XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C
Eclo 35, 15-17. 20-22; Sal 33; 2Tm 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14
Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta
parábola: "Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El
fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias
porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco
como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis
ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a
alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten
compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y
aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será
ensalzado."
La semana anterior las lecturas ponían énfasis en el orar con insistencia contra el
adversario; según el libro del Apocalipsis, hay un adversario, y este es el demonio.
Cristo ha venido para librarnos del poder del mal, revelándonos la justicia divina. El
evangelio de la presente semana, está puesto en un contexto de oración, pero nos
revela otro aspecto de este inagotable pozo cuando Dios lleva al hombre a la
oración. Tantos santos en la historia de la Iglesia Dios, por medio de la oración, les
han inspirado e incluso les ha concedido visiones y gracias especiales. Así entremos
en la parábola del publicano y el fariseo. ᆱ…Con la viuda y el juez el Se￱or nos
enseñó la diligencia de la oración. Ahora nos enseña por el fariseo y el publicano el
modo de dirigirle nuestras súplicas, para que no sea infructuosa la oración. El
fariseo fue condenado porque oraba sin atenci￳n: “el fariseo estando en pie, oraba
en su interior de esta manera"…ᄏ (Griego o Asterio, in Cat. graec. Patr).
A través de esta parábola se nos quiere hacer presente que en Cristo todo hombre
está llamado a la salvación y que solamente a través de Cristo, el hombre puede
participar de esta salvación y justicia de Dios, no es la ley la que justifica al
hombre, sino la Misericordia del Padre. Aquellos que vivieron en la Antigua Alianza,
como los que conocen a Dios después de ella, o sea tanto judíos como gentiles
(nosotros), sólo podemos ser justificados por la Misericordia de Dios Padre
manifestada en la cruz de Cristo, cuando muriendo por nuestros pecados, nos ha
justificado y reconciliado con el Padre; por eso las palabras del publicano expresan
la actitud de todo hombre ante Dios y la esperanza puesta en Él: «... y estando de
rodillas decía: Señor ten piedad de mí, que soy un pecador...».
San Pablo en la Carta a los Romanos expresa que la ley no justifica habla en el
sentido que, en la época de Jesús, para los fariseos y escribas, el sentido de la fe
era el cumplimiento de la ley, y la fidelidad como una práctica ritual externa
creyendo así ser fieles a la Alianza, es así que en la parábola, aparece el fariseo
alabándose a sí mismo cuando dice ᆱ…yo no soy como ese publicano…ᄏ. Este
fariseo, aparece como un hombre al que elevar los ojos al cielo no lo lleva a
reconocer a Dios sino a amarse a sí mismo. Los profetas en el Antiguo Testamento
manifestaban esta actitud con tanta claridad: ᆱ…este pueblo me honra con los
labios pero su coraz￳n está lejos de mí…ᄏ. La parábola nos está descubriendo que
el cumplimiento de la ley o vivir en un espíritu de ley, de cumplir la norma, no lleva
al hombre a tener una vida interior, un encuentro con Dios. Tenemos el episodio
del hermano mayor, de la parábola del hijo pródigo, que es un hombre que vive en
la ley y que se escandaliza ante el amor del Padre, que pude amar al hijo infiel.
Entonces los fariseos rechazan a Jesús porque les escandalizaba que Él ame a los
pecadores.
Retomando la parábola de este domingo vemos a un fariseo que no está solamente
escandalizado del amor de Dios a los pecadores, sino que es uno que se goza
porque no es como los pecadores, el fariseo es aquel que aún no ha conocido al
Dios de la Nueva Alianza, como San Pablo antes de su conversión, que encarcelaba
y ajusticiaba a los cristianos. Al respecto nos dice el Papa Francisco: ᆱ…Todos
hemos tenido la tentación de la hipocresía. Todos. Todos los cristianos. Pero todos
tenemos también la gracia, la gracia que viene de Jesucristo, la gracia de la alegría,
(…) Jesús, nos habla de rezar en lo secreto, perfumar la cabeza el día del ayuno y
no tocar la tromba cuando hacemos una obra buena. En esto, en la oración —
citando la parábola de Jesús del Evangelio de Lucas (18, 9-14) —, nos hará bien la
imagen tan bella del publicano: “Ten piedad de mí, Se￱or, que soy un pecador”. Y
esta es la oración que nosotros debemos hacer todos los días, con la conciencia de
que somos pecadores, con pecados concretos, no te￳ricos…ᄏ (Francisco, Homilía en
Santa Marta, 19 de junio de 2013).
Hoy en nuestros días, vemos una forma nueva de fariseísmo, en la cual incurrimos
los creyentes (católicos), y los no creyentes, o sea: ateo, agnósticos, etc. Esta
forma de vivir, justificando todo es la funcional: el hacer y no ser. Hoy lo
importante es lo que yo haga, realice, ejecute; cuando luego lo que yo sea, es
independiente a mí vivir. El hombre se convierte en mera función y esto lleva a
deshumanizarse, ya no soy la persona tal, soy por lo que hago o realice: el
profesor, el médico, el contador, etc; pero nos interesa la persona en sí. Entonces
se dice: qué bueno es el profesor (…), por su labor de docente, pero esto no refiere
necesariamente en sí a la persona. Este tipo de fariseísmo moderno “tolerante”; no
solo rechaza al pobre publicano, sino que lo descarta legalmente, cuando no es útil
o funcional, con las leyes, cuando se aprueban: la ley del aborto, la eutanasia
(sociedades que se llaman del primer mundo); o peor aún cuando con las leyes
aprobadas por los parlamentos, legalizan relaciones de convivencia que socaban y
desnaturalizan la realización plena de la vida de la persona humana. Cristo
Resucitado es el camino, la verdad y la vida, que como al publicano nos invita a
quedar desbordados y no merecedores de tanta gracia-misericordia y amor de Dios,
por eso decir: “…ten piedad de mí que soy un pecador…”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar