Estando bien con Dios, aunque se enojen los santos.
Domingo 27 ordinario C
¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio, sin que me escuches, y denunciaré a gritos la
violencia que reina, sin que vengas a salvarme? ¿Por qué me dejas ver la injusticia
y te quedas mirando la opresión? Ante mí no hay más que asaltos y violencia, y
surgen rebeliones y desórdenes. El se￱or me respondi￳ y me dijo: “Escribe la
visión que te he manifestado, ponla (por internet, en Facebook, en YouTube y en
todas las redes sociales) para que se pueda leer de corrido. Es todavía una visión
de algo lejano, pero que viene corriendo y no fallará: si se tarda, espéralo, pues
llegará sin falta. El malvado sucumbirá sin remedio: el justo, cambio, vivirá por la
fe”.
¿Se imaginan mis lectores que están escuchando la queja de alguien en el mundo
que se siente molesto por la situación que estamos viviendo? Pues no, ustedes han
escuchado al Profeta Habacuc que habló a su pueblo para sostener la esperanza en
el Dios de Israel. Parece que el mundo no ha cambiado mucho, ¿Verdad? El texto
en cuestión tiene tres partes, una queja inicial porque no escuchaba la voz de Dios,
luego la descripción de lo que sucedía en su tiempo y finalmente la respuesta que
no es de incertidumbre, ni de duda sino una profunda confianza en Dios que
cumple sus promesas y que a los que confían en él, les hace andar por caminos de
fe. Y esto nos introduce en la petición que los apóstoles le lanzaron a Jesús en una
ocasi￳n: “Se￱or auméntanos la fe”. Ya nos imaginamos a los ap￳stoles con un
recipiente para recibir ese aumento, pero Jesús respondió en otra forma, pues no
se trataba de darles más cantidad, sino invitarles a vivir la fe en calidad, por eso los
ejemplos que el mismo Cristo propone. Y esto nos invita a preguntarnos en qué
consiste exactamente la fe. Hay que decir de inicio que la fe no consiste en una
serie de verdades que hay que pronunciar, pues cuando estamos en la Eucaristía
los cristianos acaban en tres patadas de recitar el Credo sin captar su riquísimo
contenido. Luego, no se trata tampoco de doctrinas o elementos culturales o
folclóricos que aceptar, pues los niños, por lo menos hasta hace un poco de tiempo
hacían consistir su catequesis en aprender y en aprender cosas, que luego eran
desmentidas en la vida familiar o como sucede en las fiestas parroquiales, donde ni
los danzantes, ni los músicos, ni el torito ni nadie de las gentes que divierten a
otras gentes, participan en la celebración eucarística donde se supone que se hace
presente la fe de una comunidad. No se trata de un capital que administrar, o como
un bien que hay que fomentar o como un tesoro del que hay que disfrutar, porque
entonces caemos en la tentación de tener amistades y amistades, por ver qué les
podemos sacar en algún momento de necesidad. Cuando así se ve la fe, también
nos mostramos terriblemente enojados cuando las peticiones al Señor no resultan
en la misma línea pedida. No se trata tampoco de una escapatoria para los
problemas de la vida, o para hacer el camino facilito, todo lo contrario cuando se
vive de fe, vienen los problemas porque vienen y las incomprensiones, y las
negaciones, será entonces cuando estemos caminando por caminos de fe, aunque
no entendamos muchas de las cosas que ocurren, si tenemos que hacerle caso a
San Agustín que decía que “si lo entiendes, ya no es Dios”.
No es tampoco una solución fácil o mágica para los problemas, como una luz
intensa, que cuando no se ve, entonces se recurre a los “santitos” para que ellos
hagan el milagro que ni el mismo Dios nos pudo hacer. También podemos pensar
que a veces nuestra fe es infantil, o adolescente, inmadura, interesada en lo que
queremos conseguir, pero pocas veces en lo que podemos dar, en lo que el Señor
nos pide, y algo que pide no como una exigencia ante el patrón, sino como una
exigencia de quien te quiere mucho, de tu buen Padre Dios y de su enviado
Jesucristo. Sería comparado a lo que Cristo hacía con su Padre: “Aquí estoy Se￱or,
para hacer tu voluntad” o como él mismo que en la última cena se puso a lavar los
pies a sus discípulos con gran desconcierto de su parte. Ya al final, no como
conclusión, habría que llegar a decir que la fe verdadera tendría que ser una
entrega, una respuesta, una muestra de total confianza en Cristo Jesús que ha
mostrado el camino de salvación y en el Buen Padre Dios que nos confía a su
Espíritu Santo para que muestre con Cristo el camino de la salvación. Recordemos
que la fe es un don que no merecemos, que se puede aumentar con la Gracia y que
siempre deberá estar motivada por el amor, que nos hará vencer el mal con el bien.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx