Comentario al evangelio del Lunes 30 de Septiembre del 2013
Normalmente entendemos por “poder” la capacidad para someter a las cosas, o a las personas a la
propia voluntad. Para Jesús el poder es otra cosa, el poder verdadero, el auténtico... es la donación de si
mismo, enteramente, a la causa del Reino de Dios. La distancia entre estas dos concepciones se da no
sólo en la finalidad, sino también en el objeto de dominio. Nosotros entendemos el poder como
dominación, Jesús los entiende como entrega, donación, capacidad de amar... Es algo incluso
“antinatural”, siendo conscientes de que la ley que parece rige la naturaleza es la de la lucha por la
vida. Una lucha sin cuartel en la que los débiles desaparecen y los fuertes, los mejor praparados, son
los que salen adelante en esta carrera por la vida. Una ley que mueve también nuestras sociedades y
que expresamos con el término “competitividad”. Competimos toda nuestra vida para conseguir los
primeros puestos, el estar a la derecha o a la izquierda.
Esto es lo que expresan los apóstoles de Jesús en el Evangelio de hoy. Creen que por ser del grupo de
los cercanos a Jesús, por haber madrugado al seguimiento “merecen” un lugar principal. Parece lógico
y normal. Pero Jesús les pone delante a un niño para que vean de otra manera el problema: hacerse
esclavo y servidor para ser el más importante, la acogida y la entrega a lo últimos como camino para
ser “los primeros”.
C.R.