Ciclo C: XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
¡Atención al pecado de omisión!
Nuevamente, la liturgia nos presenta un fragmento del escrito profético de Amós.
La denuncia de la hipocresía religiosa es señalada de forma irónica a través de este
oráculo profético que empieza con el llamativo “ay”, propio de las lamentaciones
proféticas. Amós, animado por el Espíritu de Dios, denuncia la “comodidad” que
viven ambos reinos, Israel (Samaria) y Judá (Sión), que los está conduciendo a
dejar de lado a Dios y a confiar más bien en sus bienes materiales. Es conocido en
Amós, la fuerte denuncia por el aprovechamiento de los pobres para enriquecerse
más, especialmente la clase pudiente y los comerciantes, pero a la par, se escucha
insistentemente la denuncia por la “aparente” devoción que los lleva a la dicotomía
entre fe y vida. Israel y Judá deben aprender a confiar en todo momento en Dios.
Han pasado momentos difíciles en su pasado y corrieron a implorar a Dios, ahora,
en la situación de prosperidad en que se encuentran, especialmente el reino del
Norte (Samaria), se han olvidado de Dios y se sienten seguros “durmiendo y
descansando en sus camas de marfil”, componiendo cantos por su espaciado
tiempo de ocio, satisfaciéndose en banquetes por sus numerosos ganados sin
importarles en absoluto las necesidades de los pobres. Se preanuncia ante esta
situación que terminarán en la ruina (alusión al “quebrantamiento de José” – caída
del Reino del Norte) y es la sentencia con que el profeta cierra esta denuncia: el
exilio que está por venir. Una vez más, Amós cuestiona la hipocresía religiosa que
vive Israel, hay un mero cumplimiento en la liturgia pero una poca sensibilidad por
sentirse necesitados de Dios y, más aún, fortalecen su egoísmo explotando a los
pobres y sustentándose solo en los bienes materiales.
Esta primera carta de Pablo a Timoteo concluye con diversos pero apreciados
consejos para él, y en él, a toda la comunidad cristiana. Es muy sugerente el
vocativo que utiliza Pablo para referirse a Timoteo: “hombre de Dios”; y lo ha
puesto a continuación de una advertencia frente al peligro del dinero y la riqueza.
Quien desea ser un “hombre de Dios”, debe huir de esta gran tentación y aferrarse
a practicar vivamente la justicia, la piedad, la fe…Pablo propone el seguimiento de
Cristo como una lucha constante, cuya mirada debe estar en el horizonte de la vida
eterna y que Timoteo, en un momento concreto, lo expresó decididamente
mediante una “profesión” solemne ante sus hermanos. Para Pablo es importante
que el cristiano comparta la suerte del Maestro y por ello en ese duro combate de la
fe, tendremos que mantener firme nuestra “profesión de fidelidad” como lo hiciera
Jesús ante sus acusadores, demostrando así nuestra esperanza en torno a la
segunda venida de nuestro Señor Jesucristo con honor y gloria. Es muy curiosa la
doxología final, poco habitual en el lenguaje paulino, pero que intenta concluir de la
forma más contundente posible de que estamos en la espera de un inminente
“kairois”, tiempo oportuno donde Dios en Jesús recapitulará toda las cosas..
El evangelio de Lucas nos presenta la inserción de esta historia ejemplar en medio
de una sucesión de dichos de Jesús, lo que nos habla de que posee en sí misma su
intencionalidad y enseñanza. Una vez más, se habla del peligro de la riqueza para
el cristiano, por lo que el énfasis de la narración no estaría tanto en el desenlace
sino más bien en el cuadro inicial. Para Lucas es importante entender el Reino de
los cielos como una realidad que está actuante ya, y la comunidad cristiana tiene
que darse cuenta que sus decisiones en vida son determinantes en todo sentido,
sobre todo en la concepción que tengan sobre los bienes terrenales. La salvación de
Dios se hace realidad en la medida que el ser humano tome las decisiones más
acordes a la voluntad de Dios. El paralelo en que se va desarrollando el relato
resalta esta intención del autor: el hombre rico no tiene nombre; el pobre se llama
Lázaro; uno se preocupa en vivir espléndidamente con ropas lujosas, mientras que
Lázaro se encuentra cubierto de llagas. A continuación, dos cosas llaman la
atención: lo primero es que se supone que Lázaro era conocido por el hombre rico
pues se hallaba a su puerta y además se especifica que intentaba satisfacerse con
lo que podía caer de la mesa de aquel hombre rico; y lo segundo es que se invierte
el orden de aparición del relato para narrar la muerte de ambos, ya que primero se
cita la muerte de Lázaro de quien se habla que fue llevado por los ángeles al seno
de Abraham y del hombre rico sólo se cita que fue sepultado.
