Encuentros con la Palabra
Domingo Ordinario XXVIII – Ciclo C (Lucas 17, 11-19)
¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad?”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
El día de su ordenación sacerdotal, Antonio José Sarmiento, S.J. hizo una bella oración en el
momento de la acción de gracias, después de la comunión. Como esto pasó hace más de
veinte años, no recuerdo los detalles de su plegaria, pero no puedo olvidar que hizo referencia
a la multiforme variedad de palabras que componen el campo semántico de la gratitud: Nos
habló con gracejo de la gracia de su vocación; dio gracias por tantos bienes recibidos a lo
largo de su vida; dijo que se sentía agradecido con Dios, con sus familiares y amigos, y con
otras muchas personas que nos habíamos hecho presentes de una manera tan grata para él
en este día tan especial; subrayó que se sentía profundamente congratulado y gratificado
por la extraordinaria asistencia a la celebración; agradeció que su experiencia de Dios fuera
tan gratificante ; declaró el agrado que sentía por ser una persona particularmente agraciada
por Dios; expresó su agradecimiento al coro que había hecho agradable la ceremonia; habló
de la gratuidad con la que quería vivir su sacerdocio; manifestó su gratitud con el obispo y
con todos los presentes; exaltó lo gratuito de la vida, observando que todo lo valioso de su
existencia lo había recibido gratis ; terminó afirmando que se consideraba muy gracioso , pues
lograba decir grandes verdades graciosamente y que nos quería gratificar con una copa de
vino y una tajada de ponqué, a la que estábamos todos invitados, gratuitamente .
El refrán popular nos recuerda que “ser agradecidos es de bien nacidos”. Por algo esta es una
de las primeras cosas que los papás y mamás enseñan con mucha insistencia a sus hijos e
hijas: “¿Cómo se dice?”, repiten al unísono después de que sus hijos han recibido algún
regalo o han sido objeto de alguna obra buena; y los niños y niñas, antes de saber pronunciar
muy bien las palabras, balbucean, como pueden, su gratitud. Tal vez esta es la enseñanza
más importante del pasaje que nos trae el evangelio de este domingo, que nos presenta a un
Jesús peregrino que, de camino hacia Jerusalén, pasa por entre las regiones de Samaria y
Galilea: “Y llegó a una aldea, donde le salieron al encuentro diez hombres enfermos de lepra,
los cuales se quedaron lejos de él gritando: –¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
Cuando Jesús los vio, les dijo: –Vayan a presentarse a los sacerdotes. Y mientras iban,
quedaron limpios de su enfermedad”.
Lo curioso del pasaje que se nos presente hoy es que sólo uno, al verse limpio, “regresó
alabando a Dios a grandes voces, y se arrodilló delante de Jesús, inclinándose hasta el suelo
para darle gracias. Este hombre era de Samaria”. Entonces Jesús se pregunta: “¿Acaso no
eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve?
¿Únicamente este extranjero ha vuelto para alabar a Dios?” Evidentemente, san Lucas quiere
destacar el hecho de que los extranjeros, los que eran considerados como parias por parte el
pueblo de Israel, son los que reconocen con mayor facilidad las gracias que reciben. Cuando
nos sentimos con derechos y pensamos que lo que hemos recibido nos lo hemos ganado, ya
sea por nuestros propios méritos o por otra razón, ya sea étnica, religiosa, cultural, política,
social, económica, no reconocemos la gratuidad del don recibido. ¿Cuál es nuestra
experiencia? ¿De verdad dejamos que de nuestro interior brote con frecuencia la acción de
gracias por tanto bien recibido? ¿Agradecemos la luz del sol que gratuitamente nos regala
Dios cada día? ¿Reconocemos la gratuidad de nuestro corazón que no descansa ni siquiera
mientras dormimos? ¿Decimos gracias por las maravillas de la amistad y la ternura que no se
cobran? ¿Nos sentimos gratificados por todo lo gratuito y gracioso de la vida? No olvidemos
nunca que el campo semántico de la gratitud es muy variado.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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