CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XV DOMINGO
La vida eterna es la vida de Dios, la divinidad. Dios se hizo hombre, asume la
naturaleza humana, para hacernos partícipes de su divinidad. El prefacio III de
Navidad canta el maravillosos intercambio que nos salva: “al revestirse tu Hijo de
nuestra frágil condición, no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana,
sino que por esta uni￳n admirable nos hace a nosotros eternos”. Es el misterio de
nuestra salvaci￳n. “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”, pregunta
el letrado a Jesús (Evangelio). La segunda lectura da la respuesta: vivir con Cristo y
como Cristo, por la fe y el amor, cumpliendo los mandamientos.
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos (segunda lectura), porque es
hombre verdadero. Pero también es el creador de todo, porque es Dios verdadero.
En Él “habita la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). Él es la cabeza del cuerpo de la
Iglesia (segunda lectura), sobre la que ejerce un influjo vital, santificador. Le da
unidad. Jefe y cabeza de la Iglesia, Cristo la gobierna y la dirige, la hace crecer y es
la fuente de su vida sobrenatural.
Para heredar la vida eterna, la vida de Dios, la divinidad, hemos de vivir unidos a
nuestra cabeza por la fe y el amor. Y “en esto consiste el amor de Dios: en que
guardamos sus mandamientos” (I Jn 5, 3). En el Evangelio de San Juan se pone de
manifiesto la misma idea: “si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor”. Y el mandamiento del Se￱or es que nos amemos unos a otros “como Él nos
ha amado” (Jn 15, 10-12). Ésta será la señal por la que se reconocerá al discípulo
de Cristo.
“Amarás al Se￱or tu Dios con todo tu coraz￳n y con toda tu alma y con todas tus
fuerzas y con todo tu ser”, en una comuni￳n de coraz￳n a coraz￳n. Amarle con todo
lo que somos y tenemos. El amor a Dios ha de estar por encima de todas las cosas.
Hemos de amar al prójimo como a nosotros mismos. Comportarnos como prójimo
es tratar al hermano con entrañas de misericordia (Evangelio).
Los mandatos del Señor son la voz de Dios, que nos habla en lo más íntimo de
nosotros mismos, en el fondo de la conciencia, en el corazón (primera lectura). No
son una imposición inalcanzable, sino un don de Dios, en orden a nuestro
crecimiento en el amor a Cristo Jesús, autor y guía de nuestra salvación, y en el
amor a nuestros hermanos.
MARIANO ESTEBAN CARO