Ahora lo verás huarache, ya apareció tu correa
Domingo 1º.Adviento ciclo A 2013, 1 de diciembre
Pensar en la proximidad de Navidad es comenzar a hablar de comilonas, de
excesos, de fiestas de despedida y de fin de año, posadas que son auténticas
borracheras, lejos de lo que un verdadero Adviento previene, la venida del
Salvador, el que da sentido a nuestra vida y a nuestro futuro. Al respecto, el
texto de san Pablo es clarísimo: “Comportémonos honestamente, como se
hace en pleno día. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni
desenfrenos, nada de pleitos ni envidias. Revístanse, más bien, de nuestro
Señor Jesucristo y que el cuidado de su cuerpo no dé ocasión a los malos
deseos”. Esto es el verdadero sentido del Adviento, prevenir, animar a la
vigilancia, en un auténtico comportamiento de vida, que nos haga esperar a
ese Cristo que ya está aquí, que ya es nuestro, pero al que nosotros no le
hemos puesto cuidado pues nuestras cosas parecen más importantes y no
hacemos lo que Jesús nos ha indicado para el camino y para el final de todos
los hombres. Es el mismo Cristo que viene silenciosamente cada día y que
definitivamente vendrá al final de los siglos, no precisamente para condenar
sino para mostrar su justicia y su misericordia para con todos los hombres.
Adviento es entonces esperanza, vigilancia y alegría porque la espera es al que
viene y viene a salvar a todos los hombres. Al respecto, Miguel Frarique Velerdi
escribe; “El Evangelio se hace historia en el curso litúrgico que hoy
inauguramos: estarán dos secretarias en la oficina, una creerá y la otra seguirá
en las tinieblas exteriores; estarán dos hombres en el taller: uno asumirá la
salvación de Dios, y otro seguirá renegando de la vida; estarán dos pecadores
crucificados por la vida: uno volverá sus ojos a Cristo Jesús, otro seguirá
blasfemado. Sucederá como en los días de Noé: vendrá el diluvio en forma de
cáncer, de muerte del hijo, de desgracia familiar o social, y se los llevará la
desesperación. Estad en vela, porque no sabéis cuándo vendrá el Señor, pero,
en el año que comienza, unas personas concretas se encontrarán con el Hijo
del Hombre que viene: será una predicación, el matrimonio que van a
contraer, un testimonio, un fracaso, una enfermedad…Incluso alguien que
nunca tropezó con Jesucristo, lo encontrará cara a cara en la muerte: “estad
siempre preparados, porque a la hora que menos penséis, viene el Hijo del
Hombre”.
Tenemos entonces necesidad de caminar en la luz, pero no iluminados por
cualquier luz, por cualquier equipo de fut que o gana o pierde y encontrar la
felicidad o la tremenda tristeza de la derrota. Al cristiano no le inquietan esas
cosas, ni se dejan iluminar por ellas, más bien es Cristo la luz que los hombres
necesitan para continuar en el camino de la salvación, al decir de San Agustín:
“En medio de la oscuridad no puedes distinguir al amigo del enemigo. No
distinguimos de noche los metales preciosos de las meras piedras. Del mismo
modo, el avaro y el licencioso no distinguen la verdad de la virtud. Así como el
que camina de noche va muerto de miedo, de igual modo los pecadores andan
continuamente atormentados por el miedo de perder sus bienes por el
remordimiento de su conciencia.
Con lo anterior podríamos concluir nuestro comentario, pero todo quedaría a
medias si no escucháramos al Profeta Isaías, que ya hablaba siglos antes de
Cristo de lo que sería su venida: “ hacia él confluirán todas las naciones.
Acudirán pueblos numerosos que dirán: Venga, subamos al monte del
Señor, a la casa del Dios de Jacob, para que nos instruya en sus
caminos y podamos marchar por sus sendas…Él será el árbitro de las
naciones y el juez de numerosos pueblos. De las espadas forjarán
arados y de las lanzas, podaderas: ya no alzará la espada pueblo
contra pueblo y ya no se adiestrarán para la guerra… Caminemos a la
luz del Señor ” a mí me entusiasma la profecía de Isaías que a nosotros,
pueblo Dios nos toca hacer realidad, convertir las espadas, los cuchillos, las
metralletas, en arados, en fábricas, en talleres donde la gente pueda ganarse
el pan de cada día y podamos alabar al Dios de todos los siglos. El Señor ya
nos ha enviado a su Salvador, nosotros tenemos que asociarnos entonces, a su
obra salvadora.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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