XXIX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 4,20-25: Cristo murió y resucitó por nuestra justificación.
b.- Lc. 12, 13-21: Lo que has acumulado ¿de quién será?
El evangelio nos presenta la petición de un hombre en disputa con su hermano,
acerca de una herencia con su hermano (vv.13-15), y la parábola del rico que
acumula riqueza (vv.16-21). Todo el tema acerca de las herencias el derecho
sucesorio, estaba regulado por la ley (cfr. Dt. 21,17). El hombre acude a Jesús,
como un doctor versado en la ley de Moisés, y para que influya sobre su hermano.
Si bien, la gente acudía a Jesús con la confianza de ser ayudada en sus
necesidades, esta vez encontramos una negativa a ser árbitro entre ambos
hermanos (cfr. Ex. 2,14). Conoce muy bien su misión: anunciar el evangelio, llamar
a los perdidos a la conversión, para dar la vida en rescate de muchos (cfr. Lc. 5,
32; 19,10; Mc.10,45; Jn. 10,10). Nos habla de no acumular riquezas materiales,
sino apreciar el reino de Dios, como la única riqueza del cristiano. Toda ansia de
riquezas, es considerada un peligro, del que tienen que cuidarse los discípulos. El
ansia de poder, revela la ilusión de creer que los bienes aseguran la vida, ella es un
don de Dios, no es fruto de la posesión. De hecho es Dios, quien dispone de la vida,
no el hombre. Lucas señala que desde que Jesús decide subir a Jerusalén, su
palabra y camino, se centran en el tema del reino de Dios, verdadero don y riqueza
de los hombres. Si este es su tesoro, todo lo demás adquiere un valor relativo,
porque las riquezas materiales se pueden convertir en un ídolo, y por lo mismo, al
hombre lo convierten en un idólatra. La absolutización de los bienes materiales,
como el dinero, el placer, el poder, etc., se pueden convertir en una verdadera
idolatría. Jesús rechaza ser juez o abogado de un problema de herencia entre
hermanos, lo que le permite poner un principio radical: “Y les dijo: «Mirad y
guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está
asegurada por sus bienes.» (v. 15). La vida es un don, no se tiene, ni se compra,
de ahí que aquel que basa su existencia sólo en lo material, está vacío, es pobre
por no apreciar la vida que recibió de sus padres y de Dios. El rico de la parábola
cree tener asegurada su vida, en base a la buena producción de sus campos, dueño
del futuro y de la vida. Pero Dios le reclama la vida ese mismo día y muere; ese
hombre era un necio, hombre rico para sí, pero vacío de riqueza ante Dios. Era una
vida sin sentido, porque en ella no estaba presente ni Dios ni el prójimo (cfr.
Sal.14,1). Mientras una riqueza al hombre lo sujeta a la tierra, otra lo abre al
misterio de Dios y del prójimo; una lo ata y convierte en idólatra, la otra, lo hace
cristiano, que hunde sus raíces en la existencia misma de Dios, más allá de este
mundo. La riqueza que acumula, para ¿quién será? (cfr. Sal.39,7). Esta vida
cristiana, centrada en el reino de Dios, es decir, hecha de fe, esperanza y caridad;
pero también, nos deja ver que la existencia del cristiano es don para los demás,
por eso es rico ante Dios, quien comparte sus bienes, muchos o pocos con su
prójimo.
Teresa de Jesús encontró a Cristo pobre atado a la columna, origen de su famosa
conversión. “En tornando a la oración y mirando a Cristo en la cruz tan pobre y
desnudo, no podía poner a paciencia ser rica. Suplicábale con lágrimas lo ordenase
de manera que yo me viese pobre por ÉL.” (V 35,3).