Memoria del dolor
Escuchar el grito lastimero del dolor ajeno o hacer eco del propio dolor en un silencio
que estalla a voces, es hoy el pan de cada día. ¿Por qué tanto dolor? ¿Por qué tanto
sufrimiento? ¿Por qué sufren los/as inocentes? ¿Por qué el dolor se cuece tan
cruelmente a la niñez? Toda religión debe dar respuestas a estos interrogantes. Si no lo
hace su Dios o no existe o simplemente perdió los hilos de la humanidad.
En el evangelio Jesús asume toda la pasión de humanidad. Todas las llagas están
incrustadas en su cruz. Su cuerpo es síntesis de todas las pasiones, de todas las
violencias, de todas las víctimas. Y los/as victimarios encuentran en Él la proyección
de sus crueldades. Su respuesta es com-pasión. Para quien sufre o hierve en su sangre
la crueldad, su rostro es memoria del dolor universal.
Quien no ha conocido el dolor no sabe de fraternidad. Naamán necesita ser curado de su
lepra. Pero hay una enfermedad más honda en él: Su soberbia que se traduce en religión
ritualista en la que prima la genuflexión y la adulación. Sus servidores hacen de
intermediarios para lograr su conversión, requisito para lavar su podredumbre. A Eliseo
no le gustan los protagonismos. Usa los medios ordinarios que construyen fraternidad.
Jesús escucha el clamor de los diez leprosos. Los sana. Los envía a cumplir los ritos
que manda la ley. De camino quedan sanos. Nueve se van a cumplir las prescripciones
olvidándose del Don recibido. Uno solo recobra la memoria del corazón que es la
gratitud. El dolor sanado no puede olvidar jamás la posibilidad de dar las gracias. Si
olvidamos las “muchas gracias” es porque la enfermedad no ha sido curada de raíz.
Cochabamba 13.10.13
jesús e osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com