VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Padre Dr. Juan Pablo Esquivel
S
El Evangelio de hoy se abre con una sentencia lapidaria, que es recurrente en
el Evangelio:
O Dios, o el dinero…
Es que el Señor, que conoce muy bien el corazón humano, sabe muy bien cuán
intensa es la insidia del poderoso caballero don dinero para apoderarse del corazón
humano y erigirse allí un altar idolátrico en el cual todo y todos son sacrificables
en función de los más mezquinos y materiales intereses… Sí: el apego al
dinero no es solo un vicio, una debilidad o un defecto: es una idolatría; y en las
idolatrías de todo tipo (y en esta especialmente!) algo que no es Dios toma el lugar
de Dios y se erige en absoluto, indiscutible, no-negociable y fundamento de la vida
del idólatra, que termina quemando como incienso a su dios, de modo consciente o
no, incluso su propia dignidad, su propia felicidad, y su salvación eterna…
En realidad, el dinero es un óptimo servidor… pero un pésimo patrón !
Un patrón que - como los tiranos de todos los tiempos - busca y encuentra siempre
la excusa perfecta para justificar su despótico dominio sobre sus súbditos… En
nuestro tiempo quizás le resulta especialmente fácil, pues incluso la importancia
edilicia que en un tiempo ya pasado tuvieron las catedrales, ahora lo tienen las
bancas, verdaderos “templos” frecuentados asiduamente por devotos y
necesitados…
¿Qué alternativa válida propone el Señor como uso sabio de los bienes
materiales que permanecen de todos modos necesarios para una vida digna y
decorosa en este mundo? La mejor de todas, la que tiene incluso un nombre
que suena como música en los oídos y los corazones creyentes: se llama
PROVIDENCIA!!!
Y el Señor, con su acostumbrado estilo práctico, más que definirla, la describe:
y lo hace comenzando por desenmascarar las actitudes incompatibles con el sentido
de la Divina Providencia:
“No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber,
ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir.
¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?
Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo,
vuestro Padre celestial los alimenta.
¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su
vida?”
Qué hermosa esta invitación a la confianza hecha por quien la merece más que
nada y nadie en el mundo!! Cuánto realismo, cuanta sensatez, cuánta sabiduría,
que nosotros tantas veces sofocamos con argumentos que no prueban nada, y que
hacen que terminemos ahogándonos, a veces incluso en un vaso de agua!!
No se nos invita a firmar un cheque en blanco, o a dar un salto en el vacío con
una confianza ciega, sino todo lo contrario: se trata de abrir bien los ojos para
contemplar no una promesa, sino una realidad, una Providencia que actúa
todo el tiempo, todos los días, a cada momento, con una superabundancia
y una prodigalidad que no dejan lugar a dudas:
“¿Por qué os agobiáis por el vestido?
Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan.
Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos.
Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno,
Dios la viste así,
¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os
vais a vestir.
Los gentiles se afanan por esas cosas.
Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”.
Frente a este confidencia del Corazón de Cristo, comprendemos mucho mejor las
palabras de Isaías en la Iª lect: Dios no se distrae, no se olvida, y sobre todo no
nos olvida…
Mientras los avaros y egoístas no descansan en su afán de acumular más y más, y
se consuman en una vida miserable incluso humanamente (con o sin dinero), el
creyente descansa rico de fe y esperanza en un Dios que no abandona… Y
por eso puede cantar, como lo hemos hecho nosotros con el salmo: “descansa
sólo en Dios, alma mía”…
En el texto evangélico que hoy hemos leído la palabra “ preocupación ” o “ agobio
aparecen seis veces… Y todas las veces como la actitud que caracteriza al
pagano , a quien no tiene fe ni en Dios, ni en su amor, ni en su Providencia, ni en
su paternidad…
Termina el evangelio dándonos una indicación positiva muy concreta y precisa:
“Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio
agobio.
A cada día le bastan sus disgustos.”
Hoy el Señor nos da una lección riquísima no solo de fe, sino también de
humanidad : nos enseña que no debemos pre-ocuparnos, sino simplemente
ocuparnos de lo que tenemos hoy bajo nuestra responsabilidad…
El pasado ya pasó: es justo dejarlo en manos de Su Misericordia .
El futuro aún no llega: es justo que quede en manos de Su Providencia .
El presente (palabra que significa también don, regalo …) es lo que Él pone hoy
en nuestras manos, y que debemos administrar.
Y “en un administrador, lo que se busca es que sea fiel” (II lect)
El Señor nos propone un trato en el que los únicos ganadores somos nosotros :
“Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia;
lo demás se os dará por añadidura”.
Ocupémonos entonces, con este espíritu, con esta fe, con esta esperanza, con el
amor de Dios en nuestros corazones, con la plena certeza de que si sabemos
comprometernos con las cosas de Dios, Él personalmente se ocupará de las
nuestras…
Amén!