“Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.
Lc 17, 11-19
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant
Lectio Divina
EL SEÑOR NOS INVITA A REDESCUBRIR QUE ÉL Y SÓLO ÉL ES NUESTRO
DIOS
Las lecturas que la liturgia nos propone hoy sugieren de inmediato el tema de la
gratitud. Sin embargo, nos invitan a algo más que a una pura actitud de
agradecimiento obligatorio. Si Dios realiza el milagro de curar a Naamán, el Sirio,
un extranjero por tanto, si el evangelio nos muestra a un cismático samaritano que
vuelve alabando “en alta voz” al Dios de Israel, tal vez nos encontremos frente a la
advertencia de que los que nos sentimos en la Iglesia como en nuestra casa no
debemos dar por descontado el conocimiento que tenemos de Dios. El Señor nos
invita a redescubrir que él y sólo él es nuestro Dios. Él obra maravillas y nos hace
pasar continuamente de la lepra del pecado a la vida nueva, pero nos lo recuerda
sirviéndose de extranjeros que pasan por el camino de la humildad para llegar a
una fe liberada de todo orgullo y capaz de mostrarse agradecida. Vivimos en una
época en la que reina un gran relativismo religioso, en el que, en nombre de una
tolerancia mal entendida, se hace fácil para todos pensar —por dentro— que
nuestro Dios no es, después de todo, tan único. Sin embargo, Dios quiere que
reafirmemos con todas las fibras de nuestro corazón nuestra profesión de fe en él.
Pablo nos invita a “acordarnos” de Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros. No
hay otro mediador entre Dios y los hombres.
¿Cómo tiene lugar, sin embargo, este agradecimiento? El modo serio de reconocer
el señorío de Cristo es expulsar de nuestro corazón todo ídolo, el primero y el más
funesto de los cuales es nuestro propio yo. Que el Señor nos haga capaces de
convertir nuestra existencia en una pura y plena eucaristía, en una perenne acción
de gracias.
ORACION
Señor Dios nuestro, tú eres el único. Has educado a tu pueblo para reconocer que
sólo tú eres de modo absoluto y que fuera de ti no hay posibilidad de vida. Haz que
escuchemos tu voz y demos nuestro humilde consentimiento para hacer todo
cuanto pueda ayudar a nuestro verdadero bien. Concédenos ojos para descubrir las
maravillas que vas haciendo en nosotros para sanarnos de la enfermedad de
nuestro pecado. Suscita en nosotros una viva y profunda gratitud por tu amor
fuerte y bello, manifestado en Cristo Jesús. Que el recuerdo de tu Hijo, enviado a
nosotros para que tengamos vida en abundancia, colme nuestro corazón de una
indefectible esperanza que nunca pueda ser apagada por nada, hasta que nuestro
himno de acción de gracias se disuelva para siempre en el esplendor de la vida
eterna.
No se venga de su madre más que recluyéndola en un monasterio, y hasta el fin de
sus días será un soberano ansioso de justicia y modelo de piedad. Su tremenda
historia personal es un acicate para hacer el bien en las peores circunstancias, el
espíritu de los Evangelios corrige a Shakespeare.