XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C
2R 5, 14-17; Sal 97; 2Tm 2, 8-13; Lc 17, 11-19
Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaria y
Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos,
que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: « ¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!» Al verlos, les dijo: « Id y presentaos a los sacerdotes.» Y
sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se
volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de
Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «
¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido
quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?» Y le dijo: «Levántate y
vete; tu fe te ha salvado.»
La semana pasada el evangelio nos ponía de manifiesto que la fe sin obediencia no
tiene ningún sentido, porque la fe no solamente es una adhesión a una doctrina
sino que es la unión a Dios en Cristo, comunión que se suscita en la vida del
creyente por una manifestación o encuentro concreto con el Dios de la vida. En las
lecturas del presente domingo la liturgia nos revela lo que significa la fe.
En la primera lectura tenemos el pasaje de Naamán el sirio, sanado de la lepra por
el Profeta Eliseo. Primero se nos hace ver el enfado del sirio, que se niega a
obedecer a Eliseo de bañarse siete veces en el Jordán para curarse de la lepra, pero
ante el consejo de sus siervos obedece al profeta y queda curado: no propiamente
por su fe, sino en virtud de la obediencia. El Señor se sirvió de este milagro para
atraerlo a la fe, un don mucho mayor que la salud del cuerpo. Entonces se produce
la segunda curación, la curación interior del sirio, que se llena de admiración, no
por el poder del profeta de hacer milagros, sino por la fuerza del propio Dios:
ᆱ…Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel…ᄏ, así
exclama Naamán, al comprobar que se encontraba sano de su terrible enfermedad,
en adelante sólo quiere adorar exclusivamente al Dios del profeta Eliseo y como
vínculo de su adhesión se lleva tierra para sobre ésta hacer sus holocaustos.
El evangelio de San Lucas presenta a Jesús yendo hacia Jerusalén: ᆱ…vinieron a su
encuentro diez leprosos…ᄏ, nueve son judíos y uno samaritano. La enfermedad y la
miseria es lo que reúne a estos hombres que no podían habitar dentro de las
ciudades y estaban obligados a vivir solos. Es precisamente el sufrimiento que los
pone en situación de búsqueda. Cuántas veces el sufrimiento, es la única manera
(lamentablemente), en que despierta en el hombre el salir de sí mismo; así estos
leprosos están dispuestos a hacer lo necesario para recobrar la salud. A gritos
suplican a Jesús que los cure, ya que por sí mismos los enfermos no pueden hacer
más que gritar pidiendo auxilio. Han oído hablar de sus milagros y le salen al
encuentro. Parece que no han oído nada sobre el valor liberador de su doctrina, por
eso la reacción posterior. Jesús les manda al sacerdote, al representante de la
religión, para que testifique oficialmente la curación -único que podía hacerlo- y
puedan volver a formar parte del pueblo. Pero para los judíos enfermos el rito
litúrgico prescrito en la ley es tan decisivo que atribuyen toda la gracia de la
curación a la ceremonia prescrita. Tendrá que ser un extranjero (un samaritano), es
decir, alguien no familiarizado con la tradición, el que perciba la gracia como tal
mientras va de camino y vuelva a dar las gracias al lugar adecuado, pues Cristo ha
venido para salvar al hombre, para rescatar al hombre, y por eso las palabras de
Cristo: «...tu fe te ha salvado...» por consiguiente este leproso no solamente ha
estado curado, sino salvado.
La fe en Cristo no solamente significa la certeza de que Dios cura, sana y salva,
sino que sobre todo Dios redime la naturaleza del hombre, la transforma, la recrea,
hace un hombre nuevo con un corazón capaz de amar al enemigo, de no
defenderse ante las injusticias, porque sabe que Dios es justicia, lo capacita a
aceptar el sufrimiento porque ha vencido a la muerte en Cristo y Él es nuestra vida.
De allí el sentido de la curación de los diez leprosos, como lo describe el
evangelista, que no en vano menciona esta enfermedad por casualidad, pues la
lepra como sabemos es una enfermedad que va degenerando progresivamente en
el hombre su cuerpo, que no le lleva a la muerte inmediatamente, pero que sí es,
una muerte progresiva en el sentido existencial y, es más terrible la muerte
existencial que la física, por eso Cristo le dice «...tu fe te ha salvado...»
La actitud del samaritano, que regresa a dar gracias a Dios postrándose delante de
Cristo, es una actitud que describen los evangelistas para significar el
reconocimiento y la aceptación de Cristo como el Señor, el Salvador. En este
sentido, la fe del creyente se traduce en una acción de gracias ante la experiencia
de la intervención de Dios en su vida. La fe para Jesús no significa cumplir unas
normas religiosas, sino vivir abiertos a la acción de Dios en nuestra vida. Esta
pequeña historia que propone Lucas a través de la curación del leproso samaritano,
que es el único que regresa a dar las gracias tiene un sentido aún mayor, porque
está significando el itinerario de la conversión, de la vida de gratitud del creyente
ante Dios, que en nuestro tiempo se ve eclipsada.
El evangelio y la primera lectura de esta semana, que remarcan este hecho
milagroso de los leprosos, nos están revelando a Dios Salvador, y que la fe no
solamente es un acto de adhesión a la Palabra de Dios que se revela, sino que este
acto de adhesión nos llevará también a nosotros, en la obediencia a la Palabra de
Dios, que esta Palabra se encarne y como dice el Profeta Isaías: «... así como la
lluvia es enviada del cielo para empapar la tierra y fecundarla, y no vuelve al cielo
hasta cumplir su misión...», igualmente en nosotros, si acogemos la Palabra
obedientemente, ella cumplirá su misión. Y la misión, de esta Palabra de Dios que
se ha hecho carne y es Cristo, es llevarnos nuevamente al retorno con el Padre a
través de la conversión y la reconciliación en nuestra vida.
El Papa emérito Benedicto XVI nos dice: ᆱ… El encuentro de Jesús con los diez
leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas, y en particular las palabras que el
Señor dirige a uno de ellos: "¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!", ayudan a
tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el
sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden
experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por
medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto
a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más
profundo. La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado,
vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su
reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más
precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a
través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado.
Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor
no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su
obra de salvación, nunca le faltará…ᄏ (Benedicto XVI, 11 de febrero de 2012).
El cristiano está llamado, en Cristo, a vivir con gratitud su vida ante Dios, no
solamente por los bienes que Dios le puede conceder, sino que fundamentalmente
por el hecho de que en Cristo Dios hace de cada uno de nosotros una Nueva
creación, porque en Él ha recreado nuestra vida, y en Cristo el hombre recobra la
imagen y semejanza con la cual Dios lo ha creado desde el principio, según el texto
del libro del Génesis; pues el sentido de la lepra es la condición del hombre de lo
que la lejanía de Dios causa en él y que no se debe excluir la consecuencia de sus
propios pecados.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar