DOMINGO XXIX. TIEMPO ORDINARIO. CICLO C.
Lc. 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar
siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:- «Había un juez en
una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma
ciudad había una viuda que solía ir a decirle:"Hazme justicia frente a mi
adversario."Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:"Aunque ni
temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»Y el
Señor añadió:- «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará
justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os
digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará esta fe en la tierra?»
CUENTO: PISADAS EN LA ARENA
Una noche tuve un sueño: Soñé que con el Señor caminaba por la playa, y
a través del cielo, escenas de mi vida pasaban. Por cada escena que pasaba
percibí que quedaron dos pares de pisadas en la arena. Unas eran las mías
y las otras las del Señor. Cuando la última escena pasó delante nuestro,
miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena, y noté que muchas veces en
el camino de mi vida había sólo una par de pisadas en la arena. Noté
también que esto sucedió en los momentos más difíciles de mi vida. Esto
me perturb￳ y, entonces, pregunté al Se￱or: “Se￱or, tú me dijiste, cuando
yo resolví seguirte, que andarías conmigo a lo largo de todo el camino, pero
he notado que durante los peores momentos de mi vida se divisan en la
arena sólo un par de pisadas. No comprendo por qué me dejaste en las
horas que más te necesitaba”. Entonces El, clavando en mí su mirada
infinita de amor, me contest￳: “Mi hijo querido, yo siempre te he amado y
jamás te dejaría en los momentos más difíciles. Cuando viste en la arena un
solo par de pisadas, fue justamente allí donde yo te cargué en mis brazos”.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
A menudo en las clases con mis alumnos mayores, suelen preguntarme
sobre el sentido de la oración. ¿Sirve de algo rezar? Algunos me decían el
otro día que Dios no escucha porque ellos han pedido por ciertas cosas y no
ha obtenido respuesta, al menos no la que ellos esperaban. En una época
donde queremos que todas nuestras demandas sean satisfechas, cómo
decir que hay que tener paciencia, que hay que insistir y que puede que lo
que se nos concede no sea lo que hemos pedido. ¿Nos faltará pedir con más
fe? ¿O ser más insistentes? Porque en definitiva de lo que se trata es de fe.
El creyente ora no para que se cumplan todos sus deseos sino para que se
realice la voluntad de Dios en todo, confiando que la respuesta será
siempre, no la que creemos que es la mejor para nosotros, sino la que Dios
cree que es la más conveniente. Que Dios no nos responda a algo que le
pedimos no significa que sea sordo o que nuestra petición sea estéril,
dirigida a una Nada que no existe. Cuando un padre de familia niega a su
hijo algo porque cree que no es lo mejor para él, no significa que no lo ame,
o que no lo escuche o que lo quiera hacer sufrir. Simplemente el padre ve
más lejos que el hijo y lo protege de males mayores. El hijo pataleará y no
comprenderá, incluso pensará que su papá es mal padre porque no le da lo
que le pide. Será después cuando comprenda que aquella negativa fue por
su bien y que aquel berrinche fue productivo porque le enseñó a crecer y
madurar. Así dice la palabra de Dios que le pasa a Dios, nos escucha
siempre y responde siempre, aunque no siempre como nosotros
quisiéramos. Pero que no nos quepa duda de que Dios nos ama siempre,
que no nos abandona y que no quiere ningún mal ni sufrimiento para
nosotros. El cuento-poema de hoy nos recuerda esta presencia amorosa de
Dios en nuestra vida, sobre todo en los momentos difíciles, cuando
pensamos que Dios nos ha abandonado. La fe no nos quita los males ni las
enfermedades ni los sufrimientos. La fe nos da una mirada nueva sobre
todos esos males y nos invita a sacar lo bueno de caso. Quizá nos falte más
fe. Quizá nos falte más confianza en Dios o más generosidad o más
disponibilidad a su Voluntad.
Pero no dejemos de orar, no dejemos de pedir, y también más a menudo de
dar gracias. Con insistencia, con fe, como la viuda de la parábola. Ya lo dice
Jesús: ¿será que ya no hay fe en la tierra? ¿será que ni los propios
cristianos tienen una verdadera fe? Pues no olvidemos que en esto se
produce un círculo virtuoso: a más oración, más fe; a más fe, más oración.
Quizá más que preguntarnos siempre el por qué me pasa eso o aquello, por
qué Dios parece no escucharme, no nos preguntamos mejor el para qué
cosa buena querrá Dios ponerme esta prueba o evitarme esta situación, qué
me está diciendo Dios y a qué me está llamando a convertirme. Intentemos
mirar las cosas de esta manera. Seguro que sentiremos más paz y
aumentará nuestra fe.
¡FELIZ Y ORANTE SEMANA!.