La segunda parte de la narración nos lleva a una situación posterior a la vida
natural y aumenta la separación entre ambos por las realidades en que se
encuentran. El hades (abismo, lugar de los muertos) es descrito como una realidad
de tormento por la necesidad expresada de “refrescarse”; mientras que el seno de
Abraham como una “lugar” de consolación. Justamente, es Abraham quien
interviene, en primer lugar para justificar por qué se encuentran en tales realidades
y, en segundo lugar, la determinante separación de unos y otros. Esto habla de la
apremiante necesidad de que en vida se reflexione las actitudes en el tiempo
presente. Propiamente, el pecado no es ser rico sino el peligro de la riqueza que
puede llevar a ignorar las realidades de pobreza que están muchas veces “a la
puerta” y no somos capaces de reaccionar, siendo incluso “causantes” de tales
situaciones (lo que cae de la propia mesa del rico). La desesperación del hombre
rico por su situación se traslada a sus hermanos que aún viven y que pueden
terminar en la misma situación de tormento en que se encuentra. Una vez más pide
la intervención de Lázaro, a quien lo había ignorado en vida, para que pueda
testificarles el terrible destino que les espera si continúan con su misma actitud.
Pero Abraham, en dos oportunidades le hace ver que la decisión es personal y
determinante, pues tienen los medios suficientes (Moisés y los profetas) para
reconocer sus equivocaciones y enmendar a tiempo. La última escena revela la
imposibilidad de arrepentirse aún se les presentase un muerto. Esto último,
hablaría de la urgencia en la aceptación de que las decisiones en vida son
determinantes con lo que tendría sentido insistir finalmente en el acercamiento de
una recompensa o una condenación.
Tenemos que cuidarnos mucho del “conformismo” que nos pude conducir a afrontar
la vida sin esperanza ni expectativas, deseando vivir pensando en satisfacer solo
nuestras necesidad particulares y caer en el pecado de omisión como expresión de
indiferencia ante el sufrimiento de los demás. Se presiente entonces, un llamado de
atención pues cada día tomamos decisiones que contradicen nuestra confianza en
Dios. Esta importancia debería obligarnos a repensar cómo vamos manifestando
nuestra fe en el cotidiano vivir y más aún ante el tema de una equivocada
apreciación de la riqueza que nos puede llevar a ignorar realidades de pobreza que
están muy cerca de nosotros. Esto lo sentimos fuertemente en la denuncia de Amós
que invita al pueblo de Israel a que salga de su conformismo y pasividad que los
viene conduciendo a vivir cómodamente en donde Dios ya no tiene lugar. Lo mismo
lo percibimos en la exhortación de Pablo a Timoteo, a través de sus consejos para
seguir luchando en el combate de la fe. Finalmente, la historia ejemplar del
evangelio se preocupa por insistir que las decisiones en vida tendrán una
consecuencia determinante sea para consolación o condenación. Tal decisión, nos
pone en perspectiva de descubrir lo que realmente es importante y a pesar de que
Dios favorece ofreciendo tantas oportunidades de optar como corresponde, la
ceguera espiritual adormecida por la hipocresía religiosa o un peligroso
conformismo puede llevarnos a olvidarnos de que podamos colaborar y ayudar a los
que no tienen la oportunidad de beneficiarse de lo necesario. Lo peor de todo es
que ni un muerto que vuelva a la vida podrá persuadir un corazón enceguecido.
Jesús ha resucitado y se ha manifestado vivo para la humanidad y podemos
constatar que ni con esta verdad de fe, testimoniada por los apóstoles y la Iglesia,
hay deseos de cambio para muchos seres humanos que siguen sucumbiendo ante
la riqueza y el egoísmo. Confiemos en Dios, sólo en Dios, hagamos realidad la
solidaridad porque en nosotros se puede cumplir lo dicho por el salmista: “Él
mantiene su fidelidad perpetuamente, él hace justicia a los oprimidos, el da pan a
los hambrientos”. Así no lo podamos realizar nosotros, sabemos que Dios suscita
personas y acciones en favor de los pobres, él es fiel a su palabra.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)