CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
XX DOMINGO
Cristo es nuestra paz: de los dos pueblos ha hecho uno solo, derribando mediante
su sacrificio el muro de enemistad que nos separaba… para hacer en sí mismo de
los dos un solo hombre nuevo, y estableciendo la paz, para reconciliar con Dios a
ambos en un solo cuerpo mediante la cruz, por la que dio muerte a la enemistad”
(Ef 2, 14-16). Inauguraba así el Reino de Dios, que es amor, alegría y paz. En el
prefacio de la fiesta de Cristo Rey cantamos al Señor Jesucristo, “víctima perfecta y
pacificadora en el altar de la cruz”, que entrega al Padre “el reino de la justicia, el
amor y la paz”.
Él quiere que seamos sembradores del bien y de la paz. Tolerantes, pero sin
traicionar nuestra fe. Buscando la paz del corazón, que es la que construye la paz
exterior.
Cristo en el Evangelio de hoy dice que no ha venido a traer paz sino división. La paz
de Cristo no es sólo ausencia de guerras. Al contrario, es fruto de una lucha
constante contra el mal. Compromiso por el amor, la verdad, la justicia, el respeto.
Cristo trae el fuego del amor de Dios, que nos transforma.
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de
Dios» (Mt 5,9). Paz con Dios haciendo su voluntad, paz con nosotros mismos, con
nuestra conciencia, y paz con el prójimo y con toda la creación. Estamos hechos
para la paz, que es don de Dios y conquista del hombre. “La paz no es un sue￱o, no
es una utopía: la paz es posible” (Benedicto XVI).
Ser cristiano es una realidad viva y exigente: corramos la carrera que nos toca sin
retirarnos (segunda lectura). La vida cristiana no es repetición ni la costumbre de
siempre. Hemos de tener los criterios y los sentimientos de Cristo. Por eso, se
produce división. No todos lo aceptan. División que atraviesa incluso nuestro
propio corazón. En lucha constante, porque el bien que queremos no lo hacemos y
el mal que no queremos eso es lo que hacemos. Hemos de estar siempre
dispuestos a vencer al mal a fuerza de bien En lucha contra el mal. Sin cansarnos
de hacer el bien.
Fijos los ojos, por la fe y el amor, en Cristo Jesús, autor y el guía de nuestra
salvaci￳n. Él es nuestro punto de referencia. “Siguiendo los pasos del Se￱or
Jesús, los cristianos se convierten en “instrumentos de su paz”, según la célebre
expresión de san Francisco de Asís. No de una paz inconsistente y aparente, sino
real, buscada con valentía y tenacidad en el esfuerzo diario por vencer el mal con
el bien y pagando personalmente el precio que esto implica” (Benedicto XVI).
MARIANO ESTEBAN CARO