Homilía Domingo 30° Tiempo Ordinario Ciclo “C”
Lecturas :
Eclesiástico 35, 12-14. 16-18
Segunda carta de san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Evangelio según san Lucas 18, 9-14
La oración del mendigo
Dijo Jesús esta parábola, la del fariseo y el publicano, “refiriéndose a algunos
que se tenían por justos y despreciaban a los demás”, según escribe el
evangelista (Lc. 18, 9), que no eran probablemente otros que algunos
fariseos, algunos porque no todos (había también fariseos buenos y muy
religiosos).
Probablemente cerca de Jerusalén. Allí terminaba el viaje de Jesús que
largamente nos viene relatando san Lucas. En Jerusalén, donde estaba el
Templo, porque estaría ya Jesús cerca del Templo, donde acuden todos a
orar, cuando contó esta historia de dos orantes, un fariseo y un publicano,
que van al Templo a orar. En Jerusalén, donde había muchos fariseos.
“Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro,
publicano.” (Lc. 18, 10).
Los publicanos eran considerados pecadores porque debían tratar con los
paganos, las autoridades del Imperio Romano, para quien cobraban los
impuestos. El publicano de la parábola lo sabía muy bien, se reconocía
pecador y apelaba a la misericordia de Dios.
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Los fariseos eran considerados muy religiosos y paradigmas de la religiosidad.
No miente totalmente el fariseo de la parábola cuando exhibe ante Dios esa
evaluación positiva de sus acciones.
Veamos cómo oran el fariseo y el publicano.
El fariseo al frente, en medio del escenario, de pie , erguido; el publicano, a la
distancia , oculto, como detrás del telón, con la cabeza gacha, inclinado , “no
se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo” (Lc. 18, 13) y golpeándose el
pecho.
El fariseo decía “Dios mío, te doy gracias ” (Lc. 18, 11); el publicano “¡Dios
mío, ten piedad de mí , que soy un pecador!” (Lc. 18, 13).
El fariseo, comparándose con los otros hombres y no con Dios, se jacta de ser
superior a ellos, le presenta su currículo a Dios, hace marketing de sí mismo,
como un político en campaña electoral; el publicano, midiéndose con Dios ,
reconoce su miseria sin hacer promoción de sí mismo, todo lo contrario, y
por eso atrae la bondad de Dios.
Uno acusa , descalifica, desacredita a los demás como un competidor; el otro,
el publicano, no acusa, se acusa y se confiesa pecador, a la vez que excusa y
es indulgente con las faltas de los demás.
El fariseo espera que Dios le pague por sus buenas obras, sus ayunos y
limosnas, le cobra a Dios; el publicano se reconoce deudor de Dios pero sabe
que no tiene cómo pagarle. El fariseo, pagado de sí mismo , se volverá con las
manos vacías; el publicano, que se muestra indigente, se abre para recibir al
don de la salvación como paga generosa de Dios .
La oración del fariseo es más bien un monólogo , se oye a sí mismo; en
cambio, el publicano hace un diálogo fecundo con Dios. El fariseo necesita
hablar mucho ; a la oración del publicano le bastan pocas palabras .
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El fariseo es como el que después de comer está lleno y no deja espacio,
pista, cancha para Dios; el publicano muestra su vacío , su indigencia, como
una bolsa para que Dios lo llene.
El fariseo se hace centro ; para el publicano el centro es Dios .
El fariseo menosprecia y rechaza a todos los demás como peores que él, el
fariseo excluye ; el publicano incluye , en su miseria se hace amable y suscita
ternura y afecto, de Dios y de los hombres.
¿No ocurre con nosotros mismos que, oyendo esta historia, nos inclinamos a
favor de la oración del publicano humilde? El que parecía que tenía las de
perder, es quien gana frente a Dios. Sólo el publicano volvió a su casa
justificado.
El que parecía más alejado y distante es quien más cerca de Dios está, se
acercó más a Dios, o más bien Dios, elevándole, le acercó más a él . Como
escribe San Agustín: “e l publicano, a quien alejaba su propia conciencia, se
aproximaba por su piedad. Estaba lejos y, sin embargo, se acercaba a Dios , y
el Señor le atendía de cerca . El Señor está muy alto y, sin embargo, mira a los
humildes (Ps 137,6). Y no levantaba sus ojos al cielo y no miraba para que se
le mirase. Su conciencia le abatía; pero su esperanza le elevaba.” (Catena
Aurea, Tomás de Aquino).
La sentencia con la que termina esta parábola: “Porque todo el que se ensalza
será humillado y el que se humilla será ensalzado.” ya la había insertado el
evangelista san Lucas cerrando aquella otra parábola de Jesús y exhortando a
los invitados de la boda a buscar los últimos lugares en la mesa (Lc. 14, 7-11).
También en aquella parábola de Jesús, advertimos el dinamismo del
agrandado humillado y el humilde enaltecido . El que se sienta en los lugares
principales de la mesa, en la cabecera, es desplazado cuando llega otro
invitado de mayor jerarquía; mientras que quien se ubica en los asientos
“que no están reservados”, los últimos, es honrado por el dueño de casa que
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lo llama y lo invita a ubicarse cerca suyo , en lugares más importantes, esos
puestos que no buscó. “Amigo, acércate más” .
El protagonista de la parábola , según creo, no es ni el fariseo ni el publicano
sino más bien Dios, quien, como Juez Justo escucha la súplica humilde del
publicano y hace volver a su casa a éste justificado. Y no al fariseo, aunque
según sus propios cálculos éste tenía de sobra para considerarse justo.
Como escribe San Agustín: “Habéis oído al acusador soberbio y al reo
humilde , oíd ahora al Juez que dice: Os digo que éste y no aquél, descendió
justificado a su casa.” (Catena Aurea, Tomás de Aquino).
El contexto de la enseñanza es innegablemente escatológico . Unos versículos
atrás Jesús había hablado de la vuelta del Hijo del Hombre (Lc. 18, 7-8).
Entonces Dios hará justicia a sus elegidos, aunque les haga esperar.
En paralelo con el evangelio, la primera lectura, del libro del Eclesiástico, nos
enseña el valor y eficacia de la oración humilde para obtener de Dios la
justicia: “La súplica del humilde atraviesa las nubes,… no desiste hasta que el
Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles justicia .”
Así era la oración de María, una oración humilde, como en el Magníficat, en
el que atribuye todos los méritos a Dios.
Que nuestra oración hoy sea una oración humilde, como la de María, como el
publicano, hagámonos mendigos de Dios para atraer su misericordia .
Oigamos al Señor que nos invita al banquete eucarístico y nos dice “acércate
más”, en la intimidad de la comunión.
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Pbro. Hernán Quijano Guesalaga
28 de octubre de 2007
Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, Paraná
Capilla Policial San Sebastián
Actualizada para el sábado 26 y el domingo 27 de octubre de 2013
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