CICLO C
TIEMPO ORDINARIO
VI DOMINGO
Dios quiere siempre nuestro bien y nuestra felicidad. Estar seguros de esta verdad
es el fundamento de nuestra fe. Como los padres para sus hijos, Dios quiere para
nosotros lo mejor.
La Palabra de Dios hoy nos habla del camino hacia la verdadera felicidad. El ser
humano busca constantemente ser feliz: encontrar el bien, la verdad, la vida. Todo
lo que hace tiende hacia la felicidad, incluso los sacrificios y renuncias. Las
bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen
divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el
único que lo puede satisfacer” (Catecismo 1718).
Jesús con los Doce se reúne con una multitud de otros discípulos y de gente llegada
de todas partes para escucharlo. En este marco se sitúa el anuncio de las
bienaventuranzas, que “se basan en el hecho de que existe una justicia divina, que
enaltece a quien ha sido humillado injustamente y humilla a quien se ha enaltecido”
(Benedicto XVI). En la cruz y la resurrección se fundan las bienaventuranzas, que
son un nuevo horizonte de justicia para construir un mundo mejor.
El creyente sabe que venimos de Dios y hacia Él nos encaminamos. Dios es amor.
Nos ha creado por amor y nos llama al amor, que es Él mismo. Un amor infinito, sin
medida. Amor total, hasta la muerte: “Nos hiciste, Se￱or, para ti y nuestro coraz￳n
no parará hasta que descanse en ti” (San Agustín). En Dios está nuestra dicha,
nuestra felicidad, nuestro bien, nuestra vida. “S￳lo Dios sacia”, dice Santo Tomás
de Aquino. Las bienaventuranzas señalan la meta de la existencia humana, nuestro
fin último: Dios que nos llama a su propia bienaventuranza. Participaremos así de la
naturaleza divina y de la vida eterna. Dios mismo es la eterna bienaventuranza.
Es la fe el camino hacia la felicidad: “Dichoso quien confía en el Se￱or y pone en el
Se￱or su confianza” (primera lectura). Y esto es la fe: sentirse seguros con Dios,
fiarnos de Él, confiar en Él. “Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor
está siempre a mi lado” (Salmo 27, 10). La fe nos hace ver todas las realidades de
nuestra vida –alegres y tristes- con esta confianza. Nunca nos falta el amor de
Dios. Puestos en sus manos, Él nos hace participar de su gracia, de su vida, de su
bondad, de su verdad, de su gloria eterna.
Cristo Jesús resucitado es prueba y camino hacia la felicidad plena de Dios. Ha
vencido al mal, al pecado y a la muerte. Ha resucitado, el primero de todos
(segunda lectura). Nuestra vida no termia en este mundo. La muerte es paso de
vida a vida. Nuestra esperanza en Cristo no termina, por tanto, en esta vida. En la
Eucaristía celebramos que Cristo ha resucitado y nos ha abierto el camino hacia la
verdadera felicidad: Él es para nosotros camino, verdad y vida.
MARIANO ESTEBAN CARO