XXXI Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Jueves
Lecturas bíblicas
a.- Rm. 14,7-12: En la vida y en la muerte somos del Señor.
b.- Lc. 15, 1-10: Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierta.
Este texto corresponde a la serie de parábolas de la misericordia, es decir, la de la
oveja pérdida, la dracma y del hijo perdido, temas propios de Lucas, donde se
destaca el perdón y la misericordia de Cristo para con los pecadores (cfr. Lc. 7, 36-
50; 22, 48-61; 23,34); la piedad para con los que sufren (cfr. Lc. 6,24; 8,2-3;
10,30-35; 11,41; 12,13; 16, 19-25; 18-22); la dedicación a las mujeres (Lc. 7, 11-
15; 36-50; 8, 2-3; 10, 38-42; 18, 1-5;23, 27-28). Los fariseos, a través de severas
normas de pureza legal, excluían a pecadores y publicanos de eventos religiosos y
sociales, Jesucristo a su vez propone la misericordia que va en busca de los
pecadores, e introducirlos en el camino de la salvación. La parábola de la oveja
perdida, refleja el deseo del Padre, de ir por el pecador, donde se encuentre,
provocando la alegría del pastor y que compara con la de Dios y sus ángeles (vv.6-
7; cfr. Mt.18, 12-14). No se dice que el pecador sea más amado que los demás,
sino que el encuentro produce esa manifestación, muy distinto al amor que Dios
tiene por todos los hombres. En el trasfondo, de esta serie de parábolas,
encontramos las referencias que hace Lucas a pasajes del profeta Jeremías, donde
Dios congrega, como buen pastor, a su pueblo y habrá alegría al verlos
congregados (cfr. Jr. 31,10-14; Lc.15,4-7); como una mujer llora la pérdida de sus
hijos, a los que recobrará más tarde (cfr. Jr.31,15-17; Lc.15,8-10); como cuando
Efraím se convierte y pasa a ser el hijo predilecto de Dios (cfr. Jr. 31, 31-34;
Lc.15,11-32). La conclusión que da el profeta, y que Jesús asume en sus parábolas,
es que la Nueva Alianza que anuncia, se cimentará en el perdón y la misericordia de
Dios. El hombre de hoy, debe comprender la misericordia de Dios, no viendo en
ello, un cierto paternalismo o un eximirse de sus responsabilidades. Para el
hombre bíblico, la misericordia divina apunta a la fidelidad a la alianza, nacida del
amor, que anida en su corazón, como compromiso de vida. Es una actitud de todo
el ser. La experiencia pecadora del hombre, es la piedra sobre la que se
fundamenta la misericordia divina, invitación a la conversión, y como llamada a
testimoniar este amor a los otros, en particular a los paganos (cfr. Eclo. 28,7).
Jesús es fiel a las expectativas del AT, ya que manifiesta la misericordia de Dios,
uniéndola a la compasión que el hombre puede sentir por el necesitado, y dar en
forma conjunta, una respuesta a la iniciativa divina. A pecadores, publicanos y
excomulgados, manifiesta una misericordia infinita de parte de Dios, para con
ellos. El cristiano está llamado a hacer la experiencia de la misericordia divina,
puesto que Dios, lo llama a la conversión, tal como cada uno de ellos se encuentre
en su relación con ÉL y el prójimo. No se deben sentir jamás abandonados, porque
Dios va en su búsqueda, la benevolencia paterna, es a la que siempre se puede
recurrir. La Iglesia reúne en la Eucaristía a sus hijos, y conmemora que sólo Jesús
ha sido misericordioso como el Padre Dios, por ello, quien comulga no sólo se
beneficia de la misericordia, sino que se responsabiliza de testimoniarla en la
Iglesia y en la sociedad. El reinado social de Dios, nos viene de la fuente del amor
que es el Corazón de Jesús, que nos comunica por medio de su Espíritu, la
misericordia a todos los cristianos que viven y confiamos en su amor divino.
La Santa Madre Teresa de Jesús, conoció momentos difíciles de sequedad en la
oración y en su trato con Dios: “En el tiempo en yo más os ofendía, en breve me
disponías con un grandísimo arrepentimiento” (Vida 7, 19). Hay que pedir la gracia
del arrepentimiento al Señor para que sea su gracia la que nos lleve a la
conversión.