XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Dios está con los humillados y con los humildes
El pasado miércoles un grupo numeroso de sacerdotes, religiosos y laicos
manifestaron públicamente en las calles de Murcia (España) y ante diferentes
entidades bancarias una petición de cese de los desahucios en la región. Es una
plataforma contra los desahucios que ha conseguido impedir más de doscientos
desahucios. Y lo hicieron “ en nombre de Dios ” y a favor de los empobrecidos ,
de este sector de empobrecidos que en los últimos tiempos de la crisis se va
haciendo cada vez más grande, el de los que no pueden pagar la hipoteca de sus
viviendas, debido a la escasez de recursos en la que sobreviven atrapados en un
sistema económico que se sirve de la banca para oprimir y explotar a los
insolventes incapaces de amortizar los préstamos obtenidos y los intereses
acumulativos de los mismos.
Los amenazados de desahucio son como los que el Antiguo Testamento denomina
pobres, huérfanos y viudas. Los que hoy vayan a Misa oirán un mensaje
contundente del libro del Eclesiástico (Eclo 35,15-22): “El Señor no es parcial
contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido” . Los curas que estuvieron
en aquella manifestación ya habían leído este texto y estaban preparando su
homilía dominical desde la vida. Por eso actuaron en nombre del Dios en el que
creen y del que predican.
Y es que los textos bíblicos de este domingo nos dan otra lección magistral de Jesús
acerca de la oración, como relación viva del hombre con Dios en la verdad. Jesús se
dirige hacia Jerusalén e instruye a sus discípulos y al mundo con un mensaje sobre
la oración cuya síntesis se encuentra en la sentencia final del evangelio: “ todo el
que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Lc
18,14b) . Esta sentencia aparece otras dos veces en los evangelios (Lc 14,11; Mt
23,12) y con una variante aplicada a los niños en Mt 18,4. La frase se ha convertido
en proverbio gracias a su perfecta composición literaria, pues se trata de un
paralelismo antitético en forma quiástica, cuyo centro de atención lo ocupan los
humildes. Ante Dios y ante los demás no valen las apariencias, ni las
comparaciones con los otros, sino la más profunda verdad de cada uno. La
humildad es caminar en la verdad, decía la santa de Ávila. El que se
humilla puede hacer referencia tanto al estado de humillación y explotación en
que se encuentran muchas personas como a la virtud de la humildad en cuanto
comportamiento adecuado a la voluntad de Dios en la vida religiosa y social.
Tanto los unos como los otros son escuchados por Dios en la oración para ser
rehabilitados por él, que es un Dios justo y en su justicia no es parcial contra el
pobre ni contra el humilde. De la oración de los pobres se ocupa el texto del
Eclesiástico revelando que las súplicas de los oprimidos y los gritos de los pobres
alcanzan a Dios, el cual no desoye los gritos del huérfano ni de la viuda, mostrando
así su justicia (cfr. Eclo 35,15-22). La Iglesia toma especial conciencia de su
identidad misionera en este mes de Octubre para comunicar al mundo entero que el
Dios de la salvación y de la justicia es el Dios que se enfrenta a los malhechores,
que está cerca de los atribulados y salva a los abatidos (Sal 33) y que en Jesús de
Nazaret nos ha demostrado su prioridad indiscutible por los pobres y humildes de
nuestra tierra. Por eso los últimos de nuestra sociedad, los humildes y los
humillados, los que se abajan y los abajados, pueden encontrar en él consuelo y
esperanza. Jesús, humilde y humillado hasta la cruz, hizo visible en la historia la
cercanía amorosa y misericordiosa de Dios hacia los pobres.
Por su parte la parábola evangélica del fariseo y el publicano (Lc 18,9-14) trata la
cuestión de con la cual se ilustra de modo formidable el aforismo final, de modo
que antes de llegar a la conclusión ya se percibe el mensaje de Jesús: el que se
humilla será enaltecido. Ante Dios y ante los demás no valen las apariencias, ni las
comparaciones con los otros, sino la más profunda verdad de cada uno. Y ahí es
precisamente donde el publicano , a pesar de su mala conducta, como estafador,
corrupto o ladrón, se encuentra personalmente pidiendo misericordia y
perdón. Por eso su oración le valió la rehabilitación de parte de Dios y también su
oración fue escuchada en virtud de su humildad. Esta lección es válida para todos,
pues ante Dios hasta el más rico sigue siendo una criatura necesitada de Dios y de
su salvación. El paso necesario que debe dar todo ser humano para ser escuchado
por Dios es el de la humildad. El publicano era una persona pública, que se
enriquecía aprovechándose del dinero de los demás, en un sistema económico y
político que se lo permitía. Su redención empieza al tomar conciencia ante Dios de
su miseria moral y de su conducta injusta y corrupta. Ahí empieza su salvación, y el
elogio de su conducta no es por lo había hecho antes, sino por lo que a partir de
este momento nuevo ha empezado a hacer: pedir perdón.
Predicar este Evangelio es dar la posibilidad a todos de encontrar el camino de la
salvación. Lo que hicieron los curas de Murcia, al presentarse pidiendo en nombre
de Dios a los banqueros que frenen el mecanismo diabólico del sistema que acaba
desahuciando a los insolventes, facilita que los banqueros de Murcia (España) y a
los enriquecidos de toda la tierra que tomen conciencia ante Dios de la injusticia
que se está cometiendo contra los pobres. Si los enriquecidos toman conciencia
de su miseria moral y piden perdón como el publicano del Evangelio,
empezará para ellos el camino de la redención que les conducirá a ser
coherentes con la justicia de Dios que escucha siempre a los pobres, a los
oprimidos y a los humillados.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura