XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Padre Julio Gonzalez Carretti O.C.D
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Am. 6,1.4-7: Los que lleváis una vida disoluta, iréis al destierro.
La primera lectura, es una clara denuncia del profeta contra Israel, Samaria y sus
representantes. Es una llamada de atención, a los líderes de Samaria, capital del
reino del Norte, condena la confianza fetichista en lugares, ritos, templos que
encubren la injusticia, y desenfreno moral de sus habitantes. Cuando condena el
profeta Amos, sabe de lo que habla, porque conoce su riqueza escandalosa, sus
manjares exquisitos, sus orgías y borracheras, ungüentos, etc. Amos, es uno de los
profetas más directos en su ataque contra la clase dominante, en ese momento;
con lo que queda claro, que cada profeta enviado por Dios, posee un matiz propio,
que se inserta en la historia de la salvación hasta Jesucristo, que también tiene un
espacio para sus discípulos comprometidos con su fe.
b.- 1Tm. 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la venida del Señor.
Tenemos una gran exhortación a Timoteo. Son recomendaciones que todo
catequista y ministro deberían tener en cuenta a la hora de ser responsable de una
comunidad eclesial. Al comienzo encontramos unos consejos para desempeñar la
labor de ministro como auténtico cristiano, en contraste con los falsos doctores
sancionados anteriormente (v.11; cfr. 1Tim.6, 30-10). La solemne profesión a la
que alude el autor sagrado se refiere seguramente a la ordenación para el
ministerio o su confesión de bautismal. El ministro desempeña su cargo, el
mandato, en vista de Jesucristo, cuyo testimonio fue de palabra y con la vida,
incluida la pasión, muerte y resurrección. La mención de Poncio Pilato, es
importante porque fue quien recibió el testimonio histórico de Cristo de ser el
Mesías, ahora es necesario para los cristianos, que deben dar razón de su fe en el
Crucificado y Resucitado, ante las autoridades paganas. El autor hace cercano el
testimonio de Cristo a sus discípulos hoy destinatarios de su epístola. Testimonio de
Cristo y del cristiano que ha de dudar hasta el día de su Manifestación o parusía
final (cfr. 2 Tm.4,1.8; Tt.2,13). Concluye con una doxología, referida a Dios como
origen de la manifestación gloriosa de Jesucristo.
c.- Lc. 16,19-31: Lázaro y el rico.
El evangelio nos presenta la vida presente y el más allá de la muerte de un rico y
de mendigo. Luego de proclamar las bienaventuranzas de los pobres y las
conminaciones contra los ricos, el evangelista nos presenta el destino final de
ambos. Está presente la idea de no dejarse convencer por la Escritura, lo que
significa, rechazar el mensaje y al enviado de Dios. Se resalta la idea de la
generosidad en esta vida y de dar cuenta de los bienes en la eternidad y el querer
rectificar lo malo es imposible, sólo se puede realizar en esta vida. El corazón duro
no se convierte aunque resucite un muerto. Los protagonistas son un hombre rico y
un mendigo. El primero vive bien, veste bien, daba grandes banquetes cada día.
Vive como si Dios no existiera, no ve a Dios mucho menos al pobre (cfr. Lc.12,19).
A la puerta de su casa había un mendigo, postrado, cubierto de llagas, deseaba las
sobras que caían de la mesa del rico y los perros lamían sus llagas. Muertos
ambos, la suerte de ellos es muy distinta, mientras Lázaro es llevado por los
ángeles al seno de Abraham (cfr. Mt.8,11), el rico fue al infierno, lugar de los
muertos, sitio de castigo y tormento. La vida perdura después de la muerte, y
según cumplieran con la voluntad de Dios en esta tierra será su destino eterno en
el más allá. El rico quiere cambiar su destino, y acude a Abraham que mande a
Lázaro para alivie su sed, sigue viendo al mendigo como un servidor. Abraham no
consiente, le recuerda haber gozado en vida de sus bienes, en cambio, Lázaro
males, con lo cual se deduce que el rico, sufre no por haber sido rico, sino por
haber usado mal su riqueza (cfr. Lc. 16,9). Sigue lejos de Dios, puesto que cuando
vivía no hizo caso de Yahvé, sólo que no era consciente del dolor que ello suponía,
por eso sufre ahora. Fue sordo a la palabra de Dios (cfr. Rm.15, 4). Lázaro, aunque
quisiera no podría ir porque hay un abismo entre buenos y malos. Lázaro puso su
confianza en Dios, por ello es admitido en el banquete celestial (cfr. Mt.5,3-10). En
Moisés y los profetas, en las Escrituras Dios nos dejó su palabra que nos guía para
vivir para siempre con ÉL en comunión perfecta y no lejos como el destino del rico
(cfr. 2Pe.1, 19). Ahora es Jesucristo es su palabra, su contenido su vida y obras, su
misterio de pasión muerte y resurrección (cfr. Lc. 24, 27-46). Quien se hace su
discípulo, y cumple su palabra, es preservado del infierno, porque fruto del
evangelio, ella es la conversión (cfr. Hch. 2,37s). Quien no escucha la Palabra de
Dios, menos se dejará convencer aunque resucite un muerto; Lázaro de Betania
resucitó, sin embargo fue ese el motivo que condenó a Jesús a la muerte por parte
de los fariseos (cfr. Jn.11, 46ss). Dios hizo lo que el rico pedía pero resucitando a
Jesús de entre los muertos. Es la gran señal que pedían los doctores de la ley y que
el rico. El rico no debe fiarse de las riquezas y apoyarse de ellas, debe buscar la
voluntad de Dios, y fruto de ello, será el amor al prójimo (cfr. Is.58,6s;
Sant.2,5.6.12s). La comunidad eclesial necesita siempre de esta amonestación de
parte del Señor Jesús.
Teresa de Jesús enseña que en la oración podemos acostumbrarnos a estar ante la
Verdad que es Dios y desde su luz mirar nuestra historia, nuestra vida y
convertirnos día a día a su evangelio. “Qué será el día del juicio, cuando esta
Majestad se nos mostrará claramente y veremos las ofensas que hemos hecho” (V
40,11).