Cada uno ha de escoger, con qué cuchara comer
Domingo 31 ordinario 2013, 3 de noviembre
Lucas el Evangelista nos regala hoy con una de sus páginas mejor logradas,
mostrándose sumamente colorido y lleno de detalles para que no perdamos el
objetivo al que quiere llegar. Por supuesto que se trata de Jericó, una de las
ciudades más antiguas de la humanidad, y el personaje que va a ser central en
la narraci￳n era un “publicano”, que además era como uno de los capos no del
narcotráfico, sino colaboracionista, pues cobraba impuestos para Roma. Los
publicanos eran gente del pueblo pero que habían competido y cotizado, pues
al que se le adjudicaba el puesto, cobraba impuesto para Roma, pero exigía su
propio impuesto, que a veces era más gravoso que el que exigía para Roma.
Por eso los “publicanos” eran considerados como de la peor ralea o cala￱a de
la humanidad.
Y cómo es la vida, y cómo es bueno Jesús, pues sucedió que Zaqueo, así se
llama nuestro personaje, tenía curiosidad por ver a Jesús. No tenía otro interés
que ese, ver a Jesus, pues le habían platicado tantas cosas de él, que sería
interesante verlo pasar. Pero imposible de acercase a él, pues al primer intento
las gentes le habría gritado lo peor o incluso podrían haberle escupido en plena
cara. Por eso, urdió su propio plan para verlo pasar. Se supone que los ricos
eran gordos, pues nada les impedía hartarse sin los lineamientos de hoy que
marcan que las personas deben ser delgadas si quieren verse bien y si quieren
una salud a prueba de todo. Yo supongo que e Zaqueo además de gordo, era
chaparro, pero con todo y todo, logró subirse a un arbusto, y como desde un
observatorio natural ver pasar al maestro. Y lo que tenía que ocurrir, ocurrió,
cuando pasó Jesús, rodeado de muchas gentes, de enfermos, de lisiados, de
niños y de ancianos que formaban una gran algarabía, en lugar de seguir
adelante, miró hacia el árbol donde estaba trepado Zaqueo, y tranquilamente,
llamándolo por su nombre, le pidió que se bajara porque ese día quería
hospedarse en su casa. Zaqueo sintió que el corazón le latía de una forma
inusitada, y como pudo, se bajó del árbol, pero al mismo tiempos que iba
bajando, instantáneamente echó un vistazo a la vida que había llevado hasta
entonces, y podemos decir que cuando Zaqueo pisó suelo, era ya otro hombre
con una grandeza que nadie fue capaz de arrebatarle desde entonces, con una
altura que no tenían todos los que rodeaban al sentir el perdón y la cercanía de
Jesús. ¿En dónde estuvo el cambio de Zaqueo? Comenzó por donde más le
duele al hombre, en la bolsita, en el dinero. Declaró delante de todos que ese
día devolvía a los pobres la mitad de sus bienes y además daría cuatro veces la
cantidad que hubiera defraudado a alguien.
Con todo, eso no le libró de la maledicencia de las gentes que se mostraban
ruines y con muy poca altura moral, pues no podían hacerse a la idea de que
Cristo hubiera preferido precisamente la casa de Zaqueo para hospedarse.
Pero Cristo salió en defensa de aquel hombre, manifestando su alegría porque
él había acogido la salvación que él venía a traer a todos los hombres, pues
venía buscar precisamente a buscar y salvar lo que se había perdido. Aquí
termina la historia, no volvimos saber más de Zaqueo, y aquí viene las
preguntas para nuestra propia vida. No creo equivocarme al pensar que los
jóvenes son instruidos y aleccionados para estudiar y que nadie les ponga la
pata encima, aunque los padres resistan las consecuencias, pues el joven
sentado ya en sus reales, no socorre ni a sus mismos padres y éstos
consideran que la riqueza, la posesi￳n, el tener un “guardadito” o mejor un
guardadote, e lo mejor que la vida nos puede deparar, de manera que
desprenderse de lo nuestro, de lo que tanto nos ha costado, tiene un altísimo
grado de dificultad, pero eso nos impediría escuchar aquellas benditas
palabras: “Hoy ha llegado la salvaci￳n a esta casa”. Muchas personas tienen
mucho gusto por recibir al sacerdote que bendice su casa acompañando la
bendición con agua bendita. Ojalá que una visita del sacerdote a cada casa y a
cada corazón pudiera ablandarnos y comenzar a dar desde donde más nos
duele, desde la bolsita, y comenzar a vivir en la justicia y la equidad y además
en la ayuda mutua y solidaria a los que nos necesitan.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx