Domingo XXX. Ciclo C.
CANTIDAD + CALIDAD
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com
La parábola que Jesús nos presenta esta semana nos invita a profundizar nuestra
reflexión respecto de la parábola de la viuda insistente que escuchábamos el domingo
pasado. La oración no debe ser solo persistente, debemos tener persistencia en la
profundidad de la misma, no basta la cantidad sino la calidad.
Se nos proponen dos imágenes, nuevamente, la del fariseo y la del pecador. Podemos
decir que ambos “pronunciaban” sus oraciones insistentemente pero no eran los dos
quienes rezaban a Dios. Mientras que el fariseo se “autojustificaba” diciendo que no era
pecador como los otros y cumplía con todos los ritos de la Ley, el publicano sabiéndose
pecador imploraba al Padre perdón y no se consideraba digno de su amor.
El primero no rezaba, sino que tranquilizaba su conciencia, el “sagrario del hombre”
como gustaba llamarla el Beato Juan Pablo II, acallando las voces que podían cuestionar
su incoherencia entre su decir y su obrar, al tiempo que llenando el espacio de una
oración vacía, fría, superficial. El segundo por su parte, lejos de faltar a la caridad como
el fariseo al juzgar a los otros, le entregaba a Dios lo más profundo de sí, puesto que
consideraba que todos sus actos eran malos.
Uno era cumplidor de la Ley, el otro simplemente “no iba a misa”; el primero le hablaba
a su propio ego, el segundo rezaba a Dios. En ocasiones nos parece que existen
categorías de católicos de acuerdo a la cantidad de horas y de ritos cumplidos, no hay
creyentes de primera y de segunda; lo que Dios mira es la profundidad del corazón, la
sinceridad y el amor que solo brotan de un alma transparente, llena de Dios y no de sí
mismos.-