EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Trigésimo Domingo del tiempo ordinario C
Libro de Eclesiástico 35,12-14.16-18.
Porque el Señor es juez y no hace distinción de personas:
no se muestra parcial contra el pobre y escucha la súplica del oprimido;
no desoye la plegaria del huérfano, ni a la viuda, cuando expone su queja.
El que rinde el culto que agrada al Señor, es aceptado, y su plegaria llega hasta las
nubes.
La súplica del humilde atraviesa las nubes y mientras no llega a su destino, él no se
consuela:
no desiste hasta que el Altísimo interviene, para juzgar a los justos y hacerles
justicia.
Salmo 34(33),2-3.17-18.19.23.
Bendeciré al Señor en todo tiempo,
no cesará mi boca de alabarlo.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren.
El Señor aparta su cara de los malos
y borra de la tierra su recuerdo.
En cuanto gritan, el Señor escucha,
y los libra de todas sus angustias.
El Señor está cerca del corazón deshecho
y salva a los de espíritu abatido.
Pero el Señor libra el alma de sus siervos,
el que se ampara en él no tendrá que pagar.
Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 4,6-8.16-18.
Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación, y el momento de mi
partida se aproxima:
he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe.
Y ya está preparada para mí la corona de justicia, que el Señor, como justo Juez,
me dará en ese Día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado
con amor su Manifestación.
Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me
abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta!
Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera
proclamado por mi intermedio y llegara a oídos de todos los paganos. Así fui librado
de la boca del león.
El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su Reino
celestial. ¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Evangelio según San Lucas 18,9-14.
Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo
también esta parábola:
"Dos hombres subieron al Templo para orar:
uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: 'Dios mío, te doy
gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y
adúlteros; ni tampoco como ese publicano.
Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas'.
En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: '¡Dios mío, ten
piedad de mí, que soy un pecador!'.
Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque
todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado".
Comentario del Evangelio por :
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la
Iglesia
Discurso sobre los salmos, Salmo 85, 2-3
“Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador.”
“Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy humilde y pobre.” (Sal 85,1) El
Señor no inclina su oído al rico sino al pobre y miserable, al que es humilde y
confiesa sus faltas, al que implora la misericordia. No se inclina al satisfecho que se
jacta y se envanece como si nada le faltara y que dijo: “Dios mío, te doy gracias
porque no soy como el resto de los hombres,... ni como ese publicano.” (Lc 18,11)
El rico fariseo exhibía sus méritos, el pobre publicano confesaba sus pecados.
Todos los que rechazan el orgullo son pobres delante de Dios y sabemos que
Dios tiende su oído hacia los pobres y los indigentes. Reconocen que su esperanza
no puede apoyarse ni en oro o plata ni en sus bienes que, por un tiempo,
enriquecen su morada... Cuando un hombre menosprecia en sí todo aquello que
infla el orgullo es pobre ante Dios. Dios inclina hacia él su oído porque conoce los
sufrimientos de su corazón.
Aprended, pues, a ser pobres e indigentes, teniendo o no teniendo bienes de
este mundo. Uno puede encontrar a un mendigo orgulloso y a un rico convencido
de su miseria. Dios se niega a los orgullosos, tanto si van vestidos de seda o
cubiertos de harapos. Otorga su gracia a los humildes, sean o no notables de este
mundo. Dios mira lo interior: aquí examina y juzga. Tú no ves la balanza de Dios.
Tus sentimientos, tus proyectos, los mete en el platillo... ¿Hay a tu alrededor o
dentro de ti algún objeto que estás tentado a retener para ti?
¡Recházalo! Que sólo Dios sea tu seguridad. ¡Estad hambrientos de Dios para
que él os sacie!
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”