XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Martes
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 12,5-16: Cada miembro está al servicio de los otros miembros.
b.- Lc. 14, 1. 15-24: Los invitados que se excusan.
La exclamaci￳n: “¡Dichoso el que coma en el banquete del reino de Dios” (v.15), de
unos de los invitados, da pie a Jesús, para exponer la parábola del gran banquete,
donde lo fundamental es que el Reino de Dios se abre para los no judíos (cfr. Mt.
22, 1ss). En los tiempos mesiánicos, el Señor preparará un festín para todos los
pueblos, en el monte Sión, en Jerusalén, con manjares y vinos de solera (cfr.
Lc.13, 28; Is. 25, 6ss). La parábola quiere ser una invitación a los fariseos, el
siervo del señor, es el propio Jesús, que les avisa que con su rechazo de la
salvación, pueden perder su lugar en el banquete del Reino de Dios. Ante el
rechazo de los guías y del pueblo elegido, es ocasión para cuantos están en las
plazas y calles de la ciudad: los pobres, los pecadores y publicanos, ciegos, lisiados
y cojos, de ingresar al banquete de Dios (cfr.Lc.14,13; Jn.7, 49). Rechazar la
invitación era una ofensa, cuando ya se había comprometido a asistir, se explica la
reacción aireada del anfitrión, que manda a su siervos hacer ingresar, a cuantos
están en las calles y caminos (vv. 21.23). Así y todo, ingresan también los que
están fuera de la ciudad, los paganos, los gentiles (cfr. Lc.24, 29). Los que se
excusaron, prefirieron sus bienes materiales, al Reino de Dios (vv.18-20); en
cambio, los segundos, no poseen nada más que su pobreza, o no están apegados a
lo que poseen, responde inmediatamente a la invitación de Dios a su Reino (vv.
21-23). El anfitrión no tiene la intención de suspender el banquete, al contrario,
quiere brindar la alegría de un banquete; el anfitrión se muestra generoso y
magnánimo, suple los primeros invitados por otros; su magnanimidad suple la
mezquindad de los primeros invitados. Es la imagen de Dios Padre, que revela
Jesús: Dios es amor y se da en forma condescendiente. Si nos fijamos en los
invitados son pobres, excluidos de la sociedad y del culto, por eso, los nuevos
invitados, no basta con invitarlos, hay que traerlos; no cabe en sus cabezas
semejante invitación, ni siquiera se lo creen, cuando oyen la invitación; es preciso
llevarlos. Deben ir a prisa, el tiempo apremia, el banquete está preparado. Las
últimas palabras son de Jesús, toda una revelación, que echa abajo la seguridad de
los fariseos, los nuevos invitados, se reconocen pobres delante de Dios, se tienen
por indignos, por ello, los primeros, fariseos, no gozarán del banquete del cielo
(cfr. Lc.7, 36;15,11;18,8;19,1; 23,41). Ahora es el tiempo de la salvación, tiempo
favorable, hay que acercarse a Jesús, escuchar su invitación (cfr. 2Cor.6,2;
Is.49,8; Lc. 4,21), y aceptarla. Mientras en el banquete del fariseo sólo se benefició
el hidrópico (Lc. 14,1ss), en la celebración eucarística son los pobres beneficiados,
porque Dios se da a todos por medio de su amor misericordioso, alimenta a los
necesitados. Es de fe que el hombre puede esperar ingresar en la vida eterna, don
y gracia, lo que crea comunidad y congrega al banquete eucarístico (cfr.1Cor.1,26-
28). La adhesión a Cristo es fundamental, para participar del verdadero fruto de la
Eucaristía: participación en el misterio de su muerte y resurrección, hasta que ÉL
regrese (cfr. Lc. 22, 20; 1Cor.11, 23-25).
Santa Teresa de Jesús, amante como ninguna de la Eucaristía nos invita a pedir
esta Pan del cielo al Padre. “Pedid vosotras, hijas, con este Se￱or al Padre que os
deje hoy a vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin Él; que baste para
templar tan gran contento que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y
vino, que es harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro
consuelo; mas suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle
dignamente. De otro pan no tengáis cuidado las que muy de veras os habéis dejado
en la voluntad de Dios (digo en estos tiempos de oración que tratáis cosas más
importantes, que tiempos hay otros para que trabajéis y ganéis de comer), mas con
el cuidado, no curéis gastar en eso el pensamiento en ningún tiempo; sino trabaje
el cuerpo, que es bien procuréis sustentaros, y descanse el alma. Dejad ese
cuidado, como largamente queda dicho, a vuestro Esposo, que Él le tendrá
siempre.” (CV 34,3-4).