VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
S
Hoy debemos confrontarnos con una de esas páginas del Evangelio que nos
parecen, al mismo tiempo, tanto hermosas cuanto impracticables, tanto profundas
cuanto inalcanzables, tanto sublimes cuanto lejanas de nuestra pobre y humilde
condición de miserables pecadores…
Una de esas enseñazas del Señor de las que nos preguntamos si no están
reservadas a San Francisco de Asís, la Madre Teresa, y algunos pocos otros de una
selectísima elite espiritual de la cual seguramente no nos sentimos parte
integrante…
Quizás la tentación más insidiosa sea el pensar que en el fondo Cristo
propone un ideal evangélico altísimo, como para movernos a levantar la
puntería espiritual, pero sabiendo a priori que no llegaremos nunca , y que
por lo tanto deberemos conformarnos (y conformarlo a Dios) con lo que
buenamente podamos hacer, pero sin exagerar…
En realidad, es fundamental comprender que estamos frente a una
dimensión visceral, eminente, y totalmente posible y practicable de la
novedad de vida que Jesús ha venido a traernos: no es una enseñanza dirigida a
super-cristianos extraordinarios, a castas espirituales privilegiadas o a curas y
monjas con coraje espiritual superior a la media normal; es el programa de vida, la
hoja de ruta, el estilo de los que conocen el amor del Padre, abrazan las
enseñanzas del Hijo, y reciben con docilidad la gracia del Espíritu Santo en
el propio corazón… es decir, de los cristianos!
No me detengo a hacer consideraciones sobre el increíble, el
insospechado e impresionante poder que esta enseñanza del Señor tiene
incluso aplicándola simplemente en el campo de las relaciones humanas, en la
psicología, en la ética o incluso en la política… Si alguno tuviese dudas al respecto,
bastaría contemplar por un momento cómo Ghandi obtuvo la libertad y la
independencia de su nación con la aplicación sistemática de la anti-violencia como
metodología que “desarmó” y obligó a irse a una mentalidad colonialista situada en
las antípodas de todo lo que las lecturas nos dicen hoy…
El Señor en su Evangelio no esconde segundas intenciones ni estrategias
psicológicas manipulatorias que saben donde tocar para provocar el efecto
deseado… Se nos invita a una apuesta verdaderamente altísima : no sólo
desechar la lógica (tan “instintiva”) de responder a la violencia con más violencia
(que ya sería tanto!), sino incluso a derrotarla totalmente con otra lógica
revolucionaria: la del amor , la de un amor más fuerte que todo y que todos,
capaz de ir hasta la raíz, hasta el fondo de las situaciones y los corazones, para
transformarlos completamente…No es “un amor”… es SU AMOR!
Desafío que el Señor propone de un modo tan frontal y desfachatado que o
se lo desecha como una utopía ingenua, o se lo recibe con la actitud con la cual
María Santísima recibió el anuncio del ángel… Difícil imaginar actitudes intermedias
que no sean una simple concesión moralista que será barrida con el viento e la
primera tentación que aparezca…
“Amen a sus enemigos, hagan el bien a aquellos que los odian, bendigan
aquellos que los maldicen, recen por aquellos que los maltratan” (Evangelio).
Una de las preguntas que suscita este Evangelio es ¿Porqué amar a
nuestros enemigos; porqué hacer el bien a aquellos que nos odian, que nos
maldicen, que nos maltratan? Puede parecer que es casi como ir en contra de
nuestra naturaleza…
Y yo creo que la parte más contundente de las respuesta es: porque
Cristo nos ha amado exactamente así; nos ha amado cuando éramos sus enemigos,
cuando lo hemos odiado, cuando lo hemos maldecido, cuando lo hemos maltratado,
cuando lo hemos crucificado…
Pero hay aún más: cuando los cristianos tantas veces nos justificamos,
diciendo: “no mato, no robo, no hago da￱o a nadie, no soy mejor pero tampoco
peor”, y cosas por el estilo, nuestro Dios (que no es el Dios del “no”, sino del “sí”),
nos dice: “Sean santos, porque Yo Soy Santo!” (Iª lect). Tampoco aquí veo
muchas posibilidades intermedias: o bien Dios es simplemente un punto de
referencia más o menos inspirador de algunas vagas actitudes etico-religiosas, o Él
es la fuente primordial de todo nuestro creer, pensar, sentir y obrar… O lo
contemplamos a Él, o bien idolatraremos sacrificando en falsos altares, si es que no
terminamos antes estrellados contra el espejo de nuestro egoísmo auto-referencial.
“Poner la otra mejilla” se ha hecho una expresión clásica de la caridad y la
paciencia cristiana… Es posible hacerlo sin ser “buenista”, “buenudo” o “buenito”?...
Siempre me ha impresionado ver cómo lo vivió el Señor en Persona, cuando le
tocó, durante su Pasión: abofeteado por un chupamedias del sumo sacerdote de
turno, Él, que podría haberlo hecho desaparecer con solo mirarlo, lo hace razonar:
“Si he dicho algo malo, mostrame d￳nde; si no: porqué me pegás?”(Jn18,23). Allí
donde el enojo, incluso el justo, hace perder la razón y cometer cosas de las cuales
luego no basta la vida para arrepentirse, el amor que brota de la fe mueve
precisamente a no perder la razón, a encontrar las razones, incluso las del corazón,
para reaccionar como persona, como cristiano, como hijo de Dios.
Finalmente, se nos invita, se nos pide, se nos ordena que seamos perfectos
como el Padre Celestial… ¿Definitivamente exagerado, desproporcionado,
imposible? Definamos perfección : ciertamente no es la impecabilidad apolínea de
quien nunca se equivoca porque nunca hace nada; o de quien nunca se ensucia las
manos porque nunca las saca de los bolsillos; o de quien es bueno porque no
tendría el coraje de ser de otro modo… Si vamos a buscar en el Evangelio de San
Lucas el texto paralelo correspondiente a este de Mateo, encontramos la respuesta:
sean MISERICORDIOSOS, como es Misericordioso el Padre del Cielo (cfr. Lc.
6,36)… Basta releer la primera lectura desde esta perspectiva reveladora, para ver
como la santidad que se nos pide es la del perdón generoso que supera el
odio y la sed de venganza; y si queremos ahondar sobre el sentido de este ser
misericordioso, el salmo de hoy es un verdadero himno:
“Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas.
Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Se￱or ternura por sus fieles”.
Este es el hombre celestial del que habla San Pablo, en la II lectura: el que
es templo del Espíritu Santo, y al cual pertenece “el mundo, la vida, la muerte,
lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de
Dios”.
Este ser celestial, que es animado por el Espíritu Santo es cada uno de
nosotros; con esta presencia transformadora en el corazón se es capaz de
perdonar, capaz de amar a sus propios enemigos.
Tenemos fe en Dios, tenemos esperanza en él, lo amamos y Él es la fuente
de nuestro amor… Este evangelio nos muestra que también Él tiene “fe” en
nosotros, tiene esperanza en nosotros, y que con el “mandamiento nuevo”
del amor nos está regalando tanto, tanto, que no podemos no compartir y repartir
este amor, viviéndolo y testimoniándolo.
Amen!