Miércoles
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud * Bendito sea
Dios, que vive eternamente. * Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los
enfermos
Textos para este día:
Esdras 9,5-9:
Yo, Esdras, al llegar la hora de la oblación de la tarde, acabé mi penitencia y, con el
vestido y el manto rasgados, me arrodillé y alcé mis manos al Señor, mi Dios,
diciendo: "Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar el rostro hacia ti,
porque nuestros delitos sobrepasan nuestra cabeza, y nuestra culpa llega al cielo.
Desde los tiempos de nuestros padres hasta hoy hemos sido reos de grandes culpas
y, por nuestros delitos, nosotros con nuestros reyes y sacerdotes hemos sido
entregados a reyes extranjeros, a la espada, al destierro, al saqueo y a la
ignominia, que es la situación actual. Pero ahora, el Señor, nuestro Dios, nos ha
concedido un momento de gracia, dejándonos un resto y una estaca en su lugar
santo, dando luz a nuestros ojos y concediéndonos respiro en nuestra esclavitud.
Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud;
nos granjeó el favor de los reyes de Persia, nos dio respiro para levantar el templo
de nuestro Dios y restaurar sus ruinas y nos dio una tapia en Judá y Jerusalén."
Tobías 13,2-8:
Él azota y se compadece, / hunde hasta el abismo y saca de él, / y no hay quien
escape de su mano. R.
Dadle gracias, israelitas, ante los gentiles, / porque él nos dispersó entre ellos. /
Proclamad allí su grandeza, / ensalzadlo ante todos los vivientes: / que él es
nuestro Dios y Señor, / nuestro padre por todos los siglos. R.
Veréis lo que hará con vosotros, / le daréis gracias a boca llena, / bendeciréis al
Señor de la justicia / y ensalzaréis al rey de los siglos. R.
Yo le doy gracias en mi cautiverio, / anuncio su grandeza y su poder / a un pueblo
pecador. R.
Convertíos pecadores, / obrad rectamente en su presencia: / quizás os mostrará
benevolencia / y tendrá compasión. R.
Lucas 9,1-6:
En aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad sobre toda
clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino
de Dios y a curar a los enfermos, diciéndoles: "No llevéis nada para el camino: ni
bastón ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto. Quedaos en
la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si alguien no os recibe,
al salir de aquel pueblo sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa." Ellos se
pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando el Evangelio y curando
en todas partes.
Homilía
Temas de las lecturas: Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud * Bendito sea
Dios, que vive eternamente. * Los envió a proclamar el reino de Dios y a curar a los
enfermos
1. El milagro de la contrición
1.1 Cualquiera diría que arrepentirse es una cosa sencilla y como espontánea. La
primera lectura de hoy nos enseña que no es así. Y sin embargo, arrepentirse es
una gran bendición para el alma humana.
1.2 Dolor de los pecados es arrepentirse de haber pecado y de haber ofendido a
Dios. Arrepentirse de haber hecho una cosa es querer no haberla hecho,
comprender que está mal hecha, y dolerse de haberla hecho. El arrepentimiento es
un aborrecimiento del pecado cometido; un detestar el pecado.
1.3 No basta dolerse de haber pecado por un motivo meramente humano. Por
ejemplo, en cuanto que el pecado es una falta de educación (irreverencia a los
padres), o en cuanto que es una cosa mal vista (adulterio), o que puede traer
consecuencias perjudiciales para la salud (prostitución), etc. El arrepentimiento
profundo, que mira la aborrece la ofensa a Dios, precisamente porque Dios ha sido
ofendido, y que se propone no volver a ofenderlo, es exactamente la contrición.
1.4 No es lo mismo el dolor de una herida -que se siente en el cuerpo- que el dolor
de la muerte de una madre -que se siente en el alma-. El arrepentimiento es «dolor
del alma». Pero el dolor de corazón que se requiere para hacer una buena confesión
no es necesario que sea sensible realmente, como se siente un gran disgusto. Basta
que se tenga un deseo sincero de tenerlo. El arrepentimiento es cuestión de
voluntad. Quien diga sinceramente «quisiera no haber cometido tal pecado» tiene
verdadero dolor en el alma. Un dolor de amor.
2. El envío
2.1 La lectura de san Lucas, por su parte, nos presenta hoy el envío: momento
clave de los evangelios. Tiempo oportuno para recordar la enseñanza que nos dejó
Pablo VI en los números 13 y 14 de su Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi",
y que aquí transcribimos en parte, adaptando a nuestra numeración.
2.2 Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la
participación en la fe, se reúnen pues en el nombre de Jesús para buscar juntos el
reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez
evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale
también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los
define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de la
tinieblas a su luz admirable" (1 Pe 2,9). Estas son las maravillas que cada uno ha
podido escuchar en su propia lengua. Por lo demás, la Buena Nueva del reino que
llega y que ya ha comenzado, es para todos los hombres de todos los tiempos.
Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación,
pueden y deben comunicarla y difundirla.
2.3 La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador:
"Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades" (Lc 4,43), se
aplican con toda verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado,
siguiendo a San Pablo: "Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino
que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara!" (1 Cor 9,16).
Con gran gozo y consuelo hemos escuchado, al final de la Asamblea de octubre de
1974, estas palabras luminosas: "Nosotros queremos confirmar una vez más que la
tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la
Iglesia"; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad
actual hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y
vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para
evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia,
reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa
Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.