SANTA TERESA DEL NIÑO JESUS. VIRGEN CARMELITA DESCALZA.
DOCTORA DE LA IGLESIA
(1de Octubre)
Lecturas bíblicas
a.- Is. 66, 10-14: Yo haré derivar hacia ella como un río la paz.
Al terminar las profecías de consolación y las promesas las imágenes se repiten
con nuevos matices. Así como antes Yahvé, ahora es Jerusalén la que es
presentada como madre solícita rebosante de júbilo, ante todos sus hijos, a
cuantos la acompañaron en su triunfo mesiánico. Por haber sido consolada,
Jerusalén, ofrece su consuelo como madre generosa que brinda sus pechos a
los hijos de sus entrañas. Los habitantes de la ciudad que habían
experimentado por siglos la amenaza bélica, gozarán ahora de la paz, como río
desbordante. Sus hijos dispersos regresarán a ella y se sentirán felices como
niño en los brazos de su madre, estrechado a su corazón. Es Yahvé quien les
consolará, porque esta nueva Jerusalén está plenamente identificada con Dios.
Su presencia y su gloria, su espíritu y poder de tal forma la penetrará la llenará
hasta dejarla abierta a que todos los pueblos y naciones, reyes e individuos se
sientan irresistiblemente atraídos hacia ella. Sus propios hijos serán
consolados, los que con ella sufrieron y soportaron humillaciones en el
destierro. Son ellos quienes reverdecerán como la hierba contemplando ahora
la humillación de sus enemigos. Imágenes y palabras que revelan la
misericordia de Dios para hombres que con estos recursos puedan comprender
su amor y predilección. Dios no se hace pequeño, pero sabe encarnarse en su
palabra y hechos históricos muy concretos para que todos puedan comprender
su mensaje. Habrá que esperar la plena manifestación de Dios en Cristo, para
contemplarlo en medio de los hombres a quienes salva y ama, reconcilia y
sirve, consuela y da la paz.
b.- 1Jn. 4,7-16: Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos
creído en él.
El apóstol Juan, nos enseña que Dios es amor, por lo tanto, quien permanece
en el amor, permanece en Dios; es el amor, el único camino para la unión con
Dios (cfr. 1 Jn. 3, 10). Dios nos ha amado primero, por lo mismo, debemos
amarnos, los unos a los otros. La insistencia del apóstol, acerca del amor al
prójimo, es porque lo ha presentado en forma negativa, es decir, quien no
ama está en pecado, no conoce a Dios (cfr. 1Jn. 3,11.15.22); ahora tiene la
oportunidad de presentarlo desde el punto de vista positivo: Dios es amor, el
amor viene de Dios, es más, el amor es lo central del mensaje del evangelio
de la gracia que nos predica Jesucristo, el único Señor. Si Dios es amor, la vía
para llegar a ÉL, es la del amor. Esta enseñanza se puede mal entender, como
en el caso de los gnósticos, los cuales entendían por amar a Dios conocerlo y
sentirlo próximo, aseguraban que el hombre amaba a Dios, pero era sólo,
conocimiento intelectual. El apóstol, quiere manifestar la naturaleza del amor
que el hombre tiene a Dios, es siempre una respuesta a su amor fontal. Dios
ha manifestado históricamente su amor al hombre, en la persona de
Jesucristo, en su hecho salvífico. Un amor creativo y unitivo, manifestado en el
AT, en cada una de sus intervenciones concretas a favor del hombre, ahora en
el NT, su amor se manifestado en la persona y en el hecho salvífico de
Jesucristo. El amor que el hombre puede sentir por Dios, es siempre una
consecuencia de un amor eterno, redentor, santificador y de unión. La acción
amorosa de Dios por el hombre, encuentra en Jesucristo, el significado pleno
del verdadero amor. Amor hecho entrega de la propia vida; amor
desinteresado, purísimo, sin sombra de egoísmo alguno. Este es el único amor
que redime al hombre de su pecado, remedio que expía una humanidad
decadente. Este amor fontal de Dios por el hombre, se convierte en
argumento esencial, para el amor al prójimo. El discípulo ve en su hermano, a
Dios a quien ama, y sirve, aunque ÉL permanezca en su misterio invisible pero
real. Si amamos a nuestros hermanos en la comunidad eclesial, es porque,
cada uno ha experimentado el amor de Dios en su vida, con las categorías que
lo definen, creador de una nueva vida, redimidos por la resurrección de Cristo
y santificados por la acción amorosa de su Espíritu. El cristiano es consciente
de esa nueva vida en su interior que Dios, le ha revelado y logrado por
Jesucristo y que actualiza la obra de su Espíritu con fuerza que lo renueva
incesantemente.
