Encuentros con la Palabra
Domingo Ordinario XXXI – Ciclo C (Lucas 19, 1-10)
(...) hoy tengo que quedarme en tu casa”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
En uno de los programas de la serie radiof￳nica ‘Un tal Jesús’, se dice que Jesús le contó
esta historia a sus discípulos: Había una vez un pastor que tenía cien ovejas. Una de ellas
tenía una pata coja y siempre iba retrasada. Un día, el pastor llegó ya tarde a su casa y
comenzó a contar a las ovejas para saber si todas estaban a salvo. Las fue contando a
medida que iban entrando al corral. Su sorpresa fue grande cuando se dio cuenta de que
sólo había noventa y nueve ovejas; de modo que volvió a contarlas para estar seguro.
Cuando comprobó que una se le había perdido, cayó en la cuenta de que la que se le
había perdido era, precisamente, la oveja que tenía una pata coja...
Ya había caído la noche y comenzaba a llover; de modo que el pastor se puso pensar si
debía ir a buscar a la oveja perdida o si debía quedarse cuidando las noventa y nueve que
estaban en el corral. Mientras tanto, la ovejita coja, iba perdiendo cada vez más el rumbo;
balaba con todas sus fuerzas, pero nadie la oía; tenía miedo, porque la noche había caído
y la lluvia comenzaba a dificultar el camino, que se iba llenando de barro. De pronto, la
ovejita comenzó a escuchar el aullido de los lobos que presentían la presencia de una
presa fácil. De modo que la ovejita comenzó a correr. Con tan mala suerte que por la
carrera que llevaba, cayó en un barranco y quedó casi sumergida entre el barro.
En la casa del pastor, ya se habían apagado las luces y todos descansaban; el pastor,
acostado en su cama, antes de dormirse, pensó por última vez en la ovejita perdida, pero
se dijo a sí mismo: ¿Quién la manda a no andar más atenta al paso que lleva el rebaño?
No es mi culpa que ella sea coja y no pueda seguir el ritmo de las demás. Seguramente
mañana la encontraremos y ya está. No puedo es descuidar a las otras noventa y nueve,
y menos teniendo en cuenta el aguacero que está cayendo. Ni porque fuera a buscarla, la
encontraría. De modo que el pastor, se quedó dormido. La ovejita, allá en el fondo del
barranco, seguía balando y trataba de salir del barro en el que había caído; cada intento
por salir, era peor; se hundía más y más. Por fin sintió que el barro le entraba por el
hocico y ya no pudo balar más... no podía respirar. Estaba ya muerta...
Cuando los discípulos escucharon esta historia, se quedaron aterrados de lo descarado
que había sido el pastor; no podían creer que un buen pastor dejara morir así a una de
sus ovejas, por más coja y enferma que estuviera. Ningún pastor, conocido por ellos se
hubiera portado así. Le dijeron, entonces, a Jesús: “Eso es el colmo; un pastor que deja
morir a sus ovejas y no las busque, no debe llamarse pastor...” Pero Jesús les respondi￳:
“Pero si estaba cuidando a las demás ovejas”. Los discípulos le dijeron: “No se￱or, no
estaba cuidando a nadie. Tenía miedo de mojarse y se qued￳ durmiendo en su cama”.
La historia que nos presenta hoy la liturgia, nos habla de un pastor muy distinto. Cuando
Jesús vio a Zaqueo subido en un árbol, le dijo: “baja en seguida, porque hoy tengo que
quedarme en tu casa. Zaqueo baj￳ aprisa, y con gusto recibi￳ a Jesús”. Así como Jesús
fue a comer en casa de Zaqueo, también quiere acercarse a nosotros, para ofrecernos su
perdón sin condiciones. En nosotros está la posibilidad de acogerlo con el mismo gozo
con el que este cobrador de impuestos lo recibió en su casa.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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