XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
LECTURAS:
PRIMERA
Eclesiástico 35,15-17.20-22
Las lágrimas de la viuda, ¿no bajan por su mejilla, y su clamor contra el que las
provocó? Quien sirve de buena gana, es aceptado, su plegaria sube hasta las
nubes. La oración del humilde las nubes atraviesa, hasta que no llega a su término
no se consuela él, hasta no haber machacado los lomos de los sin entrañas, y haber
tomado venganza de las naciones, haber extirpado el tropel de los soberbios, y
quebrado el cetro de los injustos, hasta no haber pagado a cada cual según sus
actos, las obras de los hombres según sus intenciones.
2Timoteo 4,6-8.16-18
Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida
es inminente. 7 . He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la
carrera, he conservado la fe. 8 . Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia
que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino
también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación. En mi primera
defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampararon. Que no se les tome
en cuenta. 17 Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se
proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la
boca del león. 18 El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome
para su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
EVANGELIO
Lucas 18,9-14
Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta
parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El
fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias
porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco
como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis
ganancias". En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a
alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten
compasión de mí, que soy pecador!" Les digo que éste bajó a su casa justificado y
aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será
ensalzado".
HOMILÍA:
Jesús no perdía ocasión para criticar a los fariseos. ¿Es que el Maestro despreciaba
a este grupo de judíos cualificados?
De ninguna manera. Jesús siempre trató a todos con el debido respeto, sin
demostrar en ningún momento discriminación contra nadie. A El se acercaban los
enfermos, incluyendo los leprosos, que debían vivir fuera de los pueblos,
totalmente apartados. Estos últimos, dada su enfermedad, presentaban un aspecto
horrible, lo que nunca hizo que el Señor se alejase de ellos.
En muchas ocasiones habló con miembros de los distintos grupos más destacados,
como eran los sacerdotes, los saduceos, los escribas y doctores de la Ley, y
también con los fariseos.
Acogía a todos, no importa que fuesen considerados pecadores públicos, como era
el caso de los llamados publicanos.
Estos no constituían un grupo, sino que les llamaban así por su oficio, que era
recaudar los impuestos “públicos” destinados a pagar el tributo al Emperador
Romano, que era por esos tiempos el que gobernaba, por usurpación, todo el área
que las legiones romanas habían ido agregando, por la fuerza, a los dominios del
Imperio.
Precisamente por recoger los tributos que estaban obligados a pagar al gobierno
extraño, que los había subyugado en contra de su voluntad, la mayoría de los
judíos veía en estos hombres colaboradores de sus opresores, y los miraban mal.
Además, parece que algunos de ellos abusaban en el cobro de las tasas, ya que a lo
que era exigido, agregaban algo más para su propia gananncia. Así que había
motivos para no mirarlos con agrado.
Pero los fariseos se extremaban en sus críticas a los publicanos, a los que
consideraban grandes pecadores, indignos de ser parte del Pueblo Elegido.
Por otro lado, agrandaban también sus propios méritos, aparentando una piedad
que realmente no tenían, por lo que eran unos hipócritas en sus maneras de
presentarse como modelos religiosos.
Pese a todo, tenían una gran influencia en el pueblo, aunque ellos mismos no eran
demasiado numerosos.
Con todo, no podemos concluir que todos ellos eran hipócritas, ni todos personas
con una falsa piedad. Es posible que entre ellos los hubiera también que buscaban
realmente servir a Dios.
Fue valioso su servicio en la interpretación de las Escrituras, pues la mayoría de los
escribas o doctores de la Ley eran fariseos.
También lo fue Saulo, antes de su conversión, lo que explica su celo por la ley y su
deseo, antes de la conversión, de exterminar el cristianismo de raíz.
Pero es indiscutible que sentían, como grupo, un falso orgullo, considerándose
superiores a los miembros del “pueblo de la tierra”, como llamaban a los ignorantes
de la Ley y en general, también a los pobres.
Algo por el estilo podríamos decir también de los saduceos, ya que aunque muchos
de ellos eran miembros del grupo sacerdotal, por su oficio y su autoridad se sentían
apartados del resto. Pese a ello, y distinto a los fariseos, no creían en la
inmortalidad del alma.
La primera lectura, del libro del Eclesiástico, llamado también Sirácide, apoya la
enseñanza del evangelio al destacar que Dios no se deja impresionar por
apariencias, ni desprecia a nadie por ser pobre, y nunca desoye los gritos de los
que a El acuden en busca de ayuda. Pero insiste en que sólo cuando buscamos a
Dios con humildad es que somos realmente escuchados.
Y es ahí, precisamente, donde está el énfasis de la parábola evangélica. El fariseo,
pero pudo ser también cualquiera de nosotros, oraba mientras se pavoneaba ante
el Altísimo por las cosas buenas que hacía, con lo que demostraba no tener
humildad.
Se sentía, como a veces nos sentimos también nosotros, cuando pensamos que
somos mejores que aquellos que no practican la religión como nosotros, y llegamos
hasta creer que seremos los únicos en salvarnos.
Por el contrario, el publicano no estaba fijándose en los demás, sino sólo reconocía
sus propios pecados, pidiendo a Dios perdón por ellos.
Ante Dios debemos reconocernos como lo que somos, pues El conoce muy bien
nuestra realidad. Podremos engañar a nuestros prójimos, pero nunca a quien ve lo
más profundo de nuestros sentimientos.
La humildad es una de las virtudes más importantes, precisamente porque es la
que nos hace merecer las gracias del Señor.
Esto la afirma la propia Virgen María cuando, al recibir del ángel Gabriel la noticia
de que iba a ser la Madre del Hijo de Dios, s￳lo atin￳ a decir: “He aquí la esclava
del Se￱or” (Lucas 1,38).
Más tarde, después de escuchar todos los elogios que le dedicó su parienta Isabel,
también demostró el exacto conocimiento que tenía de sí misma cuando dijo:
“Engrandece mi alma al Se￱or, y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi Salvador,
porque ha mirado la peque￱ez de su sierva” (1,46-48).
La conclusión del evangelio de hoy va por el mismo camino, pues Jesús finaliza la
parábola diciendo: “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será
enaltecido”.
Sólo ante Dios tenemos que humillarnos, pero no podemos humillar a nadie,
creyéndonos superiores. Es el Señor quien juzgará lo que verdaderamente somos.
¡Qué bueno si al final de nuestra vida logremos ser enaltecidos para siempre!
Padre Arnaldo Bazan