Encuentros con la Palabra
Domingo Ordinario XXVI – Ciclo C (Lucas 16, 1-13)
(...) tampoco creerán aunque un muerto resucite”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Hace algún tiempo el periódico El Tiempo traía una noticia que debió crear malestar entre los ricos
de nuestro país: “En E.U. piden a colombianos pagar más para la guerra”. Un poco más abajo
decía: “Se muestran preocupados [los congresistas norteamericanos que debaten ayuda para
Colombia] ante la posibilidad de estar ‘subsidiando’ a la élite colombiana, que, según las cifras,
paga pocos impuestos en comparaci￳n con el resto del mundo”. Es triste que s￳lo se les ocurra
que hay que pagar más impuestos para financiar la guerra y no se les ocurra que hay que pagar
más para financiar el desarrollo humano sostenible de toda la población, de modo que se le quite el
piso a la guerra en la que está sumido este pobre país. Es triste, es verdad, pero nos hacen caer
en la cuenta de una realidad que puede estar a la base de todo el problema social que vivimos.
Según el artículo, “Colombia es el tercer país menos equitativo de América Latina, que es la regi￳n
más inequitativa del mundo. El 10 por ciento de los colombianos más ricos gana 80,27 veces más
que el 10 por ciento de los más pobres. En E.U. ese mismo 10 por ciento gana solo 15,9 veces
más que el 10 por ciento de los pobres (...) Si se mira la situación desde la perspectiva de la
tenencia de la tierra, la inequidad es aún mayor: el 0,4 por ciento de los colombianos, de acuerdo
con un estudio del Gobierno, es due￱o del 61,2 por ciento de la tierra para fines agrícolas”. No hay
que olvidar que estas cifras tienen su origen en un informe del Centro para la Política Internacional
(CIP), reconocido grupo de análisis social, publicado en el periódico con mayor circulación en
Colombia, al que no se puede acusar, propiamente hablando, de favorecer a la subversión...
Pocos días después, un buen amigo vio cómo la policía, por petición de los vecinos del sector
donde vive actualmente, se llevaba a una vendedora ambulante, que sólo trabaja para vivir y
sostener a su familia. Ante el atropello que se estaba cometiendo, mi amigo se acercó y le dijo a
los policías: “Trátenla como una persona humana”. Uno de los vecinos, que habían denunciado a
la vendedora, respondi￳: “¡No nos venga ahora con discursos sociales!”. Pero mi buen amigo,
encarando al hombre, dijo: “¡No estoy hablando de discursos sociales, sino del Evangelio de
nuestro Se￱or Jesucristo!”
Eso mismo deberíamos repetir hoy después de haber ofrecido los datos de la repartición de las
riquezas en nuestro país, y de la necesidad de crear condiciones de mayor igualdad entre los
colombianos: ¡Estamos hablando del Evangelio! La parábola que nos cuenta hoy el Señor parece
sacada de nuestra propia realidad: “Había un hombre rico que se vestía con ropa fina y elegante y
que todos los días ofrecía espléndidos banquetes. Había también un pobre llamado Lázaro, que
estaba lleno de llagas y se sentaba en el suelo a la puerta del rico. Este hombre quería llenarse
con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas”. La
historia muestra el destino definitivo del pobre después de su muerte, que es llevado al seno de
Abraham, y el destino del rico del que solo dice que “fue enterrado” y llevado un lugar de tormento.
El diálogo entre el rico y Abraham es muy interesante. El rico quiere que Abraham advierta a sus
hermanos, por algún medio, para que al morir no vayan al mismo lugar a donde él ha sido llevado.
Pero Abraham le recuerda que para eso tienen a Moisés y a todos los profetas. Solo tienen que
hacerles caso. Por fin, el rico termina diciendo: “Padre Abraham, eso no basta; pero si un muerto
resucita y se les aparece, ellos se convertirán. Pero Abraham le dijo: ‘Si no quieren hacer caso a
Moisés y a los profetas, tampoco creerán aunque algún muerto resucite”. Resucit￳ el Se￱or, y
tampoco le hemos hecho caso. Incluso, al que predica estas cosas lo acusan de estar echando
discursos sociales ’, cuando lo que está en juego es el anuncio del Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo. Los congresistas norteamericanos encontraron el origen de nuestras desgracias, pero
están equivocados en la solución, cuando creen en la guerra y no en la vida digna para todos.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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