XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pautas para la homilía
"El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que se había perdido"
Jesús une necesidades y deja a un lado las diferencias.
Zaqueo, un hombre que tiene de todo: dinero, riquezas, posición social por ser jefe
de publicanos, pero pecador ante el pueblo por servir al dinero (explota a los
demás) y no a Dios; insatisfecho consigo mismo porque busca a Jesús, de quien ha
oído hablar, pero no le conoce; quería encontrarse con Jesús, pero la gente se lo
impedía; quiere seguir su corazón y abrir su vida a algo nuevo, pero encuentra
muchos obstáculos (vergüenza, crítica de los demás, ser pequeño de estatura, tiene
que hacer el ridículo ante los demás, su dignidad, su instalación en una vida
sobrada, …)
Esta necesidad de Zaqueo se encuentra con la necesidad de Jesús (cuando él le
quiere ver, resulta que Jesús ya le está buscando) que quiere alojarse hoy en su
casa, ya mismo. Jesús no se fija en lo malo y podrido de las personas, sino en las
posibilidades y belleza interna de los hombres, quizás en medio de un montón de
ruinas. Apuesta por lo mejor que hay dentro de nosotros y no le importa el
escándalo de los fariseos, ni la trasgresión de la ley y va a comer y alojarse a la
casa de Zaqueo. La necesidad de Zaqueo es más que física, pues aunque todos
sabemos algo de cansancio, soledad, sed de felicidad, miedo, tristeza,… , siente
otras necesidades todavía más vitales. Las necesidades nos unen dejando a un lado
las diferencias.
Esta manera de acercarse Jesús no es nueva, sino una constante evangélica (con la
samaritana, por ejemplo), una propuesta metodológica pastoral, animando al otro
porque tiene algo que dar, haciéndole sentir que puede ofrecer algo nuevo. Esto no
tiene nada que ver con el adoctrinamiento, la imposición, la denuncia y la
catequización. Sí con la propuesta, la valoración del otro y el diálogo que lleva a
descubrirle sus posibilidades.
Jesús nos libera de todo lo que nos esconde la vida
Zaqueo está aprisionado y encerrado en su egoísmo, sus riquezas y Jesús le
descubre que lo que le impedía vivir es su misma riqueza, pues su complicidad con
ellas está destruyendo y defraudando su propia vida y la de otros. Un simple
intercambio de miradas basta: la del profeta defensor de los pobres se encuentra
con la del rico y desde este momento entra en su vida la verdad, la justicia y la
compasión. Zaqueo se acuerda de los que ha defraudado, de los que ha
extorsionado, de lo injusto que ha sido y se abre a la compasión.
Hay veces en que no vivimos una vida sana, hemos dejado perder nuestra vida.
Jesús, se nos acerca con una mirada compasiva, sin aplicar las leyes ni exigir
moralidades, sin agobiar, sin querer conquistar ni arrasar sino ofreciendo, curando,
con unas entrañas verdaderamente de misericordia. Poco nos debe importar el
haber perdido el prestigio social, lo ganaremos en servicio al evangelio y estaremos
en mejores posibilidades de entender y sintonizar con los necesitados y los que
sufren. ¿Para qué endurecer nuestras predicaciones y apoyarlas en condenas? ¿No
es mejor hacer como Jesús y escuchar a los demás y acompañarles?
Para que nos abramos y restituyamos a los hermanos lo que es justo
El compartir es camino de salvación de los ricos, no porque sea una condición que
impone Jesús, sino porque es el medio de conversión, el mejor servicio de sus
bienes, que en Zaqueo es casi una profesión de fe. La salvación ha llegado a su
casa y se da cuenta que el acaparar y amontonar no es el camino de felicidad, sino
que el compartir y restituir abre el camino humanizador y fraternal. Cambiar de
pensar en el dinero para pensar en el sufrimiento de los demás es importante.
Cuando se ha hecho pobre y necesitado, Jesús le hace entrar en la casa de los
pobres y entender otro camino para su vida. Zaqueo deja de pensar en sus riquezas
para fijarse en los que sufren y hacer su vida más humana y solidaria.
La mirada de Jesús nos convence para que seamos justos y da sentido a nuestras
obras. El Papa Francisco habla en una homilía en Santa Marta del “síndrome de
Jonás” refiriéndose a aquellos que dan tanta importancia a sus obras, que las creen
suficientes para salvarse, sin enterarse que deben ser respuestas al amor
misericordioso del que salva, del que libera y humaniza. Los que así actúan confían
solo en su justicia personal y buscan una santidad de lavandería, todo impecable,
pero sin el celo de acompañar, escuchar, acoger a los heridos. Jesús les llama
hipócritas porque no quieren la salvación de la gente pobre, sino que más bien se
aprovechan de los pobres para sentirse ellos bien, con lo que creen que son sus
buenas obras, su forma de conseguirse la salvación.
Vivir nuestra vida cristiana con sensibilidad ante los demás, como un compromiso
por las vidas rotas y perdidas es entender a Jesús, el acompañante de la vida. Es
ser profetas en una sociedad injusta. Es superar la pasividad del ser sólo religiosos
para poder ser creativos por medio del encuentro con la fuerza salvadora del
evangelio. Ante todo es necesario buscar la vida, querer vivir con todos la
fraternidad. Vivir la vida cristiana como si fuera una serie de obligaciones que nos
exigen un gran esfuerzo para cumplirlas es matar la libertad, la creatividad y la
pasión. Jesús no vivió así, sino estimulando la vida sana y coherente.
Fr. Pedro Juan Alonso O.P.
Convento del Santísimo Rosario (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org