XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
La alegría de anunciar a Jesucristo hace del papa Francisco el mejor
misionero (Domund 2013)
El mensaje del papa Francisco para el día del Domund 2013 resume todos los
aspectos pastorales y teológicos que caracterizan la identidad misionera de la
Iglesia y a su vez alimentan constantemente su múltiple actividad evangelizadora.
De este modo el Papa contribuye a orientar a la Iglesia actual por los Caminos de la
Palabra en la nueva Evangelización y lo hace con tal vehemencia y convicción que
su alegría genera entusiasmo e ilusión en todos los miembros activos y conscientes
de su misión dentro del Pueblo de Dios. Obispos, sacerdotes, misioneros y
misioneras, religiosos y laicos, mujeres y hombres, recibimos un impulso nuevo al
leer este mensaje que nos remite a lo nuclear de la misión, es decir, a la necesidad
imperiosa de comunicar la alegría del Evangelio de Jesucristo en todo lugar, ámbito
y dimensión de la vida humana.
El sucesor de Pedro parte de la fe como don de Dios y como respuesta personal,
subraya el valor eclesial de la misión de transmitir la fe como un anuncio explícito y
un testimonio vivo del Evangelio y se centra en la idea de la misionariedad de la
Iglesia. Ésta es un elemento esencial de la comunidad cristiana y pertenece a su
propia naturaleza e identidad, tal como afirma el Concilio Vaticano II, pues
realmente la alegría de dar a conocer a Jesucristo apremia a los creyentes a llevar a
cabo la Nueva Evangelización.
El mensaje de Francisco, el obispo de Roma, nos ofrece un gran estímulo para
seguir tomando conciencia de la identidad misionera de la Iglesia, y yo quisiera
recapitularlo como una especie de decálogo que ayude a la reflexión en nuestras
comunidades con motivo del Domund 2013 :
1. La fe es don precioso de Dios ofrecido a todos, pero requiere una respuesta
personal e ineludible.
2. «El impulso misionero es una señal clara de la madurez de la comunidad
eclesial» ( Verbum Domini , 95).
3. La misionariedad es un aspecto esencial, programático y paradigmático de la
vida de la Iglesia.
4. Todo cristiano debe ser heraldo del Evangelio con fervor, alegría, coraje y
esperanza para poder así anunciar a todos el mensaje de Cristo.
5. Frente a la violencia, la mentira y el error del mundo en que vivimos, los
creyentes somos misioneros, mediante el anuncio y el testimonio de los valores
del Evangelio.
6. El anuncio de Cristo se hace desde la Iglesia y como Iglesia
7. Frente a toda crisis , especialmente la de valores, el Evangelio de Cristo es
anuncio de esperanza , reconciliación, comunión y cercanía de Dios, que nos
capacita para vencer el mal y conducirnos hacia el camino del bien.
8. El deseo de compartir esta experiencia de gran alegría es la quintaesencia de la
identidad misionera de la Iglesia
9. El Papa anima a todo el pueblo de Dios a reavivar esta dimensión de la vida
cristiana
10. El papa agradece a todos los misioneros y misioneras que, fuera de su tierra
de origen, dedican su vida al Evangelio, particularmente a los que por ello son
perseguidos y los anima a seguir compartiendo la alegría del Evangelio.
Del mensaje papal quiero subrayar varios elementos. Además del contenido,
sucintamente expuesto, es preciso destacar el talante de alegría que impregna todo
el documento. Nueve veces se menciona la palabra “alegría” como un aspecto
esencial de la misión evangelizadora, desde el primer párrafo hasta el último. La
alegría es inherente al Evangelio, al recibirlo y al comunicarlo. Se vive en la liturgia
y se reclama como factor decisivo en el testimonio de los creyentes. La alegría es la
experiencia profunda del Espíritu en nosotros al poder vivir el encuentro personal
con Cristo y sentirnos impulsados a compartirla con nuestros hermanos y
hermanas. Por eso concluye con la cita final de Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi ,
80, que alude a la “confortadora alegría de evangelizar”.
Otro aspecto importante es que el papa ha introducido la palabra “misionariedad”
en este mensaje y en algunos otros, asumiendo así un nuevo término, conocido ya
en la teología de la misión (J. Esquerda Bifet, “La misionariedad de la Iglesia en
América Latina, a la luz del discipulado evangélico” Medellín, 125 (2006) 99-120),
pero no utilizado hasta ahora en la doctrina de la Iglesia, ya que no aparece como
tal ni en el Concilio Vaticano II ni en las conferencias del CELAM, ni en los
documentos papales eminentemente misioneros de Pablo VI (Evangelii Nuntiandi),
Juan Pablo II (Redemptoris Missio) y Benedicto XVI (Verbum Domini). Sin intentar
hacer una definición del mismo Francisco lo refiere al “mandato confiado por Jesús
a los Apóstoles de ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta
los confines de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida
cristiana, sino como un aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos
del mundo para caminar con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de
nuestra fe en Cristo y convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio.” La
misionariedad constituye, pues, uno de los elementos fundamentales de la
eclesiología del papa Francisco, con la cual él quiere mostrar al mundo una Iglesia
no autorreferencial, descentrada de sí misma, una Iglesia en misión
evangelizadora, una Iglesia que rompe sus fronteras, amplía los límites personales
y geográficos de la fe y se orienta hacia el mundo entero y hacia sus múltiples
periferias para anunciar la alegría del encuentro con Cristo mediante el Evangelio.
Cuando se acuña una nueva palabra para expresar una realidad es que esa realidad
va tomando consistencia de tal manera que la esencia de la misión evangelizadora
se convierte en sustancia y por ello se hace “sustantivo”, un sustantivo que
identifica a la Iglesia y a todo creyente, sin excepción, del Pueblo de Dios.
La misionariedad de la Iglesia se proyecta sobre tierra firme y por eso el papa
orienta su mirada a las diversas realidades de nuestro mundo actual como espacios
donde la palabra del Evangelio puede ser regeneradora de una nueva vida, personal
y social. Allí donde impera la violencia, la corrupción y la mentira, la Iglesia está
llamada a dar una palabra de esperanza, de misericordia y de verdad que sea capaz
de ir transformando la sociedad con los impulsos de una nueva evangelización, más
profunda y apasionada. Esto se ha de llevar a cabo especialmente en las Iglesias de
Latinoamérica, donde se ha declarado a partir de Aparecida (2007) el estado de
Misión Permanente. Muchos ámbitos y dimensiones de la vida individual y social, así
como los elementos característicos de la pluralidad cultural de América Latina
requieren una profundización y un anclaje mayor en los auténticos valores del
Evangelio. Entre otros valores evangélicos cuyo anuncio urgente apremia podemos
destacar la experiencia de Dios como Padre, el reconocimiento y la valoración del
otro y de los otros como fundamento del respeto mutuo, la libertad inalienable de la
persona humana vinculada a su dignidad inviolable como imagen de Dios, la
conciencia de la responsabilidad personal, la justicia propia del Reino de Dios y la
vivencia de grandes valores evangélicos como la gratuidad y el perdón.
Para los individuos y sociedades del mundo occidental, donde el secularismo ha
hecho estragos en el proceso de alejamiento de Dios y donde el relativismo moral
ha conseguido prácticamente prescindir de la referencia a toda trascendencia, el
Evangelio constituye una palabra potente para transformar la mentalidad de las
gentes y para cambiar el mundo. Las diversas crisis en las que está sumida la
actual civilización occidental, la económica y la ecológica, la alimentaria y la
energética, han abocado a una crisis fundamental de valores, si es que no han
nacido de ella. Allí donde se ha impuesto la supremacía del ídolo mamon, es decir,
el dinero como valor supremo, la codicia como pasión dominante y el capital como
mano negra, invisible e implacable en el sistema, el anuncio del Evangelio de
Jesucristo sigue siendo una palabra alternativa capaz de abrir nuevos caminos que
conduzcan a la transformación y construcción de sociedades libres, participativas e
igualitarias donde se tengan los derechos humanos como principios básicos de la
convivencia y de la relación fraterna entre los pueblos y donde el decálogo en
cuanto prescripción normativa de las relaciones humanas, constituya el exponente
de los mínimos morales exigibles a todos los individuos en un orden de justicia y de
paz.
Además, en las vastas regiones de las periferias del mundo, donde todavía no ha
llegado la Palabra del Evangelio y en los sectores marginales de las poblaciones del
bienestar económico, donde tampoco llega el mensaje liberador y transformador del
Jesucristo, hace falta una difusión el Evangelio tal que llegue a los corazones de las
personas dando consuelo, sentido y esperanza y promueva la transformación de las
condiciones sociales de la vida humana, frecuentemente amenazada y atenazada
por la injusticia, la violencia, la corrupción y la mentira.
Para llegar a todos estos ámbitos la palabra del sucesor de Pedro tiene siempre el
mismo contenido y tenor: la alegría y la convicción personal en la transmisión
testimonial del Evangelio, siguiendo las huellas de Jesucristo y el ejemplo, a veces
martirial, de los misioneros y misioneras extendidos por toda la tierra. Esa alegría
es la que el papa irradia con su personalidad firme, con su estilo de vida, humilde y
sencillo, y con su testimonio personal de amor y de proximidad a los últimos y
necesitados. La Palabra de Dios fecunda siempre su pensamiento y en ella
encuentra Francisco la fuente de su alegría profética que hacen de él, sin duda, el
paladín de la misión y el mejor misionero.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura