XXX Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 8,15-25: La creación entera gime de dolor.
b.- Lc. 13, 18-21: El grano de mostaza y la levadura.
Este evangelio nos presenta dos parábolas: la del grano de mostaza (vv.18-19), y
la de la levadura (vv.20-21), que luego Jesús asemeja con el reino de Dios y que
tienen como fin, hacer un contraste entre la pequeñez de los comienzos y su
grandioso final. La semilla de mostaza es la más pequeña, pero puesta en tierra, se
transforma en un gran árbol, que hasta los pájaros, hacen nidos en sus ramas (cfr.
Mc.4, 31). Lo mismo, se puede decir de la levadura, que la mujer, coloca en la
noche en la masa para que fermente, y hacer el pan el día siguiente. El reino de
Dios, se ha iniciado con la acción de Jesús, que lo anuncia, y lo promete a los
discípulos. El reino de Dios está ya presente en sus curaciones, expulsión de
demonios, resurrección de muertos, signos todos del tiempo nuevo del Mesías. Pero
si bien las señales son claras, no todos descubren su presencia, sólo el que posee
sabiduría de Dios. La fe es el camino y la llave, que abre el tesoro de este
conocimiento. Sólo los discípulos, por el momento, son los que lo poseen, lo que no
les exime de orar para que venga el reino (cfr. Lc. 11, 2), los que forman un
pequeño rebaño (cfr. Lc. 12, 32). Si bien el comienzo es sencillo, el final está
garantizado Jesucristo, vendrá con gloria. Por el momento, comienza a germinar,
pronto florecerá hasta llegar a penetrarlo todo. Jesús trajo el reino, tiempo de
salud, aunque con un pequeño grupo de fieles que están a los comienzo de ese
reinado, al final serán muchos, pero estamos en el tiempo intermedio, es decir,
desde la Ascensión hasta su regreso en gloria y majestad; el reino sigue creciendo
como la levadura en la masa. La acción del reino de Dios sigue su trabajo en forma
visible, por medio de la comunidad eclesial, los cristianos todos, desde el Papa
hasta el último cristiano. El reino sigue creciendo, donde hombres y mujeres,
aceptan el mensaje salvífico, se bautizan y comienzan su período de formación en
la fe. También crece el reino de Dios con el servicio que presta la Iglesia en la
predicación de la Palabra, la celebración de la Eucaristía y el servicio de caridad a
los más pobres de nuestra sociedad en su multiforme de llegar al hermano.
Teresa de Jesús enseña en la medida en que nos damos a Dios somos introducidos
en los misterios del reino de los cielos: “Rey sois, Dios mío sin fin, que no es reino
prestado el que tenéis. Cuando en el Credo se dice: Vuestro reino no tiene fin, casi
siempre me es particular regalo” (CV 22, 1).