HOMILÍA 3 DE ENERO DE 2010
Domingo 2º después de Navidad
Ecclesiástico 24,1-2.8-12
Salmo 147,12-15.19-20
Efesios 1,3-6.15-18
Juan 1,1-18
LA PALABRA SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS
Desde el 24 de Diciembre a la noche, el Misterio navideño se hace
presente en medio de nosotros y también dentro de cada uno de
nosotros, como quien habita en su casa. Este “Misterio”, el del Hijo de
Dios que se hace carne, que se hace hombre, que se hace uno de los
nuestros, ocupa y colorea la Navidad, y por esto la festejamos.
Desde los albores de su vida, el hombre tuvo la inquietud de querer llegar a
Dios e hizo inmensos esfuerzos para lograrlo, pero no tuvo éxito o, por lo
menos, el éxito de que los filósofos pudieran descubrir que Dios es Amor y
que podía entablar una relación personal -de Yo a tú- con el hombre.
Quisimos llegar a Dios y no pudimos. Dios quiso llegar al hombre… ᄀy pudo!
No como un acto de retribución, como si nos debiera un premio, sino como
el acto de amor de quien se rebaja humillándose, “haciéndose tierra”, para
que, desde ese “humus”, pudiera reconstruirse en nosotros la humanidad
que nuestro pecado había devaluado.
La sabiduría canta su propia gloria
Ser hombre sabio es muy buena cosa. Con la sabiduría -esa sapida scientia-
tenemos un conocimiento sabroso del mundo, de los hombres y de la
Historia: nos enseña a vivir como hombres; nos hace capaces de interpretar
la vida desde la serenidad de quienes aquietan el ánimo y, desde la paz,
adquieren la habilidad para interpretar esa magnífica partitura de la
“Sinfonía de la vida” que resuena y que debemos cantar, sabiendo
interpretar la intención de su Autor, el porqué de tal línea melódica, el
porqué de este ritmo en este preciso momento, de silencios donde el
silencio es reclamado, y también para saber el porqué de las disonancias
que toda vida conlleva.
Todo esto lo puede llevar a cabo la sabiduría humana.
Pero la Sabiduría de Dios reclama otras capacidades que no nos vienen ni
de la carne ni de la sangre, sino del “Dios-Sabio” que compuso la obra, ese
magnífico y armónico Coral con miles de voces y miles de inteligencias y
corazones que le dan vida. Una partitura no vive sólo porque las notas
estén claramente impresas en un pentagrama, sino que nace cuando, en
una sala de conciertos, una gran orquesta, un coro y varios solistas la hacen
respirar, llegando ese “soplo” a aquéllos a quienes está destinada la obra.
El gran “concierto de Dios” es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero
hombre, nacido de María, en Belén de Judá, en tal año, tal día, hijo de un
pueblo singular a quien Dios regaló esa gracia. Dios se hizo Historia para
tejer una nueva trama y una nueva Historia…
Por eso glorificamos y cantamos
El Pueblo de Dios abre sus labios y toma prestado el Salmo 147 para
responder a la Palabra proclamada, al Cristo que la pronuncia y que se
manifiesta en esa Palabra santa. Por eso glorificamos y alabamos… Porque
Dios ingresó en nuestra vida-en-guerra para pacificarla, por eso
glorificamos y cantamos. Tomamos conciencia de que no se ha
desentendido de nuestras lágrimas ni de nuestras risas. Tomamos
conciencia de que somos amigos íntimos y privilegiados con quienes Dios
ha entablado un diálogo que jamás tendrá fin…
La Palabra de Dios existía desde siempre…
…pero se hizo carne en nuestro tiempo. La Luz ingresó en nuestras
oscuridades para devolver la vista a ojos ciegos. Esa Palabra-Luz necesitó
una larga preparación. El mismo Dios dispuso al Pueblo escogido y fue
abriendo sus inteligencias y sus corazones por la voz y el testimonio de
patriarcas y profetas, de hombres de Dios nacidos en el seno de nuestra
tierra. Y así vio la luz del día Abraham… Lo mismo ocurrió con Isaac y Jacob.
Moisés tuvo una misión y la llevó a cabo. También David, “un pedacito de
Historia”, recibió un mandato y las luces para dejarse llevar por el Espíritu,
caminar y ayudar a otros a caminar. En un momento de madurez, la
Historia forja en su seno a Juan el Bautista, y éste prepara los caminos del
Señor, anticipando sus pasos y “desapareciendo”, para que sólo Jesús
“apareciera”.
El Verbo de Dios es objeto de estudio en los teólogos que intentan penetrar
en las relaciones que son el tejido de la santísima Trinidad. Pero el Verbo
de Dios hecho hombre puede ser comprendido por los pobres, los
pequeños, los simples, los limpios de corazón, los que abren su alma
haciéndola ámbito hospitalario para ese Jesús que no encontró morada en
Belén, pero que quiere constituirse en el dulce huésped de nuestras vidas,
convirtiéndolas en su hogar. De la plenitud de Cristo hemos recibido gracia
tras gracia, para ser un pueblo de hijos y de hermanos, donde reinen
relaciones amicales de quienes -si se abren al Misterio del amor de Dios-
pueden llegar a ser amigos. Se puede aplicar a este tema lo que una vez leí
y me llegó muy fuerte. El texto al que me refiero decía: -Allí no había
extraños, sino sólo amigos que todavía no se conocen…
La Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros: ¡El 50% del Misterio de la
salvación…!
Que Dios “descendió” y se hizo hombre, en todo semejante a nosotros
menos en el pecado, nadie puede negarlo… ᄀPero es “la primera mitad del
recorrido de Dios”! La segunda es: -Para que nosotros “ascendiéramos”
hasta Él y nos hiciéramos como Dios . El tema “endiosarnos”, puede
parecernos extraño y audaz. Sin embargo, san Agustín lo usó sin timidez
alguna: Dios “se humanizó” para que nosotros “nos divinizáramos”. Y en
este hecho comenzó una aventura singular: la del hombre que llora y la de
Dios que sigue secando esas lágrimas; la del hombre que peca y que no es
abandonado por un Dios que no es el “Grande y poderoso Verdugo”, sino
Padre cercano y misericordioso; la de tantos “humanos inhumanos” que
matan, roban, violan y atropellan a los pequeños, enfrentando a un Dios
que no desespera de que quien mata y roba, en algún momento, entregue
su vida y sea generoso con sus bienes. Es la aventura de hombres y
mujeres a quienes se mostró el camino de retorno al Padre, ruta bien
iluminada y señalizada y que, sin embargo, no encuentran o se pierden,
queriendo transitar por senderos oscuros, por calles llenas de baches o por
rutas que no llegan a lugar alguno…
Esta apasionante aventura quiere tener un final feliz: esto es lo que Dios
quiere. Jesús, la Palabra viva de Dios es ese final feliz. Sólo si lo conocemos
podremos alegrarnos de que lo que Cristo vivió, nos haya sido regalado
para que nosotros también lo compartiéramos.
¿Rechazaremos semejante obsequio…?
(Fr Héctor Muñoz o.p. – Convento Santo Domingo – Salta 2107- 5500 Mendoza)
<frayhector@hotmail.com>