SOLEMNIDAD
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Creemos que Cristo “Subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre”. A los
cuarenta días de su resurrección, Jesús ascendió al cielo. Los apóstoles se quedan
mirándolo hasta que una nube se lo quitó de la vista. La ascensión es uno de los
momentos del único misterio pascual.
¿Qué significa este acontecimiento para Cristo? ¿Cuáles son las consecuencias para
nosotros? No es la Ascensión el punto final de la misión de Cristo, que por nuestra
salvación bajó del cielo. Además de un hecho histórico, la ascensión es un misterio
de salvación y, por tanto, objeto de fe.
El cielo no es un lugar, sino la plenitud de la gloria y del poder de Dios. Cristo ya no
está sujeto a las leyes del tiempo y del espacio. Ni pertenece al mundo de la
corrupción y de la muerte. La Ascensión es el desarrollo en la humanidad de Cristo
de la energía de vida y de gloria de su resurrección. Significa también que el
hombre Cristo Jesús participa ya plenamente del poder de Dios en el cielo y en la
tierra: a esto nos referimos cuando decimos en el credo que esta sentado a la
derecha del Padre. Cristo Jesús entra plenamente en el estado de la divina
glorificación. La nube en la Biblia es signo de la gloria de Dios.
Al ascender al cielo, Cristo no nos abandona. Está cerca de nosotros todos los días
hasta el fin del mundo. Cristo ascendió al cielo para hacernos compartir su divinidad
(prefacio II de la Ascensión), pues nuestra naturaleza humana participa ya de su
misma gloria (oración después de la comunión). Su victoria, por tanto, es ya
nuestra victoria (Oración colecta). Cristo Jesús, a la derecha del Padre en el
santuario del cielo, hace que llegue hasta nosotros todo su poder salvador. Cristo
no se ha ido para desentenderse del mundo, sino para estar presente y cercano a
nosotros de una forma nueva y más eficaz. “Él está allí, pero continúa estando con
nosotros; asimismo nosotros, estando aquí, estamos también con él. Él está con
nosotros por su divinidad, por su poder, por su amor; nosotros, aunque no
podemos realizar esto como él, por la divinidad, lo podemos sin embargo por el
amor hacia él” (San Agustín).
Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, continuamente intercediendo por nosotros. Hace
presente ante Dios su humanidad con sus heridas por amor a nosotros. “Él ha sido
elevado ya a lo más alto de los cielos; sin embargo, continúa sufriendo en la tierra
a través de las fatigas que experimentan sus miembros” (San Agustín). Y como
efecto de su ascensión, Cristo nos asegura la perenne efusión de su Espíritu. Él es
nuestra cabeza, nos ha precedido en la gloria infinita del cielo. Tenemos la
esperanza de llegar hasta donde Él ha llegado, porque somos miembros de su
cuerpo (Oración colecta). Cristo, nuestra cabeza, es con la fuerza poderosa de Dios,
causa y guía de nuestra salvación.
En Cristo, Dios y hombre verdadero, nuestra humanidad ha sido llevada junto a
Dios. Él quiere atraer a todos hacia sí. Nos abre el camino. Es como un jefe de
cordada cuando se escala una montaña. Él ya ha llegado a la cima: nos atrae y nos
conduce a Dios. Si confiamos a Él nuestra vida, si nos dejamos guiar por Él,
estamos seguros de hallarnos en manos de nuestro Salvador.
MARIANO ESTEBAN CARO