Mt. 18,1-5: Si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de
los cielos.
Este evangelio nos presenta la discusión de los apóstoles, sobre quién es el
mayor en el reino de los Cielos entre ellos (vv.1-5). La discusión de los
apóstoles, es sobre el lugar, que a cada uno le corresponde en el reino de
Dios, del cual Jesús los hace partícipes con su predicación y que los convertirá
en dirigentes del futuro nuevo pueblo de Dios. Más en concreto la pregunta
es: ¿Quién es el mayor ante Dios? Jesús, sin embargo, toma como ejemplo a
un niño que pone en medio de hombres altos y seguros de sí mismos, lo que
provoca un contraste entre los elegidos, que conocen su rango, y esta
pequeña criatura, quizás distraído que nada dice de sí mismo. El signo, el
niño, no está puesto para confundir, sino para ser un anuncio real acerca del
reino, un signo profético: convertirse y hacerse como un niño (vv.3-4). Les
manda ser como niños, humildes, que no tienen pretensiones, vivir confiados
totalmente de Dios Padre. En este sentido, viven su impotencia, es decir, su
dependencia absoluta para existir; son humildes, en el sentido que reconocen
lo que son; no son ni más ni menos: son hijos de Dios. Se trata, no de volver
a la infancia, tampoco presentarnos ante Dios como hombres prudentes,
confiados solo en sí mismos, seguros, superiores a los demás, o consolidados
en la autonomía, en definitiva, maduros; la verdadera actitud es presentarse
como necesitado de ayuda y salvación. La conversión será la primera
exigencia, la segunda, hacernos pequeños delante de Dios Padre, condiciones
indispensables para ingresar en el reino de Dios. En consecuencia, sólo
recibirá el premio escatológico, quien se haga pequeño como un niño y se halla
humillado; a la decisión espiritual, debe seguir la reforma del corazón y del
pensar. En el orden del reino de Dios, la ley es esta: quien es grande es
pequeño y el pequeño es grande (cfr. Mt. 23,12). En este sentido, el mejor
ejemplo lo encontramos en Jesús que es humilde de corazón, es decir, en lo
íntimo de sus sentimientos (cfr. Mt.11, 29). Sólo será mayor que otro, delante
de Dios y de los hermanos, el que se hace pequeño (cfr. Mt. 20,26s; 23,11s).
Una atención especial requieren estos niños, a los cuales también se abre el
reino de Dios, como a los pobres, enfermos y desvalidos, portadores de la fe,
y por ello, son ya grandes para las realidades del reino. Finalmente se nos
pide acoger a estos niños necesitados de protección como los huérfanos,
porque Jesús se identifica con ellos, no sólo se hace una buena obra, sino que
si el discípulo posee el espíritu del Maestro, acoge verdaderamente al propio
Jesús. A Mateo le interesa que esta ley del reino, de cara a los fariseos, se viva
en la Iglesia, encontrar en el pobre y pequeño a Jesús, para servirle hasta el
día del Juicio (cfr. 1Cor.1, 27; Mt. 18,3; Lc.22, 27; Mt.23, 5-7; 23,8-11;
25,40-45). Ser como niño es el objetivo de la propia conversión, sólo así la
Iglesia se puede presentar pura y santa en el amor. Los pequeños han
representado al Maestro, como el niño, y sólo entrará en el reino de los cielos
los que se presentan así ante Dios y como servidores de sus hermanos.
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD