Ciclo C: XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Mario Yépez, C.M.
La imparcialidad del Dios parcial
El lenguaje de la justicia es uno de los más requeridos en la Sagrada Escritura. La
tradición sapiencial no puede escapar de la reflexión acerca del Señor como juez
imparcial y de quien en verdad asume el compromiso de favorecer a los más
abandonados de la sociedad. Pero el énfasis está en alcanzar un estado de justicia
para quien ha decidido vivir acorde a la voluntad del Señor. La advertencia recogida
en estos versículos del Eclesiástico son justamente para superar la normativa de
una supuesta convencionalidad y comprender que siendo un creyente se tiene que
valorar que el principio normativo es el mismo Dios. Así, el sabio es el justo, es
decir, el que reconoce que la absoluta imparcialidad de la justicia de Dios lo lleva
paradójicamente a parcializarse por el pobre, el agraviado, el huérfano y la viuda ya
que sus derechos son vulnerados, con lo que le compromete al hombre justo a
atenderles en sus necesidades de justicia. Esto muestra un deseo de no solo buscar
una especie de conformismo en la vida social, sino que cada miembro de la
comunidad deba asumir sus roles en la vida cotidiana sabiendo que nos acompaña
la presencia de un Dios justo que vela por los más desfavorecidos y exige, por
tanto, la perfección de la justicia en la tierra. Esto muchas veces lo hemos podido
entender como un ideal muchas veces inalcanzable, pero para el creyente
especialmente para el autor sapiencial es un deber, ya que Dios es la voz de los que
para la sociedad parece que no la tienen y en su infinita voluntad actuará siempre a
favor de los humildes puesto que éstos de por sí no deberían estar atravesando
tales situaciones de injusticia. Si todos los hombres fueran justos no habría
situaciones de injusticia. Como vemos, la motivación no se da en el marco de un
ordenamiento social sino desde la verdad de un Dios que exige vivir la justicia.
El testimonio paulino en esta parte de la segunda carta a Timoteo nos pone delante
de la inminente partida del apóstol y que se convierte en un ejemplo para todo
discípulo de Jesús. La constancia de su fe se convierte en la garantía de su
esperanza en el momento final de su vida. Todo queda en las manos de Dios, el
justo juez, que en el día final recompensará con la justificación. A pesar de que al
comienzo pudo ser incomprendido pasando momentos difíciles como se reconoce en
su camino de conversión y posterior apostolado, reconoce que solo Dios puede
garantizar la validez de su vocación. Cuando uno llega al nivel de la absoluta
confianza en Dios no hay temor que pueda ser capaz de doblegar la esperanza de
“los que aman su manifestación” como Dios justo, que al final de los tiempos tendrá
la última palabra.
El evangelio de Lucas en determinadas ocasiones nos presenta las razones por las
cuales se narran las parábolas, contextualizándolas y determinando los personajes
a quienes se dirigen estas parábolas. La de este domingo se dirige para quienes se
reconocen a sí mismos como justos pero menosprecian a los demás. Obviamente,
esto nos lleva a identificar un grave problema en la comunidad cristiana puesto que
el fariseísmo estaba distorsionando la esencia del discipulado cristiano. Ser justo te
lleva a comprometerte con que los demás también alcancen la justicia y la vivan de
acuerdo a la voluntad de Dios. Dios quiere que todos los hombres se salven y el
justo debe sintonizar con ese deseo, no actuar de modo contrario, menospreciando
a los demás porque no viven como él. Los dos personajes suben a orar al templo,
por tanto ambos son creyentes, aunque sí difieren enormemente en el tono de su
oración. El fariseo expresa su condición a partir de lo que no es y de lo que hace.
Se siente seguro ante quien le exige ser un fiel cumplidor de las normas propias de
un buen judío con lo cual Dios se vería “obligado” a mirarlo con aprecio, lo que no
debería pasar con el publicano. Por el contrario, el cobrador de impuestos,
reprobado por sus coterráneos, se encuentra en una situación incómoda, pero aún
a pesar de todo, su actitud es la de un creyente arrepentido que solo espera la
misericordia de Dios. No se nos permite ahondar más en el caso de este último,
pero se percibe la intención de la parábola en la sentencia final: la oración del
publicano fue la más sincera.
Las cosas sin duda no son lo que parecen y más en las cosas de Dios. Muchas veces
lo que creemos justo a nuestros ojos no resulta ser beneficioso para todos.
Necesitamos de la justicia en este mundo, y aunque desde nuestra mentalidad
occidental la entendemos como dar a cada cual lo que le corresponde, la impronta
del cristiano nos compromete a trascender este equilibrio de fuerzas humanas y
buscar vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. Si reconocemos a Dios como justo
juez, deberíamos preocuparnos hondamente por quienes son vulnerados
cotidianamente a pesar de tener un supuesto sistema de “justicia” que lo deberían
defender, pero más bien lo que hace es terminar de hundir más su situación. Dios
es imparcial, sentencia sabia, pero es definitivamente un Dios parcial cuando el
hombre no es capaz de vivir la justicia como se debe. Por ello, debemos tener
cuidado, especialmente cuando nos creemos que somos justos; hasta nuestra
oración muchas veces suena a palabras vacías y no salimos del templo justificados
porque no estamos permitiendo que Dios nos justifique, sino por el contrario somos
nosotros los que nos estamos justificando. El ideal no es presentarme ante Dios
como quien no soy y lo que hago, sino es llegar a entender quien realmente debo
ser. La mirada inquisidora para el otro no ayuda a crecer en la justicia de Dios, más
bien la apertura al prójimo desde la humildad es capaz de vencer obstáculos que
nos puedan ayudar a superar situaciones que comprometan la justicia que debe
imperar en la comunidad. Aún a pesar de todo nuestro esfuerzo sabemos que no
siempre colmaremos de justicia todas las situaciones y allí sí debo creer en el Dios
justo que tiene la última palabra. Este es el punto límite de nuestro grito de
justicia, no sé si tenga que decirle a Dios cómo actuar, como juzgar, pero espero
que él en su infinita sabiduría traiga consuelo al clamor de tantos hermanos que
sufren injusticias. Hay muchos que quieren gritar y confiar en el Señor haciendo
suyo el salmo: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Ésta es la parte que
nos corresponde; lo último y definitivo está en la parte de Dios. Quizá nos llevemos
más de una sorpresa, pero también estoy seguro que todo tendrá un sentido y una
razón desde la infinita misericordia de Dios, desde la corona de la justicia que nos
espera.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)